La Heredera Rechazada: Su Reinado Ha Comenzado
img img La Heredera Rechazada: Su Reinado Ha Comenzado img Capítulo 4
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Capítulo 4

Elara Garza POV:

Karina vestía un suave vestido de maternidad blanco, la imagen de la inocencia virginal. Su cabello estaba recogido de forma sencilla y su maquillaje era mínimo, diseñado para resaltar el aspecto pálido y frágil que había perfeccionado. Parecía una cierva asustada atrapada por los faros de un coche. Una chica inofensiva y enamorada que había tropezado accidentalmente en un mundo de poder e intriga.

Era una actuación magistral.

Fernando se inclinaba hacia ella, susurrándole algo al oído que la hizo sonrojar. Colocó una mano protectora en la parte baja de su espalda.

Toda la mesa había enmudecido. El tintineo de los cubiertos, el bajo murmullo de la conversación, todo murió. Los ancianos Villarreal parecían profundamente incómodos, sus miradas se desviaban de mí a Fernando y al suelo.

Me quedé de pie al final de la mesa, la reina silenciosa y legítima que acababa de encontrar a una usurpadora en su trono.

No levanté la voz. No lo necesitaba.

-Quítate de mi silla -dije. Las palabras fueron silenciosas, pero cortaron el silencio como un fragmento de cristal.

Karina dio un respingo, sus ojos se abrieron de par en par en un shock fingido. Volcó su vaso de agua, el cristal repiqueteando contra el plato.

-¡Oh! Lo siento mucho -tartamudeó, su labio inferior temblando. Miró a Fernando, sus ojos se llenaron de lágrimas-. Fernando, yo...

-Es solo una silla, Elara -dijo Fernando, su voz tensa por el fastidio. Ni siquiera me miró. Estaba demasiado ocupado secando el vestido de Karina con su servilleta.

-No es "solo una silla" -repliqué, mi voz tan dura como el acero-. Ese es el asiento de la señora de esta casa. Una posición para la que no estás, y nunca estarás, calificada para ocupar. Ahora, por última vez, quítate.

Karina soltó un pequeño sollozo y hundió la cara en el hombro de Fernando.

-Por el amor de Dios, Elara, ya basta -espetó Fernando, finalmente fulminándome con la mirada-. Está embarazada. Necesita estar cerca de mí por si se siente mal. Muestra un poco de compasión.

Compasión. La palabra fue una cerilla encendida en una habitación llena de gasolina.

-Ese asiento -dije, mi voz elevándose-, fue comprado con la vida de mi padre. Fue pagado con la totalidad del legado de los Garza. Representa una promesa hecha con sangre. ¿Qué derecho tiene ella a sentarse ahí? ¿Qué ha sacrificado ella alguna vez?

Fernando se puso de pie de un salto, la silla raspando ruidosamente contra el suelo de mármol. Se movió para pararse frente a Karina, protegiéndola con su cuerpo como si yo fuera una amenaza física.

-¡Tiene derecho porque lleva a mi hijo en su vientre! -rugió, su voz resonando en la cavernosa habitación-. ¡Y no permitiré que nadie, ni siquiera tú, le falte el respeto a la madre de mi hijo!

La estaba protegiendo. De mí.

Un recuerdo, nítido y no deseado, cruzó mi mente. Tenía siete años, acorralada por un perro que gruñía en el jardín. Fernando, entonces un niño de doce años, se había parado frente a mí así, con los brazos abiertos, gritándole al perro que se fuera. Me lo había prometido entonces, su voz fiera y protectora: "Siempre te mantendré a salvo, Elara. Siempre".

Ese niño se había ido. En su lugar había un extraño que me miraba con fría furia. Un hombre que había transferido su lealtad, su protección, su mundo entero, a otra mujer.

La cena terminó antes de empezar. La habitación se vació en un torbellino de disculpas incómodas y miradas esquivas, dejándonos a los tres de pie entre los escombros.

Esa noche, Fernando vino a mi habitación. Apestaba a whisky y a una arrogancia santurrona.

-Me avergonzaste esta noche, Elara -arrastró las palabras, apoyándose en el marco de la puerta-. Avergonzaste a Karina.

No dije nada. Simplemente desbloqueé mi celular y se lo extendí. En la pantalla estaba el hilo de los mensajes de acoso de Karina, culminando en la foto íntima de ellos en su cama.

La miró fijamente, el color desapareciendo de su rostro. Por un momento, pareció genuinamente aturdido.

-Ella... solo estaba asustada -tartamudeó, recuperándose rápidamente-. Es insegura. Hablaré con ella -ofreció una patética disculpa a medias en su nombre.

Luego intentó rodearme con sus brazos por detrás, hundiendo su cara en mi cabello. El olor de otra mujer estaba en su piel. Sentí que se me revolvía el estómago.

-Superemos esto -murmuró contra mi oído-. Una vez que sea Director General, me casaré contigo. Lo prometo. Solo sé paciente. Intenta entender a Karina. Ha pasado por mucho.

Sentí una repulsión violenta tan poderosa que fue una fuerza física. Lo aparté de mí de un empujón, retrocediendo a trompicones.

-Quítame las manos de encima -siseé, mi voz llena de un odio que me sorprendió incluso a mí.

Me miró, sus ojos borrachos luchando por enfocar.

-No me casaré contigo, Fernando -dije, las palabras sabiendo a libertad en mi lengua-. Ni ahora. Ni nunca.

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