Llevábamos diez años juntos, Jairo y yo. Diez años de peleas, de hambre, de música en garajes sucios de Medellín. Yo era su mánager, su musa, su mujer. Era "La Jefa" para todos en la escena underground.
Ahora, él es "El Rayo", la nueva estrella del reguetón. Y yo soy la parte de su vida que necesita borrar.
Esta noche, después de hacer el amor, él encendió un cigarrillo. El humo llenó el espacio entre nosotros. Era un ritual nuestro, una forma de celebrar cada pequeña victoria. Pero esta vez, el aire se sentía pesado, final.
"Sofía", dijo, su voz extrañamente tranquila, "mi álbum sale la próxima semana".
Asentí, sin mirarlo. Sabía que esto no era una celebración. Era el principio del fin.
"El sello quiere limpiar mi imagen. Ya sabes, el chico malo que se reforma".
Me reí, un sonido seco, sin humor. "¿Y yo soy la parte sucia?".
No respondió. El silencio fue suficiente. Me levanté de la cama, recogí mi ropa del suelo. Me sentí extrañamente calmada, como si viera todo desde fuera.
"Tienes dos semanas para irte del apartamento", dijo finalmente, apagando el cigarrillo contra la mesita de noche.
No discutí. No supliqué. Simplemente me vestí. La Sofía de hace diez años habría gritado, habría roto cosas. La Sofía de ahora solo sentía un cansancio profundo.
"Bien", dije.
Al día siguiente, apareció con ella. Valentina. Una chica joven, con cara de no haber roto un plato en su vida. La antítesis de mí.
Jairo me la presentó en la puerta de nuestro apartamento, el que ahora era solo suyo.
"Ella es Valentina", dijo, con un brazo protector alrededor de los hombros de la chica. "Es diferente, Sofía. Tú podías aguantar la lucha conmigo, pero ella no. A ella hay que protegerla".
Miré a Valentina. Llevaba un vestido blanco, sencillo. Me miraba con ojos grandes y asustados, como un ciervo atrapado en los faros de un coche. Era una actuación brillante.
"Entiendo", dije. Mi voz sonó hueca.
Jairo pareció aliviado. "Podemos ser amigos, ¿verdad? Después de todo lo que pasamos".
La palabra "amigos" se sintió como un insulto.
"Claro, Jairo", respondí, mi sonrisa era puro veneno. "Amigos".
Se fue con ella, dejándome sola en el pasillo. La puerta se cerró con un clic suave. Afuera, el cielo de Bogotá se oscurecía, prometiendo lluvia. Me quedé allí, inmóvil, hasta que las primeras gotas frías comenzaron a caer.
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