El mensaje de voz se envió.
Un segundo después, el pánico me inundó el cuerpo.
No se lo había mandado a Sofía.
Se lo había mandado a Javier.
A Javier, su hermano. El hombre que llevaba tres años evitando.
Mi móvil vibró en mi mano. Un mensaje suyo.
"¿Dónde estás? Voy a buscarte."
Le temblaban los dedos al escribir la respuesta.
"No es nada, solo una broma con Sofía. No vengas."
Mentira. El dolor en mi espalda era real, agudo. Después de la fiesta de bienvenida que Sofía me había organizado, el flamenco se apoderó de mí. Bailé con demasiada fuerza, demasiado sentimiento. Ahora, cada músculo protestaba.
La pantalla se iluminó de nuevo. Era una llamada entrante. Javier.
No contesté.
Un minuto después, otro mensaje.
"Valentina, conozco tu historial. No juegues conmigo. O vienes a mi clínica ahora mismo, o voy a tu casa y te saco de allí delante de tus padres."
La amenaza era clara. Sabía que cumpliría su palabra.
El recuerdo de hace tres años, del escándalo, de la humillación, me golpeó. La forma en que me miró, la frialdad en su voz cuando me dijo que me fuera.
Huí a Buenos Aires por él. Para no verlo. Para no sentir esa vergüenza de nuevo.
Y ahora, en mi primera semana de vuelta en Sevilla, estaba a punto de enfrentarme a él en la peor situación posible.
"Voy yo," escribí, resignada. "Pero no quiero que me atiendas tú."
Su respuesta fue inmediata y cortante.
"No estás en posición de exigir nada."
---