Seducida por el Tío de mi Esposo
img img Seducida por el Tío de mi Esposo img Capítulo 5 5
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Capítulo 5 5

Selene estuvo a punto de romper el móvil de la rabia, pero la aventura con Alaric le había arrancado la tristeza y el dolor que la consumían. Ahora ni siquiera le importaba que Lucían no hubiera vuelto en toda la noche.

A la mañana siguiente, se vistió rápido y condujo al trabajo.

Nunca había pensado en ser ama de casa, ni siquiera después de casarse con Lucían. Era la única heredera de la familia Stone, destinada a algo más grande.

Ivy, en cambio, era simplemente el error nacido de una noche de embriaguez de su padre, Felipe Stone. Aunque la familia trataba a Ivy como a una señorita más, su existencia era una mancha imborrable para Felipe, quien había jurado amar solo a su esposa.

Ivy era la prueba viviente de su traición, pero aun así, Selene siempre la había tratado como a una hermana menor. Solo mucho después entendió lo estúpida que había sido protegiendo a alguien tan ingrata.

En cuanto llegó al edificio del Grupo Stone, Selene estacionó en el sótano y subió al piso diecisiete.

-Buenos días, directora Selene -la saludaron varios empleados.

-Buenos días -respondió con una sonrisa, antes de entrar en su oficina.

El Grupo Stone era una empresa mediana-alta en Ciudad Pacífica, especializada en electrónica, inmobiliarias y cadenas de grandes almacenes. Aunque era la heredera natural, el corazón de Selene estaba en el diseño de moda. Su padre, siempre complaciente, nunca la obligó a estudiar administración. En cambio, creó un departamento de diseño especialmente para ella en el piso diecisiete.

Unos minutos después, su secretaria llamó a la puerta y entró con un café.

-Directora Selene, su café.

-Gracias -dijo, notando que la joven no se retiraba.

-¿Algo más?

-Está la señorita Ivy afuera -informó, frunciendo el ceño.

¿Ivy? ¿Qué quiere ahora? ¿Presumirme algo?

Selene soltó una sonrisa irónica.

-Déjala pasar.

Ivy entró llevando un vestido largo y elegante, sonriendo de manera exageradamente coqueta.

-Selene -saludó, como si nada.

-¿A qué vienes? -preguntó Selene, fría.

-No seas tan seca. Somos hermanas.

-¿Hermanas? Qué curioso. No sabía que una hermana pudiera acostarse con el marido de la otra -le espetó Selene, tomando un sorbo de café.

Ivy no se inmutó. Al contrario, sonrió aún más.

-¿Cómo puedes culparme? El problema es que tú no supiste retener su corazón.

-Si vienes a presumir, puedes largarte.

El rostro altivo de Selene irritaba a Ivy más que cualquier insulto. La hacía sentir patética, insignificante.

-Algún día te veré arrodillada ante mí, suplicándome misericordia -escupió Ivy antes de marcharse.

Selene solo rio, una carcajada seca y sarcástica.

Esa tarde, el mayordomo de la Villa Lancaster la llamó para informarle de un banquete que se celebraría en tres días.

Los Lancaster eran una de las familias más importantes y respetadas de Ciudad Pacífica, así que Selene decidió regresar dos días antes para preparar todo con calma.

Intentó llamar a Lucían, pero él le colgó.

No volvió a insistir. Al día siguiente, regresó sola a la Villa Lancaster.

-Señora Selene -la recibió Jaime Arnal, el mayordomo de la familia.

-Buenas tardes, Jaime. ¿Dónde está el abuelo?

-En el invernadero. Si quiere, puede descansar primero en el salón principal. Le avisaré de su llegada.

-No te preocupes, iré a verlo yo misma.

Selene sabía que no era apropiado esperar a que el abuelo viniera a recibirla, así que se dirigió hacia el invernadero.

La Villa Lancaster había sido construida por el tatarabuelo de Lucían y llevaba más de doscientos años en pie. Con cada generación, la casa se había hecho aún más magnífica. El abuelo de Lucían, Gerardo Lancaster, era un apasionado coleccionista de antigüedades, así que la villa, en vez de parecer anacrónica, era una joya histórica en medio de la modernidad.

El jardín mantenía una estructura clásica, salvo por el salón de flores: un moderno invernadero de cristal escondido entre los árboles. Nadie sabía por qué Gerardo había mandado construir algo tan diferente, pero era su rincón favorito.

Selene tardó casi veinte minutos en llegar. Desde lejos, vio a Gerardo sentado, tomando té.

-¡Abuelito! -lo saludó con alegría mientras se acercaba.

-¡Selene! Ven, prueba mi nuevo té -la invitó Gerardo, sonriendo.

A pesar de sus casi setenta años, Gerardo seguía lleno de vitalidad. Siempre había tratado a Selene con especial cariño.

-Gracias, abuelo -dijo Selene, probando el té y luego sonriendo-. ¡Está delicioso! Deja un aroma tan fresco... Cada vez perfeccionas más tu arte del té.

-¡Qué niña tan halagadora! -rió Gerardo entre dientes. Le sirvió más té y preguntó, como si fuera algo casual:

-¿Y Lucían? ¿Por qué no ha venido contigo?

Selene se tensó un segundo, pero enseguida sonrió para disimular.

-Está muy ocupado. Luego le llamaré -respondió.

-¡Ese mocoso! -bufó Gerardo-. No te preocupes, yo mismo le llamaré.

-Gracias, abuelo.

Selene no quiso contradecirlo. Después de todo, era un gesto de cariño.

-Gracias por venir a organizar el banquete -añadió el anciano, con sinceridad.

-No hay de qué. Es mi deber como miembro de la familia Lancaster -dijo ella, sonriendo.

Gerardo le dio unas palmaditas cariñosas en la mano.

-Si los padres de Lucían no hubieran muerto tan jóvenes, no tendrías que cargar con tanto peso -suspiró, melancólico-. Gracias, hija.

-No digas eso, abuelo.

Selene intentó consolarlo, cambiando el tema hacia cosas más alegres para levantarle el ánimo.

Pasó todo el día ocupada supervisando preparativos. Exhausta, volvió a su habitación cerca de las diez de la noche y se metió a duchar.

De repente, mientras enjabonaba su cabello, escuchó cómo la puerta se abría lentamente.

Selene no escuchó nada por el sonido del agua... hasta que la puerta del baño se abrió de golpe.

Se dio vuelta de inmediato, cubriéndose como pudo con una toalla. En medio del pánico, reconoció el rostro furioso de Lucían.

-¡¿Qué estás haciendo?! -rugió él.

Se quedó un momento paralizado, pero enseguida avanzó hacia ella.

-¿Por qué te tapas? -escupió, su voz cargada de rabia-. ¿Puedes mostrarle tu cuerpo a un imbécil, pero no a tu marido?

-¿Qué pasa? -preguntó Selene, esforzándose por mantener una expresión fría, aunque por dentro la invadía la tristeza.

Esa indiferencia encendió aún más la furia de Lucían.

-¡Claro que pasa algo!

Soltó una risa amarga mientras la miraba con desprecio. Su vista se deslizó por los hombros de Selene, enrojecidos por la ducha.

Ella estaba tan hermosa que Lucían no pudo contener el odio que le provocaba imaginar a otro hombre disfrutándola.

Sin previo aviso, le arrancó la toalla.

-¡Lucían, basta!

Selene intentó zafarse, pero su resistencia solo lo enfureció más.

-¡Soy tu marido! -gritó, fuera de sí.

De un tirón la agarró por el cuello, presionándola contra las frías baldosas.

La toalla cayó al suelo. Selene luchaba por cubrirse, pero Lucían la sostuvo con brutalidad.

-¡Puta! -escupió, mirándola con odio-. ¿Qué haces fingiendo ser una santa? ¿Así seduces a esos idiotas? ¿Con ese jueguito de inocencia?

La obligó a mirarlo, apretándole la mandíbula con los dedos.

-¡Lucían, suéltame! -gritó ella, sin apenas poder respirar.

-¡Contesta! -bramó, apretándole más la garganta-. ¿Así los provocas? ¡Habla!

Selene apenas podía emitir sonido, asfixiada. Pero Lucían, enceguecido por los celos y la rabia, solo veía una negativa a responder.

El hombre se dejó llevar por la ira, río frenéticamente mientras torturaba ese delicado cuerpo sin temor a dejarle moretones.

                         

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