Aja siguió caminando. Llegó a su habitación y cerró la puerta, el agotamiento tan pesado que se sentía como un peso físico.
Un momento después, su puerta se abrió de golpe. Katerina estaba allí, con las manos en las caderas.
-Esta es mi casa ahora -se burló-. Cuando te digo que hagas algo, lo haces.
Miró a Aja de arriba abajo, con una sonrisa cruel en el rostro. -Es una lástima, de verdad. Todo el tiempo que tú y Alex pasaron tratando de tener un bebé. Todos esos médicos, todo ese dinero. ¿Y para qué? Simplemente estás... rota. Una mujer estéril y rota. No me extraña que viniera a mí.
Las palabras estaban dirigidas a Alondra, y dieron en el blanco en las profundidades de la mente de Aja. Sintió una ola del viejo y agonizante dolor de Alondra. El recuerdo del último aborto, la sangre, el vacío. Alejandro había deseado un hijo desesperadamente. Era lo único que ella no podía darle.
-Felicidades por tu embarazo, Katerina -dijo Aja, con voz plana-. Espero que tú y el bebé sean muy felices.
Katerina se rió, un sonido áspero y feo. -Oh, lo seremos. Una vez que estés fuera de escena para siempre.
Aja se acostó en la cama y cerró los ojos, rezando por el olvido.
De repente, un grito agudo, seguido por el sonido de cristales rompiéndose, resonó desde abajo.
Aja se incorporó de un salto, con el corazón latiéndole con fuerza. Su primer pensamiento, un instinto de Alondra, fue por el bebé.
Salió corriendo de la habitación y bajó las escaleras.
Katerina estaba en el suelo, rodeada de los fragmentos de un jarrón roto. Tenía un pequeño y superficial corte en el brazo, del que brotaba sangre. Se lo había hecho a sí misma.
-¡Kat! -gritó Aja, corriendo a su lado-. ¿Estás bien?
Alcanzó a Katerina, su único pensamiento era ayudar, verificar si estaba gravemente herida.
En ese preciso momento, la puerta principal se abrió de golpe. Alejandro había vuelto. Había llegado a casa antes de tiempo.
Contempló la escena de un solo vistazo: Aja arrodillada sobre Katerina, Katerina en el suelo, llorando, con sangre en el brazo.
-¿Qué hiciste? -rugió, su rostro contorsionado por la furia.
-¡Me empujó! -chilló Katerina, señalando a Aja con un dedo tembloroso-. ¡Dijo que deseaba que el bebé estuviera muerto!
-No -dijo Aja, levantándose, con las manos en alto-. No, Alex, no lo hice. Se cayó.
Él no escuchó. Empujó a Aja a un lado y corrió al lado de Katerina, tomándola en sus brazos.
-Está bien, nena, estoy aquí. Te tengo.
La sacó por la puerta, sus ojos lanzando dagas de puro odio a Aja. -Pagarás por esto -escupió.
Aja se quedó sola en la sala destrozada, la mentira flotando en el aire como gas venenoso. Se quedó allí, en silencio, mientras él llevaba a Katerina al hospital.
Tenía un ala privada de guardia. El corte era superficial, apenas necesitaba una venda, pero Alejandro caminaba de un lado a otro en la sala de espera como un tigre enjaulado, su furia creciendo con cada segundo que pasaba.
La acorraló allí, su voz baja y amenazante.
-Vas a disculparte con ella.
Aja lo miró fijamente, su silencio un muro que él no podía romper.
-¿Me oíste? -siseó-. Vas a arrodillarte y rogarle perdón.
Ella solo lo miró, viendo por primera vez la verdadera profundidad de su delirio. No solo creía la mentira de Katerina; necesitaba creerla. Encajaba en su narrativa de la esposa loca y celosa y la víctima vulnerable e inocente.
-¿Por qué haces esto, Alondra? -preguntó finalmente, su voz quebrándose con el dolor de Alondra-. Después de todo... ¿por qué?
Por un momento, pareció genuinamente sorprendido por su arrebato. Vio las ojeras bajo sus ojos, la demacración de su rostro. Vio cuánto peso había perdido.
Un destello de algo -¿lástima? ¿culpa?- cruzó su rostro. Su voz se suavizó, pero la exigencia permaneció. -Solo discúlpate, Alondra. Por mí. Dejemos esto atrás.
-No tengo nada de qué disculparme.
-¡Yo te apoyé! -gritó, su ira estallando de nuevo-. ¡En todo! ¡El juicio, la prisión! ¡Nunca me aparté de tu lado!
-¡Tú me metiste ahí!
-¡Eso fue un error!
-¿Y qué hay de tu promesa? -gritó ella, las palabras brotando de su garganta-. ¿La promesa que hiciste cuando perdimos a nuestro bebé? ¿Que siempre seríamos nosotros? ¿Que me amabas? ¿Eso también fue un error?
Él la miró, sin palabras. La mención de su hijo perdido, un tema que no habían tocado en años, tocó una fibra sensible.
-Eso no tiene nada que ver con esto -dijo finalmente, su voz fría y despectiva.
El último pedazo del corazón de Alondra, la pequeña y tonta parte que todavía recordaba al hombre que solía ser, se hizo añicos.
Su teléfono sonó. Contestó, de espaldas a ella. Una enfermera.
-Estaré allí en un momento -dijo, y luego colgó.
Se dio la vuelta para irse, para volver al lado de Katerina.