En las imágenes, Sofía aparecía en una fiesta de hacía meses, un poco pasada de copas, riendo y hablando cerca de un productor importante, el video estaba manipulado para que pareciera que le rogaba, que se ofrecía, que era una "trepadora" desesperada por conseguir fama a cualquier costo.
Los comentarios eran un veneno que se esparcía sin control, "Qué arrastrada", "Pobre Marc, se quitó un peso de encima", "Todas son iguales, solo buscan dinero y fama", "Mira esa cara de desesperada, qué asco". Miles de seguidores de Marc, sus "leones", como él los llamaba, se lanzaron a las redes de Sofía, inundando sus fotos con insultos, memes y amenazas. Su rostro estaba en todas partes, convertido en el símbolo de la mujer patética y ambiciosa.
El teléfono de Sofía no paraba de sonar, eran sus amigos, sus colegas de la organización humanitaria, todos preocupados, furiosos, pidiéndole que demandara a Marc, que lo expusiera por lo que era, un mentiroso y un manipulador. Pero Sofía no contestaba, miraba la pantalla de su celular con una calma que nadie podría entender, sus ojos fijos en el video que la estaba destrozando públicamente.
Dentro de ella, sin embargo, no había la tormenta que todos esperaban, había una quietud extraña, una resolución fría. Esto no era una sorpresa, era una prueba, la prueba final de un camino que había elegido mucho antes de conocer a Marc. Esto era parte del proceso, un dolor necesario para alcanzar un estado que nadie a su alrededor podía comprender. No buscaba justicia terrenal, su objetivo era mucho más elevado, este sufrimiento era el combustible que necesitaba para su verdadera misión, una que trascendía el odio de miles de desconocidos en internet. Marc, con su ego y su crueldad, solo era una herramienta en su camino, un peón inconsciente en un juego mucho más grande.
De repente, el nombre de Marc apareció en su pantalla, una videollamada. Sofía respiró hondo y aceptó. La cara sonriente y arrogante de Marc llenó la pantalla, estaba en su lujoso departamento, con la ciudad de fondo.
"¿Qué tal, Sofi? ¿Disfrutando de tus cinco minutos de fama?", dijo con una sonrisa burlona.
Sofía no dijo nada, solo lo miró.
"Veo que no has dicho nada, buena chica", continuó Marc, disfrutando su poder. "Sabes que te puedo destruir o te puedo levantar, así que vamos a jugar un poco, para que todos vean lo 'arrepentida' que estás, quiero que vayas ahora mismo a esa cafetería de especialidad que tanto te gusta, la que está al otro lado de la ciudad, y me traigas un café, un latte con leche de avena y dos de azúcar, tienes una hora".
Cualquier otra persona habría gritado, insultado, colgado. Pero Sofía, con esa calma desconcertante, simplemente asintió.
"Está bien, Marc", dijo con voz clara. "Voy para allá".
Marc se quedó un segundo en silencio, sorprendido por la rapidez con la que ella aceptó. Esperaba ruegos, llanto, no esa sumisión inmediata. Sonrió aún más, su ego inflándose.
"Perfecto, y quiero que transmitas en vivo todo el camino, para que mis leones vean tu peregrinaje", añadió. Colgó la llamada, convencido de que la tenía exactamente donde quería.
Sofía se levantó, se puso unos zapatos cómodos y salió de su departamento. En la calle, la gente la reconocía, algunos la señalaban, otros se reían en voz baja. Sus amigos cercanos, que la esperaban abajo, la miraron con incredulidad.
"¿Qué estás haciendo, Sofía? ¿De verdad le vas a seguir el juego?", le suplicó su colega, Elena.
"Es algo que tengo que hacer", respondió Sofía, sin dar más explicaciones.
Sacó su teléfono y comenzó a transmitir en vivo, el contador de espectadores subió a miles en segundos. Los comentarios eran una avalancha de burlas, "La perrita va por el café de su amo", "Qué humillación, no tiene dignidad", "Por un poco de atención hace lo que sea". Sofía no los leyó, su mirada estaba fija en el camino, cada paso una meditación, cada insulto un peldaño más en su ascenso silencioso.
Pero Marc no estaba satisfecho, la humillación no era suficiente. Volvió a llamar.
"Sofi, cambio de planes", dijo, su voz ahora con un filo más cruel. "El café ya no importa, he pensado en algo mejor, algo más... simbólico, quiero que camines descalza desde donde estás hasta la fuente de la Cibeles, es un buen tramo, ¿no? Quiero ver cuánto estás dispuesta a hacer para que te perdone".
El silencio en la transmisión fue total por un segundo, luego los comentarios explotaron con una mezcla de horror y fascinación morbosa. Sus amigos la miraron, esperando que por fin reaccionara, que mandara a Marc al diablo.
Sofía miró la acera sucia y caliente de la Ciudad de México, luego miró a la cámara. Sin una palabra, se agachó, se quitó los zapatos y los dejó en la banqueta. El primer contacto de sus pies con el concreto áspero le envió una sacudida de dolor por todo el cuerpo, pero su rostro no mostró nada, solo una determinación inquebrantable.
Comenzó a caminar, cada paso una tortura, el asfalto quemaba, pequeñas piedras se le clavaban en la piel. La cámara de su teléfono temblaba ligeramente, pero seguía apuntando al frente. El dolor físico era intenso, pero para Sofía, era una purificación, un fuego que quemaba las últimas ataduras que la unían a este mundo de vanidad y ego. Estaba soportando el dolor no por Marc, sino por ella misma, por el objetivo que solo ella conocía.
Llegó a la fuente de la Cibeles casi una hora después, con los pies ensangrentados y sucios, el sudor perlando su frente. Se detuvo, exhausta, mirando el agua de la fuente. Había cumplido. Justo en ese momento, un auto de lujo se detuvo a su lado. De él bajó Marc, pero no venía solo, de la mano traía a Ximena Rojas, otra influencer, su nueva conquista.
Ximena la miró de arriba abajo con desprecio.
"Ay, mi amor, mira a la pobre", le dijo a Marc, con una voz falsamente compasiva. "Todo esto por ti, qué ternura".
Marc sonrió, ignorando por completo a Sofía y sus pies heridos, se inclinó y le dio un beso a Ximena.
"Todo lo que hago, lo hago por ti, reina", dijo Marc, lo suficientemente alto para que Sofía lo escuchara. "Tú eres mi presente y mi futuro".
Se dieron la vuelta y se subieron al coche, arrancando y dejándola sola, descalza y humillada frente a la fuente, mientras miles de personas en línea se reían de su dolor y su aparente estupidez. La recompensa por su sufrimiento había sido entregada a otra, la humillación era total, pero en los ojos de Sofía, por un instante, brilló una luz que no era de derrota, sino de triunfo. La prueba se estaba intensificando, y ella estaba lista.