Habla Con Mi Marido
img img Habla Con Mi Marido img Capítulo 3
4
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

La mención del nombre de Alejandro Castillo electrizó el ambiente. Todos, incluido Ricardo, parecían olvidar mi existencia. El murmullo se convirtió en una expectativa palpable. Las mujeres se retocaban el labial, los hombres se enderezaban el saco. La posible presencia de un hombre tan poderoso y rico hacía que todos quisieran mostrar su mejor cara.

En medio de ese revuelo, una excompañera, de las que siempre habían adulado a Jimena, se me acercó con una sonrisa burlona.

"¿Oíste, Sofía? Viene el mismísimo Alejandro Castillo. El jefe de tu jefe, y del jefe de tu jefe", dijo, arrastrando las palabras con malicia. "Ni en tus sueños más locos te podrías acercar a alguien como él. A ver si aprendes cómo se mueve la gente importante."

Apreté la mandíbula, pero no le di la satisfacción de una respuesta. Me di la vuelta, dispuesta a irme. Ya había tenido suficiente de esa farsa.

Justo en ese momento, un torbellino de energía infantil irrumpió en el salón. Un niño pequeño, de unos cuatro años, con el cabello castaño revuelto y una risa contagiosa, corrió entre las piernas de los adultos, esquivando gente con la agilidad de un profesional.

La gente se hizo a un lado, algunos sonriendo, otros molestos por la interrupción.

El niño no se detuvo. Corrió a través del salón, con una misión clara. Sus ojos, grandes y brillantes, estaban fijos en una sola persona.

En mí.

Se detuvo frente a mí, levantó sus bracitos y se aferró a mis piernas con fuerza.

"¡Mamá!"

Su vocecita clara y fuerte resonó en el silencio que se había formado de repente. El mundo pareció detenerse. Todas las miradas, que antes estaban puestas en la puerta esperando a un magnate, ahora estaban clavadas en mí y en el pequeño que me abrazaba la rodilla.

Me agaché y lo levanté en mis brazos. El olor a galletas y a niño limpio me llenó de una paz infinita.

"Mateo, mi amor, ¿qué haces aquí? Te dije que esperaras con papá en el coche."

"¡Pero te extrañé!", dijo, escondiendo su carita en mi cuello.

Detrás de nosotros, una voz masculina, cálida y tranquila, rompió el hechizo.

"Perdón, cariño. Se me escapó. Estaba demasiado ansioso por venir a rescatarte."

Me giré. De pie, a unos pasos de distancia, estaba un hombre alto, de hombros anchos y una sonrisa que podría calmar cualquier tormenta. Vestía elegantemente, pero de forma relajada. Su mirada no estaba puesta en la multitud que lo observaba boquiabierta, sino en mí y en el niño que tenía en brazos.

Era Alejandro Castillo.

Lentamente, se acercó a nosotros, ignorando las miradas de asombro y los susurros. Puso una mano en mi espalda y le dio un beso suave en la cabeza a Mateo.

"¿Listo para irnos, campeón?", le preguntó a nuestro hijo. Luego me miró. "¿Tú estás lista, Sofía?"

Asentí, incapaz de hablar. Mi corazón latía con fuerza, pero era un latido de amor y seguridad.

El organizador del evento, pálido y nervioso, se acercó tímidamente.

"Señor... Señor Castillo. Es un honor tenerlo aquí. No sabíamos que..."

Alejandro le sonrió amablemente.

"No se preocupe. Solo vine a recoger a mi esposa y a mi hijo."

La palabra "esposa" cayó como una bomba en el salón.

Sentí una mirada intensa sobre mí y me giré.

Ricardo estaba petrificado. Su rostro había perdido todo color. Sus ojos iban de Alejandro, a Mateo, y luego a mí, una y otra vez. La arrogancia, la seguridad, todo se había desmoronado, dejando al descubierto una incredulidad total. Jimena, a su lado, tenía la boca abierta, su expresión era una mezcla grotesca de shock y envidia.

Finalmente, Ricardo dio un paso adelante, como un autómata. Su voz era un susurro ronco.

"¿Esposa?"

Me miró, sus ojos suplicando una negación que no llegaría.

"Tú... ¿tú y él? ¿Y el niño... es...? ¿Mamá? ¿Cómo... cómo es posible?"

Enderecé la espalda, con mi hijo seguro en mis brazos y mi esposo a mi lado. Miré a Ricardo, al hombre que me había despreciado y humillado en dos vidas, y le di la estocada final. Mi voz fue clara, sin rastro de duda o vacilación.

"Sí, Ricardo. Alejandro es mi esposo. Y él", dije, acariciando la mejilla de Mateo, "es nuestro hijo."

Un jadeo colectivo recorrió la sala. Las mismas personas que momentos antes se burlaban de mi vestido sencillo y mi supuesta vida mediocre, ahora me miraban con una mezcla de asombro y adulación.

"¡Sofía! ¡Felicidades! ¡No sabíamos que te habías casado!"

"¡Qué hermosa familia tienes!"

"¡Tu esposo es... wow! ¡Y tu hijo es adorable!"

La hipocresía era sofocante. Pero ya no me importaba. Mi mundo ya no giraba en torno a su aprobación. Giraba en torno a los dos hombres que estaban a mi lado.

---

                         

COPYRIGHT(©) 2022