Intenté zafarme, mi entrenamiento de defensa personal activándose automáticamente -cambiar el peso, bajar el centro de gravedad-. Pero me superaban en número. Bella me dio una patada en la parte posterior de la rodilla y mi pierna se dobló.
Caí, golpeando el duro suelo de mármol con un golpe seco que me hizo castañetear los dientes.
-¡Sujétenla! -ordenó Lola.
Sentí manos presionando mis hombros contra la piedra fría, inmovilizándome como un espécimen. Mi saco se rasgó con un agudo *rip*.
Lola se paró sobre mí, pareciendo una deidad vengativa en gasa blanca.
-Necesitas aprender cuál es tu lugar -dijo, respirando con dificultad, su pecho subiendo y bajando-. ¿Crees que puedes entrar aquí y faltarme al respeto? Voy a ser la Primera Dama de esta familia.
Se inclinó y me abofeteó de nuevo.
Mejilla izquierda. Mejilla derecha.
Mi cabeza retumbaba como una campana golpeada. La humillación era peor que el dolor. Yo era Alessia Lombardi. Mi padre les cortaba la lengua a los hombres que me hablaban con el tono equivocado. Y aquí estaba yo, siendo golpeada por una mesera de antro en un vestíbulo que técnicamente era mío.
-Voy a marcarte esa carita aburrida tuya -siseó Lola, su saliva cayendo en mi mejilla-. Quizás así Dante deje de tenerte lástima.
La miré. Tenía el labio partido. Podía sentir la sangre goteando por mi barbilla, caliente y metálica.
-Si me vuelves a tocar -susurré, mi voz una navaja fría-, rogarás por la muerte.
Lola echó la cabeza hacia atrás y se rio. Fue un sonido agudo y maníaco.
-¿Oyeron eso? ¡La engrapadora me está amenazando!
Levantó el pie, apuntando su afilado tacón de aguja hacia mi mano.
Entonces se detuvo.
Sus ojos captaron el brillo plateado en mi garganta.
Era un viejo relicario. Plata deslustrada, grabada con una simple mariposa. No era llamativo. No tenía diamantes.
Pero era lo único que mi madre me había dejado antes de morir en un coche bomba destinado a mi padre.
-¿Qué es esta basura? -se burló Lola.
Se agachó y tiró de la cadena.
-¡No! -grité, luchando contra las manos que me sujetaban, debatiéndome violentamente-. ¡No toques eso!
La cadena se rompió con un chasquido repugnante.
Lola sostuvo el relicario a la luz, balanceándolo como un insecto muerto.
-Tan corriente -dijo-. Dante me compra diamantes. ¿Y tú usas... hojalata?
-Devuélvemelo -dije con la voz ahogada. El aire se sentía demasiado escaso, mis pulmones ardían. Ese relicario tenía la foto de mi madre. Era una reliquia sagrada.
-Es feo -decidió Lola-. Igual que tú.
Lo dejó caer al suelo.
El tiempo pareció ralentizarse. Vi el corazón de plata golpear el mármol. No se rompió.
Entonces Lola levantó el pie.
Bajó el tacón con fuerza, justo en el centro de la mariposa.
*Crunch.*
El sonido del metal retorciéndose y el cristal haciéndose añicos fue más fuerte que cualquier disparo que hubiera oído jamás.
Mi corazón se detuvo.
Lola molió el tacón contra los fragmentos, girando una y otra vez, asegurándose de que no quedara nada más que polvo y chatarra.
-Ups -dijo, sonriéndome-. Creo que rompí tu juguetito. Ahora no tienes nada.
Dejé de luchar. Las manos que me sujetaban se sentían distantes. El dolor en mi cara se desvaneció.
Un vacío frío y oscuro se abrió en el centro de mi pecho. Se tragó el amor que sentía por Dante. Se tragó mi paciencia. Se tragó a la chica que quería una vida normal.
Miré la plata aplastada en el suelo.
El Pacto había terminado.
La Omertà se había roto.
La guerra había comenzado.