A la mañana siguiente, llegué a la galería antes que nadie.
El aire olía a óleo y a madera antigua, un aroma que antes me reconfortaba y que ahora me resultaba sofocante.
Fui directamente a mi pequeño estudio en el sótano, el lugar donde anónimamente había devuelto la vida a docenas de obras maestras.
Sobre mi escritorio, redacté mi carta de renuncia.
Fue corta y directa. No di explicaciones. Solo agradecí la oportunidad y anuncié mi salida inmediata.
Cuando subí al área de oficinas para entregarla, me encontré con un ambiente de celebración.
Javier estaba en el centro de la sala, rodeado de nuestros colegas.
A su lado, sonriente y radiante, estaba Valeria.
"Quiero presentarles a todos", anunció Javier con voz potente, "a la nueva Jefa del Departamento de Restauración, la señorita Valeria de la Fuente".
El aire se me escapó de los pulmones.
Ese era mi puesto.
El puesto que el director de la galería me había prometido la semana pasada, en reconocimiento a mi trabajo excepcional en la restauración de un retablo del siglo XVII. Un trabajo que todos pensaron que había hecho un "maestro anónimo".
La gente aplaudía. Valeria saludaba con una modestia fingida, aferrada al brazo de Javier.
"Valeria no solo es una mujer increíblemente talentosa, graduada con honores de la mejor escuela de arte de Florencia", continuó Javier, mirándome directamente por un segundo, "sino que también es mi prometida".
Más aplausos, felicitaciones, abrazos.
Me quedé paralizada, con la carta de renuncia en la mano.
Nadie notó mi presencia, excepto Javier. Su mirada era un desafío, una advertencia.
Me di la vuelta y regresé a mi estudio.
Mi mundo, el pequeño y seguro mundo que había construido con tanto cuidado, se estaba desmoronando pieza por pieza.
Minutos después, Javier entró en mi estudio sin llamar.
Cerró la puerta detrás de él.
"¿Qué es esa cara, Sofía? ¿No te alegras por mí?".
"Ese puesto era mío, Javier".
Él se rio, una risa condescendiente.
"Por favor, Sofía. Seamos realistas. Eres buena, sí. Una técnica competente. Pero Valeria tiene el nombre, los contactos, el pedigrí. La galería necesita a alguien como ella para atraer a los grandes patrocinadores. Tú eres una restauradora de sótano. Nadie sabe quién eres".
Cada palabra era un golpe.
"Yo te ayudé a llegar a donde estás".
"Me ayudaste, sí. Y te lo agradezco. Pero no puedes esperar vivir de eso para siempre. Las cosas cambian. La gente evoluciona. Yo he evolucionado".
Se acercó y vio la carta sobre mi escritorio. La tomó y la leyó.
"¿Renunciar? ¿Y a dónde irás? ¿Qué harás sin mí, sin esta galería?".
Rompió la carta en dos y la tiró a la papelera.
"No seas infantil. Necesitas este trabajo. Ahora, Valeria va a necesitar una asistente. Si te portas bien, quizás considere mantenerte en el equipo".
Me miró, esperando mi sumisión.
Pero la mujer sumisa que él conocía ya no existía.
"No voy a ser la asistente de nadie", dije con una voz que no reconocí como mía. "Me voy".
"No te vas a ninguna parte", siseó, su máscara de amabilidad desapareciendo por completo. "Me debes seis años de tu vida. No te irás hasta que yo lo diga".