Lo veía a veces tomar su teléfono, marcar mi número y esperar, como si por arte de magia yo fuera a contestar. Luego lo dejaba con un suspiro de frustración, murmurando para sí mismo.
"¿Por qué no me dijiste que te sentías tan mal, Sofía? ¿Por qué no insististe?".
La culpa, en su mente retorcida, seguía siendo mía.
Yo, mientras tanto, vagaba por la casa, atrapada en un bucle de recuerdos. Recordaba la mañana del accidente, la alegría que sentía. El test de embarazo positivo en mi mano, la imagen de la ecografía guardada en mi bolso para dársela esa noche.
Recordaba estar en el coche, justo antes del impacto, mientras una llovizna suave comenzaba a caer.
"Ale, tengo que decirte algo muy importante esta noche", le había dicho, con la mano en mi vientre.
"¿Ah sí? ¿Qué cosa?", respondió él, con una sonrisa, sin apartar la vista de la carretera.
Desde el asiento trasero, Valeria se inclinó hacia adelante.
"Seguro es otra de tus sorpresas, Sofi. ¿Compraste otro mueble que no cabe en el departamento?".
Su tono era juguetón, pero había un filo en su voz que solo yo parecía notar.
"No, esto es diferente", dije, mirando a Alejandro con todo el amor que sentía. "Esto nos va a cambiar la vida".
Fue entonces cuando Valeria soltó un grito agudo y señaló hacia adelante. "¡Cuidado!". No había nada, solo un coche que cambiaba de carril a una distancia segura. Pero el grito sobresaltó a Alejandro, quien dio un volantazo instintivo. El coche patinó en el asfalto mojado y se estrelló contra la barrera de contención.
No fue un choque brutal, fue casi un golpe seco. Pero fue suficiente.
Ahora, desde mi estado etéreo, veía la verdad. Valeria había provocado el accidente. Fue deliberado.
Mientras Alejandro estaba en la cocina preparándole un té a su paciente estrella, su teléfono sonó. Era mi madre. Él dudó antes de contestar.
"¿Bueno?", dijo con voz cansada.
"Alejandro", la voz de mi madre era acero puro. "¿Ya te dignaste a preguntar por los arreglos del funeral de mi hija?".
"Señora Ramos, yo...".
"No me llames así. Para ti soy la señora Ramos. Y te exijo que me digas por qué. ¿Por qué la dejaste morir?".
Él se pasó una mano por el pelo, visiblemente atormentado.
"Yo no la dejé morir. Tuve que tomar una decisión. Valeria...".
"¡No vuelvas a mencionar ese nombre en mi presencia!", gritó mi madre, y su dolor atravesó la línea telefónica. "Mi hija está muerta por tu culpa. Y no solo ella".
Hubo una pausa, un silencio cargado de un peso insoportable.
"¿A qué se refiere?", preguntó Alejandro, con un hilo de voz.
"La autopsia", dijo mi madre, y su voz se rompió en un sollozo ahogado. "El informe del forense... Sofía estaba embarazada, Alejandro".
El teléfono se deslizó de la mano de Alejandro, cayendo al suelo con un golpe sordo.
"Tenía casi tres meses", continuó la voz de mi madre desde el pequeño altavoz del teléfono en el suelo. "Iba a tener un hijo. Tu hijo. Y tú la dejaste morir para salvar a esa... a esa mujer".
Alejandro se quedó paralizado, su rostro una máscara de horror absoluto. La negación, su escudo, su fortaleza, se hizo añicos. Miró sus manos, las manos de un cirujano que habían salvado tantas vidas, y por primera vez, las vio como las manos de un asesino.
La verdad, no la que él se había construido, sino la verdad real, brutal e innegable, acababa de demoler su mundo.
Y en medio de las ruinas de su cordura, mi alma fantasma solo pudo sentir una profunda y amarga tristeza. La justicia llegaba tarde, y el precio era la destrucción total del hombre que, a pesar de todo, yo había amado.