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La sonrisa de mi madre se congeló. Su rostro se contrajo en una mueca de ira.
"¡Luciana! ¡No seas ridícula! ¡Sabes perfectamente que no me refería a eso! ¡Vas a hacer el intercambio!"
Se inclinó sobre la mesa, su mano levantada como si fuera a agarrarme. Pero de repente, se detuvo.
Sus ojos se quedaron fijos en un punto en el aire, justo sobre mi hombro. Su expresión cambió de furia a confusión, y luego a un pánico silencioso. Abrió la boca, pero no salió ningún sonido.
Yo sabía lo que estaba pasando.
El sistema.
En mi vida pasada, nunca me resistí, así que nunca vi sus castigos. Pero ahora, lo entendía. El sistema tenía reglas. No podía forzarme sin consecuencias.
Mi madre se quedó paralizada por un momento, luego se enderezó bruscamente, evitando mi mirada. No dijo una palabra más sobre el intercambio. El resto de la cena transcurrió en un silencio tenso y pesado.
Al día siguiente, mis padres intentaron una nueva táctica: la amabilidad.
Mi padre, que normalmente solo me hablaba para darme órdenes, me sirvió el café por la mañana.
"Toma, mija. Tu tinto, como te gusta".
Lo puso delante de mí. El café era casi negro, con un fuerte olor a panela. Exactamente como le gustaba a Scarlett. Yo siempre lo tomaba sin azúcar.
No dije nada. Simplemente lo dejé en la mesa, sin tocarlo.
Más tarde, mi madre entró en mi habitación con un vestido nuevo.
"Mira lo que te compré. Para que te veas bonita".
Era un vestido rosa, ajustado y llamativo. El estilo de Scarlett. Yo solo usaba ropa holgada y de colores oscuros.
Lo tomé y lo dejé sobre mi silla.
"Gracias, mamá".
La confrontación sutil era más efectiva que una pelea a gritos. Cada gesto torpe de ellos era una prueba de lo poco que me conocían, de lo invisible que era para ellos.
Por la noche, mi madre volvió a intentarlo. Se sentó en el borde de mi cama, su voz era un susurro conspirador.
"Luci, he estado pensando... sobre el simulacro... quizás solo esta vez..."
La interrumpí.
"Mamá, si Scarlett quiere, que me lo pida ella".
Su rostro se ensombreció. Sabía que Scarlett nunca se rebajaría a pedirme algo así.
Entonces, cambié de estrategia.
"¿Sabes qué? Está bien. Intercambiemos el resultado del simulacro".
La sorpresa en su rostro fue inmensa, seguida de un alivio inmediato. No preguntó por qué había cambiado de opinión. No le importaba.
Al día siguiente, Scarlett publicó una foto de su "resultado" en Instagram. Un puntaje casi perfecto.
En la descripción, escribió: "¿De verdad se necesita un truco para esto? #Genio #FuturaReina".
La publicación se llenó de comentarios de admiración y envidia.
Nadie sabía que yo, desde una cuenta anónima, pagué doscientos mil pesos para promocionar esa publicación.
Quería que todos en Medellín y más allá vieran lo brillante que era Scarlett Salazar.
Cuanto más alto volara, más dura sería la caída.