El corazón que le robaron
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Capítulo 2

Al día siguiente, la puerta del sótano se abrió de nuevo.

Pensé que era Ricardo, pero en su lugar apareció una pequeña figura.

Era Pedrito, mi hijo.

Tenía cinco años, pero sus ojos me miraban con un odio que no correspondía a su edad. En sus manos sostenía un plato de comida. O lo que quedaba de ella.

"Mi mamá Camila dice que eres una mujer mala y que por eso vives aquí", dijo, su vocecita infantil cargada de veneno.

Mi corazón se encogió.

"Pedrito, yo soy tu mamá", susurré, extendiendo una mano temblorosa hacia él.

Él retrocedió como si mi mano quemara.

"¡Mientes! ¡Mi mamá es Camila! ¡Ella me quiere, tú no!".

Con un grito de rabia, arrojó el plato al suelo. El arroz y los frijoles se esparcieron por el piso sucio.

"¡Esto es para ti, bruja!".

Se dio la vuelta y salió corriendo, cerrando la puerta con un fuerte golpe que resonó en el silencio.

Me quedé mirando la comida desparramada, las lágrimas rodaban por mis mejillas sin que yo pudiera detenerlas. El dolor del rechazo de mi propio hijo era peor que cualquier dolor físico.

Unos minutos después, Ricardo bajó. Vio el desastre en el suelo y suspiró con fastidio.

"¿Ni siquiera puedes llevarte bien con un niño?".

"Él me odia, Ricardo. Le han llenado la cabeza de mentiras".

"Camila lo está criando. Es natural que la quiera a ella", dijo, como si fuera lo más lógico del mundo. Se agachó y recogió los trozos más grandes del plato roto.

"Él es mi hijo", insistí, mi voz rota.

Ricardo se detuvo y me miró fijamente. "Sofía, ¿recuerdas el incendio?".

Asentí en silencio.

"Tú lo salvaste a él. Empujaste su cuna fuera de la habitación antes de que el techo se derrumbara", dijo, su voz extrañamente carente de emoción.

"Sí. Y luego salvé tu vida".

Él asintió lentamente, sus ojos nunca dejaron los míos. "Exacto. Y por salvarme, quedaste atrapada. Los médicos dijeron que tus piernas no volverían a funcionar. Dijeron que tu corazón también sufrió daños por el humo".

"¿Y? ¿Eso te dio derecho a encerrarme aquí?".

"Te estoy manteniendo con vida", dijo, su voz era un susurro grave. "Si te dejo salir, si te dejo luchar, si te dejo sentir demasiado... morirás. El médico fue muy claro".

Una risa amarga escapó de mis labios.

"¿Qué médico? ¿Vargas? ¿El mismo que le diagnosticó una enfermedad cardíaca inexistente a Camila? ¿El mismo que te está ayudando a planear mi muerte para darle mi corazón a ella?".

Ricardo no respondió. Su silencio fue una confesión.

Todo era una mentira. Su preocupación, su "protección". Era una jaula diseñada para mantenerme viva y relativamente sana hasta el día de la cirugía.

"Lo único que te importa es su vida, no la mía", dije, sintiendo cómo la última pizca de amor que alguna vez sentí por él se convertía en cenizas.

"Te prometo que no sentirás nada, Sofía. Será rápido".

"¿Como rápido fue nuestro amor? ¿Como rápido olvidaste todo lo que vivimos juntos?".

Cerré los ojos, y la imagen de su propuesta de matrimonio apareció en mi mente. Estábamos en la cima de una montaña, el sol se ponía en el horizonte, pintando el cielo de naranja y rosa. Se arrodilló, con una pequeña caja de terciopelo en la mano.

"Sofía, eres mi guionista estrella, mi inspiración, mi vida. Cásate conmigo y hagamos juntos la película más grande de todas: nuestra vida".

En ese momento, creí en sus palabras. Creí en su amor. Creí que éramos invencibles.

Qué tonta fui.

Abrí los ojos y lo miré, al hombre que ahora era un extraño, un monstruo.

"Ricardo, el amor que sentía por ti... se acabó. Ya no existe. Puedes hacer lo que quieras conmigo. Ya no voy a luchar".

Por primera vez en mucho tiempo, vi una emoción real en su rostro. Un destello de pánico, de dolor. Pero desapareció tan rápido como llegó, reemplazado por su máscara de frialdad.

"Mejor así", dijo, antes de darse la vuelta y marcharse, dejándome sola en la oscuridad con los restos de mi comida y mi corazón roto.

            
            

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