Cuando el amor se hizo arma
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Capítulo 4

Punto de vista de Ana Iturbide:

El rostro de Valeria, que momentos antes había estado compuesto, se retorció de furia. El triunfo cuidadosamente construido del lanzamiento de su podcast se había disuelto en un espectáculo público, y su imagen cuidadosamente curada se estaba desmoronando. Este no era el éxito viral que había imaginado.

El presentador, entrando en pánico, hizo señas frenéticamente a los guardias de seguridad.

-¡Sáquenla! ¡Por favor, escolten a la salida!

Sentí manos en mis brazos, pero grité, un sonido crudo y animal, y me aparté violentamente. El contacto, la restricción inesperada, envió una descarga de terror a través de mí, un eco primitivo de las manos que me habían atrapado hace tantos años.

Las luces, las caras, el ruido... todo se arremolinó en un borrón nauseabundo. El olor a palomitas de maíz rancias y perfume caro se convirtió en el sabor metálico del miedo. Estaba de vuelta allí, en la oscuridad, con manos sobre mí, voces gritando. Mi cuerpo se agarrotó, temblando incontrolablemente. No podía respirar. El mundo se inclinó sobre su eje, los colores sangrando, los sonidos distorsionándose en una cacofonía de miedo.

-¡Ana! -gritó Erick, corriendo hacia adelante, alcanzándome-. ¡Ana, estoy aquí!

Pero su voz, su tacto, solo alimentaron el pánico. Golpeé violentamente su mano para apartarla, mis ojos ardiendo, desenfocados, con una rabia primitiva.

-¡No me toques! ¡Eres un monstruo! ¡Un monstruo enfermo y retorcido! -Mi voz era fina, aguda, apenas audible por encima de mis respiraciones irregulares-. Me llamaste tu paciente... tu prometida... y luego vendiste mi alma.

Un reportero, empujando más cerca, gritó:

-¿Es inestable? ¿Es esto parte de un montaje para desacreditar el podcast?

Otro intervino:

-¡Suena desquiciada! ¿Se está desmoronando el "engaño"?

El rostro de Erick se contorsionó de dolor y desesperación. Miró de los reporteros hostiles a mi forma temblorosa, luego de vuelta a mí, con una agonía silenciosa y suplicante en sus ojos.

Valeria, siempre oportunista, aprovechó el momento.

-Este comportamiento, señorita Iturbide, es exactamente por lo que el Dr. Nájera creía que necesitaba ayuda. Tomaremos acciones legales por difamación e interrupción de un evento privado. -Su voz era fría, afilada, cortando a través del caos.

Todos los ojos, llenos de juicio y curiosidad morbosa, estaban sobre mí. El peso de su mirada era asfixiante. Traté de hablar, de defenderme, pero mi garganta estaba cerrada, mi pecho ardía. Las palabras me fallaron.

Erick, quizás en un último intento desesperado por recuperar el control, me agarró del brazo con fuerza, tratando de arrastrarme hacia la salida del backstage.

-Ana, vámonos. Necesitamos irnos. -Me arrebató el micrófono de mi mano temblorosa.

Mis protestas, mis gritos estrangulados, fueron tragados por la voz triunfante y amplificada de Valeria.

-¡Gracias a todos por asistir! ¡Tendremos una declaración de seguimiento pronto!

Justo cuando sentí que me arrastraban, una voz atronadora cortó el pandemonio, clara y autoritaria, silenciando a la multitud.

-¡Alto ahí!

El muro de reporteros y miembros de la audiencia se separó casi mágicamente, creando un camino claro por el pasillo central. Una figura alta e imponente avanzó con propósito. Su rostro era sombrío, sus ojos intensos. Llevaba un traje oscuro, su placa federal enganchada a su cinturón brillando bajo las luces del escenario. Se movía con una autoridad innegable, su mirada fija en mí. Caminó directamente al escenario, pasando al presentador asustado, pasando a Valeria y a Erick, y vino directo hacia mí.

                         

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