PUNTO DE VISTA DE ARIADNA:
Cuando las puertas del elevador se cerraron, sellándome lejos de su mundo, una ola de euforia mezclada con terror me invadió. Libertad. La sostenía en mi mano, una sola hoja de papel que era tanto mi liberación como mi declaración de guerra.
Al mismo tiempo, una sensación aguda y desgarradora comenzó en lo profundo de mi alma. El vínculo de compañeros, ahora oficialmente roto por su propia mano, comenzaba a deshacerse. Era un dolor fantasma, una molestia en una extremidad que ya no estaba allí.
De vuelta en el penthouse que había sido mi jaula dorada, el silencio era ensordecedor. Caminé por las opulentas habitaciones, viéndolas por lo que eran: una sala de exhibición, no un hogar. Nada aquí era verdaderamente mío.
Una notificación sonó en mi teléfono. Era un correo electrónico encriptado con el sello del Concilio del Claro de Luna.
"Su solicitud ha sido aprobada. Se le ha reservado un lugar en el Santuario para Artistas Cumbres de la Sierra en Coahuila. Llegada en dos semanas".
Se sintió como una señal de la propia Diosa Luna. Un camino hacia adelante. Un puerto seguro.
Sin un segundo de vacilación, respondí: "Acepto. Gracias".
Mi siguiente búsqueda fue un vuelo de ida a Saltillo. Lo reservé, el correo de confirmación era una promesa de una nueva vida. Mi exilio.
Los días siguientes fueron un borrón de preparación silenciosa. Empaqué solo lo que importaba. Mis pinceles gastados, mis cuadernos de bocetos llenos de visiones frenéticas, un puñado de novelas viejas con lomos agrietados y la poca ropa sencilla que había tenido antes de convertirme en la "compañera del Alfa".
Los vestidos de diseñador, las joyas brillantes, los símbolos de mi posición, los dejé todos atrás en los enormes armarios, como la piel mudada de una vida que ya no quería.
Una extraña fatiga se instaló en lo profundo de mis huesos. Una náusea persistente revolvía mi estómago cada mañana. Lo atribuí al estrés, al trauma espiritual del Rechazo. El vínculo se deshilachaba con cada hora que pasaba, y el dolor era un zumbido constante y bajo bajo mi piel.
Entonces, una tarde, mientras envolvía un lienzo, un pensamiento me golpeó. Me detuve, contando los días con los dedos.
Mi ciclo. Estaba retrasado.
Para una mujer loba, especialmente una unida a un Alfa poderoso, eso casi siempre significaba una cosa.
Una mezcla vertiginosa de esperanza y puro terror desgarrador hizo que mi corazón latiera contra mis costillas. En un viaje a la tienda de artículos de arte, mis pies me llevaron, como por voluntad propia, a una pequeña botica que atendía a los de nuestra especie.
Compré una prueba de embarazo, su pequeña caja contenía una astilla de Pétalo de Luna pulido, una sustancia que reacciona a las hormonas específicas de un embarazo de mujer loba.
De vuelta en mi estudio, el único lugar en el penthouse que sentía como mío, cerré la puerta con llave. Mis manos temblaban mientras seguía las sencillas instrucciones. Recordé un texto antiguo que había leído, una advertencia sobre los hijos de Lobas Blancas y Alfas dominantes: su poder podía ser volátil, inestable. Un nuevo miedo, agudo y específico, atravesó la neblina.
Luego esperé.
Los tres minutos más largos de mi vida.
Lentamente, una tenue luz comenzó a brillar desde dentro de la astilla de Pétalo de Luna. Se hizo más brillante, fusionándose en una única forma inconfundible.
Una luna plateada, perfecta y luminosa.
Positivo.
Estaba embarazada.
Y la vida que crecía dentro de mí no era un niño cualquiera. Era el heredero de la manada Roca Negra, una fusión imposible de un Alfa dominante y una rara Loba Blanca.
Mi simple plan de desaparecer, de sanar en soledad, se hizo añicos al instante. Esto ya no se trataba solo de mi libertad.
Se trataba de proteger a mi hijo del padre que ya nos había rechazado a ambos.
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