La música del lujoso restaurante era suave, pero el ruido en el palco privado era ensordecedor, las risas forzadas y los brindis resonaban en las paredes, un sonido que a Sofía le resultaba cada vez más ajeno. Estaba sentada en un rincón, con un vestido elegante que ella misma había diseñado, pero que se sentía como un disfraz. A su lado, su mejor amiga, Carolina, le susurró al oído con una copa de vino en la mano.
"Sofía, anímate un poco, ¿qué te pasa? Todos están celebrando el nuevo contrato de Mateo, deberías estar feliz por él."
Sofía forzó una sonrisa, una mueca que no llegó a sus ojos, sentía una opresión en el pecho que no podía ignorar. Vio a su esposo, Mateo, en el centro de la habitación, rodeado de sus socios, todos hombres con trajes caros y sonrisas de superioridad, él era el rey de su pequeño universo, el magnate tecnológico que había construido un imperio. Y ella, era solo su esposa.
En ese momento, uno de los socios, un hombre regordete llamado Ricardo, levantó su copa hacia ella.
"¡Oigan todos! Un brindis por Sofía, la mujer detrás del gran Mateo. Aunque no entendamos de moda o de cosas de casa, ¡hay que admitir que mantiene a nuestro campeón contento!"
Las risas estallaron, ruidosas y condescendientes, un coro de hombres que la veían como un accesorio bonito y nada más. Mateo sonrió, aceptando el halago como si fuera un derecho. Se acercó a ella, con un aire de dueño, y le pasó un brazo por los hombros.
"¿Qué te parece, mi amor? ¿No es increíble todo lo que hemos logrado?" Dijo, pero la pregunta era retórica, no esperaba una respuesta, mucho menos una opinión. Luego, bajando la voz para que solo ella lo escuchara, pero con un tono cortante, añadió: "Lástima que no terminaste la universidad, podrías entender de qué hablamos, en lugar de solo sonreír y asentir."
Cada palabra fue una bofetada, una humillación calculada. Sofía sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, el recuerdo de sus sueños abandonados la golpeó con fuerza. Recordó el pequeño taller en la escuela de diseño, el olor a tela y la emoción de crear, todo lo que había dejado atrás para apoyarlo a él, para coser de noche mientras él programaba, para vender sus propios diseños y pagar sus primeras deudas cuando él no era nadie, cuando su "imperio" era solo una idea en un garaje.
Él la había convencido, le había dicho que su talento era un pasatiempo, que el verdadero futuro estaba en su empresa, que cuando tuvieran éxito, ella podría hacer lo que quisiera. Pero el éxito llegó, y con él, el desprecio.
Mateo pareció notar su silencio y se separó de ella, dirigiéndose a sus amigos con una risa burlona.
"A veces se pone así, nostálgica. Pero seamos honestos, ¿qué haría sin mí? Sería una diseñadora más, pasando hambre. Ahora es la esposa de Mateo Reyes, tiene todo lo que podría desear."
Sus socios asintieron, riendo con él, el sonido raspaba los oídos de Sofía, se sentía expuesta, desnuda en medio de esa jauría de lobos. La estaban devorando con la mirada, juzgándola, despojándola de cualquier valor propio.
Ya no podía más, la cuerda que la había mantenido atada a esa vida de humillaciones finalmente se rompió. Levantó la vista, sus ojos, que habían estado apagados, ahora brillaban con una nueva luz, una determinación fría y afilada. Miró directamente a Mateo, interrumpiendo su monólogo de auto-felicitación.
Su voz salió tranquila, casi un susurro, pero cortó el ruido de la habitación como un cuchillo.
"Quiero el divorcio."