-Ese cuadro es una ofensa al buen gusto -murmuró Dante sin levantar la vista de la pantalla, señalando una pintura abstracta pretenciosa sobre el sofá.
-Mantenimiento ya viene a buscarlo -respondió Elena, tecleando en su tableta-. He pedido que traigan los sillones de cuero negro del almacén. Y he solicitado café de verdad. El que servían aquí sabía a agua sucia.
Dante se detuvo un momento y la miró. Elena estaba de pie junto a la ventana, con el teléfono en el hombro y tomando notas en una agenda. El sol de la mañana iluminaba su perfil, suavizando la tensión en su mandíbula. A pesar del traje de "armadura" que le había comprado, todavía había una suavidad en ella que contrastaba con el entorno corporativo brutal.
-Te adaptas rápido al poder, Elena -dijo él.
Ella colgó el teléfono y lo miró.
-No es poder, señor Blackwood. Es limpieza. Y esta oficina estaba muy sucia.
Dante sonrió de medio lado. Le gustaba eso. Le gustaba que no se acobardara.
-Dante -corrigió él.
Elena parpadeó, sorprendida.
-¿Perdón?
-Cuando estemos solos, llámame Dante. "Señor Blackwood" suena a mi padre, y te aseguro que no soy él. Además, somos socios en esto, ¿no?
-Socios... -Elena probó la palabra, insegura.
Antes de que pudiera responder, el intercomunicador del escritorio emitió un zumbido urgente. La voz de la recepcionista, temblorosa, llenó la habitación.
-Señor Blackwood... eh... la señora Vega está aquí. Insiste en entrar. Dice que... bueno, dice que es la dueña.
La temperatura en la oficina descendió diez grados en un segundo. La sonrisa de Dante desapareció, reemplazada por esa máscara de hielo que Elena empezaba a conocer bien.
-Déjala pasar -dijo Dante con voz gélida-. Y Elena... no te muevas de mi lado.
-¿Quiere que me quede? -preguntó ella, sintiendo un nudo en el estómago. Enfrentar a Claudio era una cosa; enfrentar a Sofía, la mujer que la había tratado como basura durante años, era otra muy distinta.
-Quiero que veas esto -Dante se levantó de la silla ejecutiva y caminó hacia el frente del escritorio, apoyándose en el borde con los brazos cruzados, una postura de dominio relajado-. Quiero que veas quién es ella realmente cuando le quitan la corona.
Las puertas dobles se abrieron de golpe.
Sofía Vega entró como un huracán de Chanel y furia. Llevaba gafas de sol enormes que se quitó con un gesto teatral al entrar. Su cabello rubio estaba perfecto, pero sus ojos azules destilaban veneno puro.
No miró a Dante al principio. Sus ojos se clavaron directamente en Elena.
-Tú -sisearó Sofía, señalándola con un dedo acusador-. ¡Tú, pequeña víbora trepadora! Claudio me llamó desde el coche. Me dijo que te atreviste a echarlo. ¿Quién te crees que eres? ¡Eras la chica que me traía las ensaladas!
Elena sintió el impulso de retroceder, la vieja costumbre de sumisión intentando tomar el control. Pero entonces sintió la presencia de Dante a su derecha, sólida y silenciosa. Recordó a su madre en el hospital privado, recibiendo la mejor atención gracias a él. Recordó el respeto en la voz de Dante hacía un momento.
Elena alzó la barbilla.
-Soy la Directora de Operaciones de Blackwood Holdings, señora Vega -dijo Elena con una calma que no sentía-. Y le sugiero que baje el tono. Ya no está en su casa.
Sofía abrió la boca, indignada, pero su atención fue capturada por la figura imponente apoyada en el escritorio.
-Tú debes ser el tal Blackwood -Sofía cambió su postura al instante. La furia se transformó en una seducción calculadora. Caminó hacia él, moviendo las caderas, ignorando a Elena como si fuera un mueble-. Mi marido me dijo que has robado nuestra empresa. Aunque conociendo a Claudio, probablemente arruinó la negociación.
Sofía se detuvo a un metro de Dante, mirándolo de arriba abajo con una apreciación descarada.
-Eres mucho más... impresionante en persona que en esa gala oscura -ronroneó ella-. Mira, podemos arreglar esto. Claudio es un idiota, lo admito. Pero yo sigo siendo accionista. Y tengo mucha influencia en la alta sociedad. No necesitas a esta secretaria de segunda -señaló a Elena con desdén-. Necesitas a alguien de tu nivel. Alguien que sepa cómo manejar el poder.
Elena sintió una punzada de dolor en el pecho. No por el insulto, sino por la forma en que Sofía miraba a Dante. Como si fuera un premio. Y una parte insegura de Elena temió que funcionara. Sofía era hermosa, rica y sofisticada. Elena solo era... Elena.
Dante observó a Sofía en silencio durante un largo momento, con la mirada de un entomólogo estudiando un insecto particularmente desagradable.
-¿Has terminado? -preguntó él. Su voz era plana, carente de cualquier emoción.
Sofía parpadeó, desconcertada por la falta de reacción.
-Yo... solo estoy ofreciendo una alianza. Claudio está acabado. Lo sé. Pero tú y yo...
-Tú y yo no somos nada, Sofía -interrumpió Dante. Se impulsó del escritorio y dio un paso hacia ella. Su altura la obligó a retroceder-. Mírame bien. ¿De verdad no sabes quién soy?
Sofía frunció el ceño, escrutando su rostro. La barba, la cicatriz, los años... Damián había cambiado mucho. Pero entonces, Dante hizo algo que no había hecho en cinco años. Sonrió. La misma sonrisa torcida que solía hacerle cuando le traía el desayuno a la cama.
El color drenó del rostro de Sofía tan rápido que parecía que se iba a desmayar.
-No... -susurró ella, llevándose una mano a la garganta-. Damián.
-Hola, cariño -dijo él, y la palabra sonó como una maldición-. Feliz aniversario atrasado.
-Estás muerto -balbuceó ella, retrocediendo hasta chocar con una silla-. Te vimos en las noticias... la cárcel... desapareciste.
-Sobreviví -Dante avanzó otro paso, acorralándola-. Sobreviví a la cárcel donde tú y tu amante me enviaron. Sobreviví a la vergüenza. Y pasé cada día de los últimos cinco años construyendo la pala con la que voy a enterrar su legado.
Sofía empezó a temblar. Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero Dante no se inmutó. Sabía que eran lágrimas de miedo, no de arrepentimiento.
-Damián, por favor -intentó ella, cambiando de táctica de nuevo, buscando la víctima-. Claudio me obligó. Yo tenía miedo. Él... él planeó todo. Yo siempre te amé, solo estaba confundida...
-Para -Dante levantó una mano, cortando su súplica con asco-. No te humilles más. Es patético. No he venido a recuperar tu amor, Sofía. He venido a recuperar lo que es mío.
Dante se giró y caminó hacia Elena, que observaba la escena paralizada. Él se colocó a su lado y, con un gesto deliberado, pasó un brazo por la cintura de ella, atrayéndola hacia sí. El contacto fue firme, posesivo y electrizante. Elena se tensó, pero no se apartó. Su cuerpo encajaba contra el de él como si hubieran sido hechos para estar así.
-Esta es la realidad, Sofía -dijo Dante, mirando a su exesposa mientras sostenía a Elena-. Claudio está fuera. Tú estás fuera. Tus acciones han sido congeladas y mis abogados están auditando tus gastos personales de los últimos cinco años. Si compraste un solo bolso con dinero de la empresa, irás a la cárcel.
Sofía miró la mano de Dante en la cintura de Elena. Sus ojos se llenaron de un odio venenoso.
-¿Me cambias por ella? -escupió Sofía-. ¿Por la sirvienta?
-Elena no es una sirvienta -dijo Dante con voz suave pero letal-. Ella es leal. Es inteligente. Y tiene más dignidad en su dedo meñique que tú en toda tu vida. Ella es mi socia. Y a partir de hoy, si quieres hablar conmigo, tendrás que pedirle permiso a ella primero.
Sofía soltó un grito de frustración ahogado. Miró a Dante, luego a Elena, y se dio cuenta de que había perdido. No tenía cartas que jugar.
-Esto no se quedará así -amenazó Sofía, dándose la vuelta-. Tengo abogados.
-Yo tengo la verdad -respondió Dante-. Cierra la puerta al salir.
Sofía salió del despacho dando un portazo que hizo vibrar los cristales.
El silencio volvió a la habitación, pero esta vez estaba cargado de una tensión diferente. Dante no retiró su brazo de la cintura de Elena inmediatamente. Se quedaron así unos segundos, respirando el mismo aire cargado de adrenalina.
Elena podía sentir el calor de su mano a través de la seda de su blusa. Su corazón latía tan fuerte que temía que él pudiera sentirlo.
Lentamente, Dante la soltó y se alejó unos pasos, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración contenida.
-Lo siento -dijo él, dándole la espalda-. No debiste tener que presenciar eso.
Elena se abrazó a sí misma, sintiendo frío donde antes había estado su mano.
-Dante -lo llamó por su nombre por primera vez. Se sintió extraño en su lengua, íntimo-. ¿Era verdad?
Él se giró, con el rostro ensombrecido.
-¿Qué cosa?
-Lo que dijo. Que ella es... que ella fue importante.
Dante soltó una risa amarga.
-Ella fue mi esposa, Elena. Le di todo. Y ella me vendió por un coche deportivo y un puesto en la alta sociedad.
Se acercó a Elena de nuevo, deteniéndose justo frente a ella. Sus ojos oscuros buscaron los de ella con una intensidad desesperada.
-Lo que le dije sobre ti... eso sí fue verdad. -Dante bajó la voz-. Eres lo único limpio en este pozo de serpientes. Cuando te toqué... cuando te puse a mi lado frente a ella... no fue solo actuación. Necesitaba recordarle lo que es una mujer de verdad.
Elena sintió que las piernas le flaqueaban. La línea entre el teatro y la realidad se estaba borrando peligrosamente.
-Dante... soy tu empleada. Tenemos un trato.
-Al diablo el trato -murmuró él, inclinándose hacia ella. Su mirada cayó a los labios de Elena-. Empiezo a pensar que el precio que pagué por esta empresa fue barato si venía contigo incluida.
Elena contuvo la respiración, hipnotizada. Podía oler su colonia, sentir el calor que emanaba de él. Sabía que era peligroso. Sabía que él estaba herido, que estaba usando la venganza como combustible y que ella podría quemarse. Pero en ese momento, con la adrenalina corriendo por sus venas y el hombre más poderoso de la ciudad mirándola como si fuera lo único que importaba, no le importó.
-Señor Blackwood -susurró ella, una última línea de defensa débil.
-Dante -insistió él, a milímetros de su boca-. Dilo otra vez.
-Dante...
El sonido del teléfono de la oficina rompió el momento como un cristal.
Dante cerró los ojos y soltó una maldición en voz baja. Se apartó de ella bruscamente, rompiendo la burbuja de intimidad, y caminó hacia el escritorio para contestar.
-¿Qué? -ladró al teléfono.
Elena se llevó una mano al pecho, tratando de calmar su respiración. Miró la espalda ancha de Dante mientras él ladraba órdenes a alguien de seguridad.
Habían sobrevivido a Claudio. Habían sobrevivido a Sofía. Pero Elena tenía la terrible certeza de que la verdadera amenaza para su corazón acababa de empezar, y tenía nombre de poeta y ojos de demonio.