"Sí, y tan vulnerable," respondió otra. "Escuché que casi muere en un accidente hace un tiempo. Rodolfo la salvó. Por eso la cuida tanto."
"Qué historia tan romántica."
Los comentarios me golpearon como puñetazos. Sentí un temblor recorrer mi cuerpo.
El anfitrión de la fiesta, un amigo de mi padre, anunció un juego. "¡Damas y caballeros, es hora de nuestro juego anual de 'Elige a tu Compañero'!"
Rodolfo y Fernanda fueron los primeros en la pista de baile. El anfitrión les dio dos tarjetas. Una con mi foto, otra con la de Fernanda.
"Rodolfo, ¿a quién elegirías para tu último baile?"
Rodolfo miró las tarjetas. No dudó.
"Elijo a Fernanda," dijo, su voz era firme. "Siempre a ella. Ella es frágil. Ella me necesita."
Explicó su elección, con una sonrisa en su rostro. "Ella es delicada. Ella necesita protección. No podría concebir mi vida sin ella."
La multitud aplaudió. La gente rió y brindó.
El juego continuó, y cada vez que Rodolfo tenía que elegir, siempre era Fernanda.
Recordé cada vez que le había pedido que me escuchara, que me viera. Cada vez que le había dicho mis sueños.
Él nunca se había interesado. Nunca me había preguntado qué me gustaba.
El juego llegó a su ronda final. Dos pantallas gigantes se encendieron, mostrando mi foto y la de Fernanda.
La sala quedó en silencio. Todos los ojos estaban puestos en Rodolfo.
Mi corazón, que creía muerto, latió con una esperanza absurdamente dolorosa. ¿Y si...?
Rodolfo miró las fotos. Un segundo. Dos. Tres. La tensión era insoportable.
"Elijo a Fernanda," dijo, su voz resonó en el silencio.
La multitud estalló en aplausos. La esperanza se hizo añicos.
Dejé mi vaso de whisky en una mesa. Salí del salón, mis movimientos eran automáticos.
Me encerré en el baño. Me miré al espejo. Mi rostro estaba pálido, mis ojos vacíos.
No. No lloraría. Ya no.
Me obligué a calmarme. No les daría la satisfacción de verme rota.
Salí del baño. El pasillo estaba poco iluminado.
De repente, un hombre borracho se abalanzó sobre mí. Me agarró del brazo.
"¡Hey, belleza! ¿Por qué tan sola?"
Intenté liberarme. Luché.
Mis ojos buscaron ayuda. Lo vi. Rodolfo, a unos metros de distancia, hablando con unos socios.
Nuestras miradas se encontraron.
Su ceño se frunció. Su rostro se oscureció. Empezó a caminar hacia mí.
Pero en ese instante, un grito agudo resonó en el salón principal.
"¡Rodolfo! ¡Mi tobillo!"
Era Fernanda.
Rodolfo se detuvo en seco. Su mirada se desvió de mí a la fuente del grito. Su rostro se llenó de preocupación.
Sin dudarlo, se dio la vuelta y corrió hacia ella.
"¡Mi amor! ¿Qué pasó?" se arrodilló a su lado, examinando su tobillo.
Fernanda, con lágrimas en los ojos, le dijo: "Me doblé el tobillo. ¡Fue horrible!"
Rodolfo la miró con preocupación. "No te preocupes. Estoy aquí. Ella," me señaló. "Ella puede cuidarse sola."
Mi corazón se rompió en mil pedazos. No había palabras. Solo el sonido de mi propia desesperación.
Cogí una botella de champán de una mesa cercana y la lancé contra la pared.
El cristal estalló. El ruido agudo asustó al borracho, que huyó.
Sentí un dolor agudo en mi mano. Un trozo de cristal se había incrustado en mi palma.
La sangre brotó, roja y cálida. Caía gota a gota sobre el suelo de mármol.
El dolor físico era intenso. Pero el dolor del alma, el de la traición y el abandono, era mil veces peor.
¿Por qué dolía más el alma que la carne?
La fiesta había terminado. Me quedé fuera del salón, esperando mi coche.
Rodolfo salió, sosteniendo a Fernanda. Ella se apoyaba en él, susurrándole cosas al oído.
Cuando me vieron, Fernanda se detuvo. "Ximena, cariño, lo siento mucho por lo de tu mano. Espero que no sea nada." Su sonrisa era una máscara de preocupación.
"Rodolfo es tan bueno conmigo," continuó, su voz era un susurro ensordecedor. "Él siempre me protege. Siempre me elige. A diferencia de ti, que siempre te las arreglas sola. Quizás por eso le das tanto miedo. No te necesita, ¿sabes? Solo te compadece."
Sus palabras me golpearon. Me encogí.
De repente, un coche negro se descontroló. Se dirigía directamente hacia nosotros.
"¡Cuidado!" gritó Rodolfo.
En una fracción de segundo, Rodolfo empujó a Fernanda a un lado. Su cuerpo la protegió.
Yo fui la que recibió el impacto.
Sentí un golpe atroz. Mi cuerpo voló por los aires.
El mundo giró. El dolor me consumió.
Mi última visión antes de la oscuridad fue la de Rodolfo, abrazando a Fernanda, alejándola del peligro.
Yo no existía.