"Fue una idea brillante, Elena", decía Sofía, su voz baja y excitada. "El asalto fue la jugada maestra. José Luis está más pegado a mí que nunca. Ricardo está feliz, su cuenta no ha dejado de crecer."
"Te lo dije", respondió Elena, con un tono de orgullo. "Conozco a mi hermano. La vulnerabilidad es su punto débil. Un poco de miedo, un rescate heroico, y lo tienes comiendo de tu mano. Y lo mejor es que Ricardo se ve como un santo, preocupándose por su pobre amigo traumatizado."
"¿Crees que sospeche algo? Ha estado actuando muy raro hoy."
"Nah", dijo Elena con desdén. "Es demasiado ingenuo. Demasiado bueno. Cree en la familia, en el amor, en la amistad. Nunca se imaginaría que las dos personas que dice más amar son las que le están clavando el cuchillo por la espalda. Es el tonto perfecto."
Un sonido agudo llenó mis oídos, y tardé un segundo en darme cuenta de que era mi propia sangre, rugiendo de rabia.
Cada palabra era una confirmación, un martillazo sobre el clavo de la traición.
No era una paranoia mía, no eran mensajes de un loco.
Era real.
Todo era real.
Salí de mi escondite y entré en la habitación sin hacer ruido.
Ellas estaban de espaldas a mí, mirándose en el espejo del tocador, retocando su maquillaje.
"Entonces, ¿cuál es el siguiente paso?", preguntó Sofía.
"Dejar que las cosas se calmen", dijo Elena. "Seguiremos con el papel de la novia protectora y la hermana preocupada. Ricardo necesita consolidar su nuevo estatus. Tal vez en un mes o dos, podemos planear otro 'accidente'. Algo que lo haga depender financieramente de nosotros."
No pude soportarlo más.
"¿Qué clase de accidente?", pregunté, mi voz sonando rasposa y extraña.
Se quedaron heladas.
Se giraron lentamente, sus caras una máscara de pánico y sorpresa.
"¡José Luis!", exclamó Sofía, tratando de recomponerse. "¿Qué haces aquí? Nos asustaste."
"Les pregunté qué clase de accidente estaban planeando", repetí, mi voz ahora más firme, más fría.
"No... no sé de qué hablas", tartamudeó Elena, sus ojos moviéndose nerviosamente. "Estábamos hablando de una película."
"Sí, una película de suspenso", añadió Sofía rápidamente, forzando una sonrisa. "Nos metimos mucho en el papel, ya sabes."
Sus mentiras eran tan torpes, tan patéticas, que sentí lástima por ellas.
Pero la lástima fue ahogada por una oleada de desprecio.
"Una película", repetí, saboreando la palabra. "Claro. Una película."
Me di la vuelta y salí de la habitación, dejándolas allí, pálidas y temblorosas.
Regresé a la sala. La fiesta seguía. Ricardo seguía siendo el rey.
La gente lo rodeaba, le daba palmadas en la espalda, reía de sus chistes.
Era un ídolo construido sobre una montaña de mentiras y dolor. Mi dolor.
Sofía y Elena salieron del pasillo, tratando de actuar con normalidad. Se unieron al grupo de Ricardo, riendo y aplaudiendo como si nada hubiera pasado.
Pero sus ojos me buscaban constantemente, con una mezcla de miedo y rabia.
Me sentía completamente solo en medio de la multitud, un fantasma observando una celebración a la que no pertenecía.
Nadie me hablaba. Nadie me miraba.
Estaba tan absorto en mi miseria que no vi a la persona que venía corriendo con una bandeja de bebidas.
Chocó contra mí con fuerza.
Las copas volaron por el aire, y el líquido frío y pegajoso me empapó la camisa.
Perdí el equilibrio y caí torpemente, mi tobillo se torció bajo mi peso con un chasquido doloroso.
Un dolor agudo y punzante subió por mi pierna.
Grité, más por la sorpresa que por el dolor.
Toda la sala se quedó en silencio por un momento. Todas las miradas se volvieron hacia mí, el aguafiestas tirado en el suelo, cubierto de bebida.
Busqué con la mirada a Sofía, a Elena.
Estaban a solo unos metros de distancia.
Me miraron, tirado en el suelo, con una expresión de fastidio.
Ricardo ni siquiera se giró. Estaba demasiado ocupado aceptando los elogios de una chica bonita.
Nadie se movió para ayudarme.
Nadie.
El dolor en mi tobillo era insoportable, pero el dolor en mi corazón era mil veces peor.
En ese momento, en el suelo de la fiesta de mi "mejor amigo", rodeado de extraños indiferentes y traidores, entendí la verdadera profundidad de mi soledad.
Para ellos, yo no era una persona.
Era un inconveniente.
Un obstáculo en su camino hacia la gloria.