El aire del festival de música regional mexicana estaba cargado del olor a elotes asados y cerveza, una mezcla que siempre me había gustado, pero esa noche, la soledad era mi única compañía.
Estaba sola, intentando divertirme por los dos, cuando en la pantalla de la "kiss cam", apareció Carlos, mi esposo, no en una junta, sino abrazando y riendo con Sofía, su exnovia universitaria.
Mi sonrisa se congeló mientras ella, con una voz empalagosa, le dedicaba una canción de despecho, una que hablaba de "intrusas" y un "amor verdadero que nunca murió", humillándome públicamente.
El presentador preguntó por otra dedicatoria. ¿Cómo podía él, el hombre con el que compartí años, con el que planifiqué un futuro, ser tan cruel, tan descarado? ¿Cómo pude ser tan ciega?
Levanté la mano, tomé el micrófono, y con la voz firme que no sabía que tenía, le pedí el divorcio frente a miles de personas, dejando caer el micro, y saliendo de esa fiesta que se convirtió en mi infierno personal.