El teléfono de Armando sonó, era una videollamada, en la pantalla apareció el rostro sonriente de Sofía, estaba en lo que parecía la suite de un hotel de lujo, con Javier a su lado, ambos sostenían copas de champán.
"Hola, mi amor", dijo ella con un tono burlón, "¿interrumpo tu duelo? Espero que no estés haciendo un drama, sabes cómo lo detesto".
Javier se rio, una risa hueca y desagradable.
Armando no respondió, se limitó a mirarla, su rostro era una máscara de piedra.
"Vamos, Armando, no pongas esa cara", continuó Sofía, tomando un sorbo de su copa, "Tienes que entenderlo, fue una inversión, Dulce nos dio el impulso que necesitábamos, su sacrificio no fue en vano, gracias a ella, pronto seremos la pareja más poderosa de todo México".
Su lógica era tan retorcida, tan monstruosa, que Armando sintió una oleada de náuseas.
Ella estaba justificando el asesinato de su hija como si fuera una transacción comercial.
"Ella era tu hija, Sofía".
"Y por eso su energía era tan pura, tan potente", replicó ella sin dudar, como si fuera la explicación más lógica del mundo, "Un sacrificio menor por un bien mayor, el nuestro, por supuesto".
Luego, su tono se volvió acusador.
"Además, no te hagas la víctima, seguramente ya estás con la vieja de mi abuela, lloriqueando para sacarle dinero, siempre has sido un aprovechado, usando tus cuentos de chamanes para manipular a la gente".
La audacia de sus palabras era increíble, estaba proyectando su propia naturaleza retorcida sobre él.
"Te voy a hacer un favor", dijo de repente, como si le estuviera concediendo una gran merced, "Javier y yo hemos decidido darte una pequeña compensación por tus... servicios paternales, digamos, un millón de pesos, para que te compres un nuevo poncho y nos dejes en paz de una vez por todas, tómalo como una liquidación".
La humillación era un ácido quemándole por dentro, le estaba ofreciendo dinero a cambio de la vida de su hija.
La imagen de los últimos momentos de Dulce volvió a su mente con una claridad brutal, la vio en los brazos de Javier, su pequeño pecho subiendo y bajando con dificultad, sus ojos buscando los de su padre en una súplica silenciosa.
Recordó el gemido, la convulsión, el momento exacto en que la luz se apagó en su mirada.
El recuerdo fue tan vívido que Armando tuvo que apoyarse en la pared para no caer, el dolor era físico, una presión insoportable en el pecho.
En la pantalla, Sofía lo miraba con impaciencia.
"¿Y bien? ¿Vas a aceptar o te vas a hacer el digno?".
Armando no podía hablar, solo podía ver una y otra vez la escena en su mente, el cuchillo, la sangre, la sonrisa de Javier, la frialdad de Sofía.
En su memoria, revivió el instante final, cuando el cuerpecito de Dulce se quedó completamente inmóvil, un silencio absoluto que gritaba más que cualquier sonido.
La vida se había ido, para siempre.
Armando levantó la mirada hacia la pantalla, y con una voz que no parecía la suya, una voz que venía de las profundidades de su alma rota, dijo una sola palabra.
"No".
Y cortó la llamada.