Entré con pasos cautelosos, todavía vestida con el vestido de encaje que Martina me había recomendado para parecer "suficientemente adecuada", aunque en realidad solo me importaba que nadie sospechara lo que realmente pensaba. La luz era tenue, solo unos pocos focos antiguos iluminaban las filas interminables de barriles, y el olor a roble, uvas fermentadas y humedad me envolvió como una tela áspera.
Nicolo estaba allí, de pie, junto a una pila de cajas de madera con botellas nuevas esperando ser etiquetadas. Alto, con el rostro angular y la mirada fría, me hizo sentir como un intruso en su reino, aunque aún no habíamos cruzado palabra. Tenía la mandíbula apretada y los ojos fijos en un punto indeterminado, pero cuando levantó la vista y me vio, su expresión cambió por un instante: una mezcla difícil de leer entre sorpresa y algo que se parecía peligrosamente a la curiosidad.
-Clara -dijo con voz baja y controlada, sin moverse-. No esperaba verte aquí.
Intenté responder con una sonrisa, aunque mis labios parecían pegados, sin fuerzas para expresar más que una cortesía calculada.
-Estoy explorando. Necesito conocer cada rincón de este lugar que pronto será mío.
Él arqueó una ceja, pero no dijo nada. La tensión en el aire era palpable, un hilo invisible que nos ataba sin que ninguno quisiera admitirlo. Noté que sus ojos escudriñaban cada detalle de mí, como si intentara descubrir cuál era mi verdadero propósito, más allá de las palabras vacías que soltaba.
-Este lugar no es un simple terreno para lucir -su voz llevaba filo-. Aquí hay tradiciones, lealtades y una historia que no entiendes. No cometas el error de subestimarla.
Sentí un escalofrío que se coló por mi columna. Quería responder, defenderme, decirle que yo sabía perfectamente en lo que me metía, que mis intenciones iban mucho más allá de la ilusión de un matrimonio arreglado. Pero su presencia era como un muro impenetrable y me quedé callada. Hasta me arrepentí de haber hecho aquel comentario.
-No quiero malinterpretar la situación, Clara -añadió después, acercándose un poco-. No todo lo que ves es lo que parece. Ni siquiera para nosotros, los que vivimos aquí.
En ese instante, el aire parecía volverse más denso, y su voz, tan controlada y fría, tenía un matiz que despertaba una mezcla peligrosa dentro de mí: atracción y rechazo, fascinación y temor. Era un hombre que imponía respeto y miedo, un enigma envuelto en un cuerpo fuerte y una mente afilada como una navaja. De seguro sería el personaje que me causaría más trabajo controlar.
Recordé entonces fragmentos sueltos, flashes de conversaciones que había escuchado sin querer, la manera en que la familia se movía alrededor de él con una mezcla de admiración y precaución. Y en medio de esa red de emociones, me di cuenta de que Nicolo no solo controlaba la bodega y el vino, sino algo mucho más profundo: el destino de todos nosotros.
Intenté mantener la mirada firme, aunque sentí que mis manos sudaban y la piel se me erizaba con cada palabra. Quería saber más, pero también quería protegerme, esconder detrás del sarcasmo y la indiferencia esa parte de mí que estaba comenzando a temblar.
-¿Qué quieres decir con "no malinterpretar"? -pregunté, poniendo en juego toda la seguridad que fingía.
Nicolo esbozó una sonrisa que no alcanzó a suavizar su expresión.
-Que esta familia está rota, Clara. Que no es un cuento de hadas ni un negocio limpio. Que tu compromiso con Marco no es algo que debas juzgar sin conocer el trasfondo.
El silencio se hizo pesado. Las sombras de los barriles parecían más largas, más amenazantes.
-Y sin embargo, aquí estás -dijo finalmente, acercándose aún más, casi rozándome con su presencia-. ¿Qué esperas encontrar?
No supe qué responder. En realidad, esperaba todo y nada. Esperaba encontrar poder, seguridad, dinero, un lugar donde dejar de ser invisible, pero también esperaba que todo se desmoronara para poder tomar lo que quedara.
Nos quedamos allí, atrapados en esa especie de duelo silencioso, el olor a vino y madera mojada como testigos mudos de una tensión que quemaba sin llamar la atención.
Cuando finalmente me aparté, noté que Nicolo me seguía con la mirada, sus ojos fríos y calculadores.
-Ten cuidado, Clara -dijo con un tono bajo, cargado de advertencia-. Porque en esta casa, todo se paga. Y a veces, el precio es más alto de lo que uno está dispuesto a dar.
Me alejé con pasos medidos, sintiendo que algo dentro de mí se había movilizado en un instante. La bodega no era solo un lugar donde almacenar el vino; era el epicentro de un juego peligroso en el que Nicolo tenía las cartas ganadoras.
Mientras ascendía las escaleras hacia la luz del día, una mezcla de deseos encontrados me consumía: quería huir y quedarme; quería odiarlo y desearlo. Y sobre todo, quería saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar para ganar.
La luz del sol que me recibió al salir de la bodega parecía demasiado brillante, casi ofensiva después del silencio cargado que había dejado atrás. Respiré hondo, intentando calmar el ritmo acelerado de mi corazón, mis manos sudaban, aunque la humedad pegajosa y el aire denso me recordaban que no podía reinar tan fácil en ese lugar con Nicolo.
Sus palabras seguían resonando en mi cabeza: "En esta casa, todo se paga". ¿Qué significaba realmente? ¿Qué había pasado con Marco? ¿Qué secretos escondía esa familia detrás de su fachada de riqueza y aparente perfección? ¿Y si estaban arruinados?
Al cruzar el patio, noté las miradas furtivas de los empleados que trabajaban en los jardines. Nadie mencionaba la boda, pero todos trabajaban para que todo saliera bien, se movían con cautela, como si un huracán invisible se acercara. Martina, que me esperaba sentada en un banco de hierro forjado, levantó la vista y me lanzó una sonrisa cargada de complicidad.
-¿Cómo estuvo el encuentro con el gran jefe? -preguntó en voz baja, sin disimular el brillo curioso en sus ojos.
-Más frío que el vino de la bodega -respondí, tratando de sonar despreocupada, aunque una parte de mí quería gritar que ese hombre era un misterio que podría devorarme entera.
Martina se acercó y, sin decir más, tomó mi mano con firmeza.
-Tenemos que jugar bien nuestras cartas, Clara. Esto no es solo una boda; es una partida donde nadie gana sin perder algo. Eso lo sabemos.
Su advertencia me hizo recordar lo que habíamos planeado desde el principio: aprovechar la boda con Marco para consolidar nuestra posición. Pero también me obligó a pensar en Nicolo, ese hombre que, a pesar de su frialdad, parecía tener la llave de todo.
Esa noche, mientras me preparaba para dormir, las imágenes de Nicolo me invadieron. Su mirada intensa, su voz grave, el modo en que sus palabras habían atravesado mi armadura de sarcasmo. Cerré los ojos y recordé fragmentos de nuestra conversación, mezclados con flashes de mi propia ambición y miedo.
No podía permitirme fallar. No ahora. Tenía que ponerlo de mi lado.