El pánico finalmente apareció en el rostro de Adrián cuando su mirada se desvió de Valeria y se posó en la mancha de sangre que se extendía bajo Elvira.
"¿Qué es eso? ¿Estás herida?" Su voz, por un instante, perdió su dureza y se llenó de una alarma genuina. Se agachó a su lado, pero su gesto llegó demasiado tarde.
Elvira apretó los dientes, el dolor era una marea que la ahogaba, pero su instinto de supervivencia era más fuerte. Tenía que proteger su secreto, el secreto de un bebé que ya no existía pero cuya ausencia ahora la delataba.
"Me... me caí," susurró, su voz temblorosa. "No es nada, solo un rasguño. Es... es mi período, se me adelantó."
La mentira salió de sus labios con una facilidad aterradora, sabía que era una excusa débil, pero era lo único que se le ocurrió en medio de la agonía y el caos.
Valeria, desde los brazos de Adrián, soltó un pequeño gemido. "Ay, mi tobillo. Adrián, creo que está roto. Me duele mucho."
La atención de Adrián se desvió de inmediato, la preocupación por Elvira fue reemplazada por una ansiedad total por Valeria. Su rostro se contrajo en una máscara de angustia por su nueva pareja.
"Tranquila, mi amor. Llamaré a un médico ahora mismo," dijo, levantando a Valeria en sus brazos como si fuera una muñeca de porcelana. "Ricardo," gritó a su asistente, "¡consigue un auto, ahora! Llevaremos a Valeria al hospital."
Lanzó una última mirada a Elvira, una mezcla de irritación y preocupación fugaz. "Quédate aquí. Que alguien te lleve a casa. No te muevas mucho."
Y con eso, se fue, llevándose a Valeria y dejando a Elvira sola en el suelo frío, en medio de un charco de su propia sangre y sus sueños rotos. La gente a su alrededor murmuraba, algunos la miraban con lástima, otros con desdén. Ella se sentía expuesta, humillada.
Con una fuerza de voluntad que no sabía que poseía, se levantó, apoyándose en la mesa que la había herido. Ignoró las ofertas de ayuda y caminó, con pasos lentos y dolorosos, hacia la salida. Un empleado del club, siguiendo las órdenes de Adrián, la llevó de vuelta a la mansión en un silencio incómodo.
La casa estaba vacía y silenciosa, una tumba de lujo. Elvira subió a su habitación, cada escalón era una tortura. Se quitó el vestido manchado y lo tiró a la basura, luego se metió en la ducha, dejando que el agua caliente se llevara la sangre y las lágrimas.
Más tarde, acurrucada en su cama, tomó su teléfono. Por un impulso masoquista, abrió las redes sociales.
Lo primero que vio fue una foto publicada por un amigo en común: Adrián en la sala de espera de un hospital, con Valeria sonriendo valientemente desde una silla de ruedas, su pie vendado.
El pie de foto decía: "¡El amor verdadero supera cualquier obstáculo! Adrián Patterson no se aparta del lado de su amada Valeria."
Elvira miró la imagen con una calma escalofriante, el dolor había dado paso a una especie de entumecimiento, una distancia emocional. Vio la escena no como una participante traicionada, sino como una espectadora. El Adrián de la foto, el hombre devoto y preocupado, no era para ella. Nunca lo había sido.
En ese momento, la última cadena que la ataba a él se rompió. Ya no sentía amor, ni siquiera odio. Solo un inmenso y liberador vacío. Él no volvería a casa esa noche, estaría cuidando de Valeria. Esa era su oportunidad.
Mientras él estaba ausente, ella terminaría de empacar. Se iría antes del amanecer y él nunca volvería a verla.