Altar de Lujuria
img img Altar de Lujuria img Capítulo 4 Refugio en la casa de Dios
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Capítulo 6 Susurros en la celda img
Capítulo 7 El beso del demonio img
Capítulo 8 La tentación creciente img
Capítulo 9 Confesiones en la penumbra img
Capítulo 10 El cuerpo traiciona al alma img
Capítulo 11 La caída img
Capítulo 12 El amanecer del pecado img
Capítulo 13 La sombra de la culpa img
Capítulo 14 El regreso del enemigo img
Capítulo 15 La desaparición img
Capítulo 16 El vacío img
Capítulo 17 El encierro img
Capítulo 18 El castigo eterno img
Capítulo 19 El secreto en su vientre img
Capítulo 20 El silencio y la soledad img
Capítulo 21 La huida frustrada img
Capítulo 22 El juicio de la madre img
Capítulo 23 Dimitri entre la vida y la muerte img
Capítulo 24 Las cadenas invisibles img
Capítulo 25 El retorno del lobo img
Capítulo 26 El choque de mundos img
Capítulo 27 El rostro del enemigo img
Capítulo 28 Promesas entre sombras img
Capítulo 29 Heridas de Sangre img
Capítulo 30 Bajo la misma sangre img
Capítulo 31 Verdades claras img
Capítulo 32 Sombras y confesiones img
Capítulo 33 Identidades reveladas img
Capítulo 34 El palacio escondido img
Capítulo 35 Cicatrices invisibles img
Capítulo 36 La vida que comienza img
Capítulo 37 Entre rutinas y vigilias img
Capítulo 38 Sombras del apellido img
Capítulo 39 Rostros y Sombras img
Capítulo 40 Entre secretos y confesiones img
Capítulo 41 El peso de la sangre img
Capítulo 42 Enemigo al acecho img
Capítulo 43 El traslado img
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Capítulo 4 Refugio en la casa de Dios

Capítulo 3

El motor del Mercedes negro completamente blindado rugía como una bestia herida. Cada vibración atravesaba el cuerpo de Dimitri Ivanov como un martillo, recordándole que la bala alojada en su costado no tenía intención de dejarlo llegar demasiado lejos. Este apretó los dientes, con sus nudillos blancos sobre el volante y soltó otro gruñido. El aire dentro del coche estaba cargado con el olor a pólvora y sangre, haciendo que no se quedara dormido.

Había conducido sin rumbo fijo, simplemente alejándose del infierno que había dejado atrás: gritos, disparos, la voz de Igor rugiendo que se fuera mientras cubría su retirada.

El rostro de su hombre de confianza lo perseguía entre cada parpadeo sin poder evitarlo. Dimitri no quería dejarlo, no quería escapar como un cobarde, pero Igor lo había empujado hacia la salida como si su vida fuera más importante que la suya propia.

- ¡Vete, Dimitri! - aún escuchaba aquel último grito como un eco imposible de borrar - ¡Largo, maldita sea!

Ahora, kilómetros después, apenas mantenía los ojos abiertos. El camino de tierra por el que se había internado se volvía más estrecho, devorado por los árboles del bosque. No sabía en qué punto exacto del mapa estaba, pero eso ya no importaba. La sangre se filtraba por su camisa empapando el asiento, y cada vez que respiraba, sentía que la herida lo desgarraba más por dentro.

El coche dio un brinco violento y se sacudió, haciendo que Dimitri soltara una maldición en ruso, golpeando el volante. Sabía que no podía seguir conduciendo; estaba dejando un rastro de muerte tras de sí. Frenó con brusquedad, y el chirrido de los neumáticos se perdió en el silencio del bosque.

Con esfuerzo, abrió la puerta y el aire helado de la noche lo golpeó en el rostro, despejándole un poco la mente. Este guardó el arma bajo la chaqueta, cerró el coche con un movimiento torpe y lo empujó hacia un claro cubierto de ramas y hojas, ocultándolo lo mejor que pudo.

Luego, empezó a caminar.

Cada paso era un suplicio y el bosque parecía interminable: árboles altos que se alzaban como guardianes indiferentes, con sombras que se estiraban bajo la luna, y un silencio que lo envolvía todo. Solo el crujido de las ramas bajo sus botas era lo que se estaba y el jadeo de su respiración pesada rompía la quietud del lugar.

En su mente, Dimitri repasaba los rostros de los hombres que lo habían traicionado. En ese momento juró que ninguno de ellos viviría para contarlo, pero las promesas de venganza se volvían difusas bajo el peso de la sangre que seguía perdiendo.

El tiempo dejó de existir para él. Podrían haber pasado minutos u horas y para él era lo mismo. Sus piernas se movían por pura voluntad, y cada vez que caía de rodillas, se obligaba a levantarse con la fiereza de un lobo que se niega a morir en la nieve y entonces lo vio.

Entre las sombras del bosque, más allá de los árboles, una estructura emergió como un espejismo: muros de piedra, una torre con una cruz, ventanas iluminadas tenuemente en aquel convento escondido.

Dimitri soltó una risa ronca y amarga, sin poder creer hasta donde había sido capaz de llegar.

- ¿Un convento? -murmuró en ruso, escupiendo sangre al suelo- Qué ironía ¿eh? El demonio buscando a Dios luego de todo lo que ha hecho.

Con las últimas fuerzas que le quedaban, Dimitri se arrastró hasta las puertas de madera maciza. Lugar golpeó con el puño, fuerte al principio, luego más débil, hasta que apenas fue un roce desesperado.

Los minutos se hicieron eternos y estaba a punto de derrumbarse, cuando escuchó el chirrido de los cerrojos. La puerta se abrió para él, dejando escapar una ráfaga de luz cálida que contrastó con la fría oscuridad del bosque y entonces la vio a ella.

Una joven monja, con el velo blanco enmarcando su rostro como si hubiera sido esculpido por los ángeles. Sus ojos, grandes y expresivos, lo miraban con sorpresa y compasión. No era una de esas miradas temerosas que Dimitri conocía demasiado bien; está era una mirada limpia, tan pura que le pareció un insulto a su propia existencia.

- ¡Dios mío! - exclamó la joven en un susurro, llevándose una mano a la boca.

Dimitri intentó hablar, pero solo salió un gruñido ahogado. Luego de eso su visión se nubló, y por un instante lo único que distinguió fueron esos ojos, color mil, llenos de una luz que no había visto en años.

Ella dio un paso hacia él, extendiendo las manos, dispuesta a ayudarlo sin saber quien era.

-Señor, está herido... venga, rápido, entre - trató de ayudarlo, pero él ya no podía responder.

Su cuerpo, llevado al límite, cedió de golpe y Dimitri se desplomó hacia adelante. Lo último que sintió fue la suavidad de unos brazos delicados intentando sostener su peso y unos labios rezando una oración desesperada. Además, un susurro entre el caos de su mente era todo lo que recordaba o quería recordar.

- No me deje... no me deje morir aquí - dijo como último suspiro y después la oscuridad lo engulló.

            
            

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