Encuentro con mi Novio en La Boda de Mi Amiga
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Capítulo 1

El día que volví a ver a Javier, el aire de Sevilla olía a azahar y a traición.

Habían pasado tres años. Tres años, dos meses y catorce días desde que desapareció sin dejar rastro, llevándose mi vida con él.

Y ahora estaba aquí, en la boda de mi mejor amiga, Isabel.

Él era el novio.

El mundo se detuvo. Mi copa de vino se tambaleó en mi mano, pero no cayó. El ruido de la fiesta, las risas, la música, todo se convirtió en un zumbido sordo y lejano.

Isabel, radiante en su vestido blanco, se acercó a mí, agarrándome del brazo con una alegría que ahora me parecía monstruosa.

"Sofía, ¿no es increíble? ¡Por fin lo conoces!"

No apartaba la vista de Javier. Él me miraba, pero sus ojos estaban vacíos, como si viera a una extraña.

"Te lo he contado todo, ¿recuerdas?", continuó Isabel, su voz un torrente de felicidad ignorante. "Lo encontré en su peor momento, al borde del abismo por la quiebra de su empresa. Un hombre roto. Lo rescaté, lo llevé a Argentina conmigo y lo ayudé a levantarse de nuevo."

Hizo una pausa dramática, apretando la mano de Javier.

"Tuvo que alejarse de todo, especialmente de una exnovia que lo acosaba sin piedad. Una obsesiva, pobre hombre. Pero míralo ahora, es un triunfador."

La exnovia obsesiva.

Esa era yo.

La amiga que la había consolado durante tres años, que secó mis lágrimas, que me animó a no perder la esperanza, era la misma que me lo había ocultado todo este tiempo.

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Un sudor frío me recorrió la espalda. Las cicatrices de mis muñecas, recuerdo de una noche de desesperación un año atrás, parecieron arder bajo la manga de mi vestido.

Esa noche, cuando creí que no podía más con la incertidumbre, cuando la ausencia de noticias me ahogaba.

Un amigo de la familia, uno de los que antes me llamaba "cuñada", me dio una palmada torpe en el hombro.

"Sofía, tienes que pasar página. La vida sigue."

Sus palabras eran huecas, inútiles. Justo en ese momento, Javier se acercó. No a mí. Pasó a mi lado como si fuera un mueble más en la sala.

Su mirada era fría, distante. El hombre que me había prometido amor eterno en el Rocío, el que conocía cada rincón de mi alma, ahora me miraba con la indiferencia que se reserva para un desconocido.

Lo vi acercarse a Isabel, besarla con una ternura que una vez fue mía. La forma en que su mano se posaba en su cintura, la sonrisa que le dedicaba. Todo era un puñal directo a mi corazón.

Me sentí invisible, un fantasma en la fiesta de la vida de los demás.

Me escondí detrás de una columna, intentando respirar. Fue entonces cuando lo oí hablar con un amigo.

"Sí, es ella. La loca. Sigue obsesionada. Rota. ¿Quién querría estar con alguien así?"

La humillación me quemó por dentro. La rabia y el dolor luchaban por salir.

Llegó el momento del "sí, quiero". Se besaron. Todos aplaudieron.

Y yo también aplaudí.

Fue un aplauso lento, sonoro, desafiante. Mis ojos se encontraron con los suyos a través de la multitud. Por un instante, vi un destello de algo en su mirada, ¿culpa?, ¿sorpresa? Pero desapareció tan rápido como llegó, reemplazado por una fría advertencia.

Saqué mi teléfono, mis dedos temblaban.

"Te maldigo a no encontrar nunca el amor verdadero."

Envié el mensaje. Una estupidez, lo sé. Un grito desesperado en el vacío.

Me fui de allí sin despedirme de nadie. Caminé por las calles de Sevilla, la ciudad que había sido nuestro nido de amor y que ahora se sentía como una tumba.

Recordé su desaparición. La quiebra de su estudio de arquitectura. Su nota, diciendo que necesitaba espacio, que volvería. Recordé a su madre, pidiéndome que lo esperara, que yo era la única que podía salvarlo.

Y yo la creí. Esperé.

Mi teléfono vibró en mi mano. Era él.

Una sola frase, cortante y definitiva.

"Déjame en paz."

Llegué a mi apartamento, el que decoramos juntos, cada objeto elegido por él. Fui directa a mi joyero y saqué la medalla del Rocío. La tiré a la basura sin pensarlo dos veces.

El amor eterno se había acabado.

            
            

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