Sus lágrimas, mi dulce venganza
img img Sus lágrimas, mi dulce venganza img Capítulo 4
4
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

La despedida final fue más dura de lo que imaginaba, no por ellos, sino por la vida que dejaba atrás. Tuve que volver una última vez para recoger mi pasaporte y algunos documentos legales. Programé mi visita para cuando pensé que estarían fuera.

Me equivoqué.

Cuando estaba a punto de irme, con mis documentos guardados de forma segura en mi bolso, Sofía bajó corriendo las escaleras.

-¿Te vas? -preguntó, con la voz temblorosa. Corrió hacia mí, con los brazos extendidos como para un abrazo.

Instintivamente di un paso atrás. Su pie se enganchó en el borde de la alfombra. Soltó un grito y cayó al suelo, aterrizando en un montón.

-¡Ay! ¡Mi tobillo! -gritó, su rostro contorsionado por el dolor.

Era una farsa descarada y torpe. Vi cómo enganchaba la alfombra a propósito.

Antes de que pudiera procesar lo absurdo de la situación, Marcos estaba allí. Había salido de su estudio, con el rostro convertido en una máscara de furia. Vio a Sofía en el suelo y me vio a mí de pie sobre ella. No preguntó qué había pasado. No dudó.

Su mano voló y conectó con mi mejilla.

La bofetada sonó fuerte en el silencioso vestíbulo. La fuerza del golpe me hizo girar la cabeza hacia un lado, mi piel ardiendo con un dolor agudo e impactante.

Era la primera vez que alguien me pegaba en mi vida.

Me quedé allí, aturdida en silencio, con el lado de la cara palpitando.

David entró corriendo desde la cocina, con los ojos desorbitados.

-¿Qué hiciste? -me gritó, corriendo al lado de Sofía-. ¿Estás loca? ¿Empujas a una chica que es una invitada en esta casa?

Acunó a Sofía protectoramente.

-¿Estás bien, cariño? ¿La bruja malvada te hizo daño?

Me miró, con el rostro lleno de un veneno que nunca antes había visto.

-¡No eres más que una huérfana que recogimos! ¿Tienes idea de todo lo que hemos hecho por ti? ¿Y así es como nos lo pagas? ¿Con ingratitud y violencia?

Huérfana. La palabra quedó suspendida en el aire, fea y definitiva. Mi padre había fallecido, pero mi madre estaba muy viva. Él lo sabía. Lo dijo solo para herirme.

Mi mundo, que se había estado resquebrajando durante días, finalmente se hizo añicos. La imagen de los dos hermanos amorosos que me habían protegido toda mi vida se disolvió por completo, reemplazada por estos dos extraños crueles.

Me toqué la mejilla ardiente. Una extraña calma invadió el shock. Esta bofetada, este acto final e imperdonable, fue una especie de liberación.

-Está bien -dije, mi voz tranquila pero clara-. No los culpo.

Miré a Marcos, luego a David.

-Consideren esto como mi pago por todos los años de amabilidad. Ahora estamos a mano.

Mi falta de histeria pareció enfurecer aún más a David.

-¿A mano? ¿Crees que una bofetada nos deja a mano? -gruñó, poniéndose de pie-. ¡Claro que no nos culpas! ¡Tienes que arrodillarte y pedirle perdón a Sofía ahora mismo!

-No -dije simplemente-. No hice nada malo. No me disculparé.

-¡Te disculparás! -David dio un paso amenazador hacia mí.

Recordé que se había metido en una pelea en la preparatoria para defender mi honor. Le había roto la nariz a un chico por llamarme por un apodo. Había vuelto a casa con los nudillos magullados y una sonrisa orgullosa, diciéndome: "Nadie se mete con mi Olivia". Ahora, esa misma ferocidad se dirigía hacia mí.

Marcos, al ver la expresión de mi rostro, pareció sentir una punzada de culpa. Se interpuso entre nosotros.

-David, ya es suficiente. -Se volvió hacia mí, su expresión suavizándose ligeramente-. Olivia, mira, las cosas están tensas. ¿Por qué no vas a la cocina? Haré que el cocinero te prepare algunos de esos pastelitos de crema que tanto te gustan.

La oferta era tan absurda, tan completamente fuera de contacto con la realidad, que casi me reí.

-No puedo comer eso, Marcos -dije, con la voz plana-. No he podido comerlos desde hace cinco años. No desde que empezaron mis problemas estomacales.

Me miró fijamente, un destello de confusión en sus ojos. Lo había olvidado. Después de años de traerme medicinas y comida blanda, lo había olvidado por completo.

Mi calma, mi negativa a quebrarme, pareció ser la provocación definitiva para David. Cuando me di la vuelta para irme, sacó el pie.

No lo vi a tiempo. Tropecé, perdí el equilibrio. Caí hacia adelante, por la puerta abierta, y aterricé de cara en el fangoso y arruinado trozo de mi jardín de lirios del valle.

El lodo frío y húmedo me salpicó la cara y la ropa. Al dolor de mi mejilla se unió ahora un dolor punzante en la rodilla.

Levanté la vista del suelo. Marcos y David estaban de pie en la puerta, con los brazos alrededor de Sofía, protegiéndola como si yo fuera una especie de monstruo. Simplemente me observaron.

No me ofrecieron una mano. No me preguntaron si estaba bien.

Se dieron la vuelta y, con Sofía cojeando dramáticamente entre ellos, volvieron a entrar y cerraron la puerta, dejándome sola en el lodo.

Me quedé allí un largo momento, el frío calándome hasta los huesos. Luego, lenta y dolorosamente, me levanté. Saqué mi teléfono, con los dedos resbaladizos por el lodo, y yo misma llamé a una ambulancia.

En el hospital, el mismo médico que había tratado mi hemorragia estomacal miró mi mejilla magullada y mi ropa embarrada con una expresión cansada y triste.

-Jovencita -dijo amablemente, mientras examinaba mi esguince de tobillo-, de verdad necesita dejar de permitir que le hagan esto.

Solo asentí, aceptando la gasa estéril y el silencioso zumbido de las máquinas del hospital. Había terminado. Completa y absolutamente terminado.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022