Un grito desgarrador escapó de mi pecho. No pude contenerlo. Las lágrimas brotaron. Como un torrente. Lloré por mi bebé. Lloré por mi vida arruinada. Lloré por la mujer ingenua que había sido. Lloré hasta que mi cuerpo se rindió.
Me desvanecí de nuevo.
Cuando desperté, el sol ya se había puesto. Una luz tenue se filtraba por la ventana. Había pasado otro día. Anabel estaba sentada en la silla, comiendo una manzana. Su mirada, una mezcla de burla y superioridad.
"Por fin despiertas", dijo, dándole un mordisco ruidoso a la manzana. "Pensé que te quedarías dormida para siempre." Me miró de arriba abajo. "Así que... ya lo sabes, ¿verdad?"
Mi garganta estaba seca. Apenas podía hablar. "Sé que llevas un bebé", susurré.
Anabel sonrió. Una sonrisa cruel. "Así es. De Dante. Nuestro bebé. El heredero de los Picaso." Se acarició el vientre, con un gesto deliberado. Sus ojos no se apartaron de los míos. Disfrutaba mi sufrimiento.
No dije nada. Solo la miré. Mi corazón latía con furia.
"¿Desde cuándo...?", pregunté. Mi voz temblaba.
Anabel se rió. "Uhm, déjame ver. Desde que Dante te conoció, creo." Su risa se hizo más fuerte. "No, en serio. Empezamos a salir justo después de que él te propusiera matrimonio. Fue un secreto divertido, ¿sabes? Fingir que te apoyaba con tu restaurante, mientras él y yo planeábamos nuestro futuro."
Cada palabra era un puñal. Mi mente giraba. "Pero, ¿por qué? Él me amaba."
"¿Amarte?", Anabel se burló. "Dante solo se ama a sí mismo y a su estatus. Su familia nunca te aceptó, Jana. Eras una chef talentosa, sí. Pero no eras 'de su clase'. Y un Picaso necesita una esposa 'adecuada'. Con un linaje. Y un heredero." Su mirada se posó en mi vientre vendado. "Y tú no podías darle eso. No después de lo que pasó en el pasado."
Recordé el aborto espontáneo de hacía dos años. La tristeza que me había consumido. Dante había estado allí. O eso creí.
"Dante intentó dejarte varias veces. Pero su familia lo amenazó con desheredarlo si no cumplía la promesa de matrimonio. Y luego, bueno, yo quedé embarazada." Anabel sonrió con suficiencia. "Ese fue el empujón que necesitaba. Necesitaba una razón para deshacerse de ti sin parecer el villano. Y qué mejor manera que arruinar tu carrera. Tu prestigio. Así, tú serías la culpable del fracaso del restaurante."
El aire se volvió pesado. Mi visión se nubló. Quería saltar sobre ella. Arañarle la cara. Pero mis músculos estaban débiles.
"Y el día de la intoxicación... fue perfecto. Él se aseguró de que todo pareciera un accidente. Y cuando tú... bueno, perdiste al bebé... él estaba conmigo. Celebrando su 'libertad'." Anabel se reclinó en la silla. "Dante estaba tan preocupado por su herencia. Pensó que te dejaría el restaurante. Quería transferirte acciones para 'limpiar' su conciencia. Pero yo lo convencí de no hacerlo. Le dije que era un desperdicio."
Mi mandíbula se apretó. Mis puños se cerraron tan fuerte que las uñas se clavaron en mi piel.
"¿Y crees que eres mejor?", le espeté. "Eres una ambiciosa sin escrúpulos. Una roba-maridos."
Anabel se rió. "Yo le di lo que tú no pudiste: un heredero. Y una conexión con una familia respetable. Él me ama."
"¿Te ama?", me burlé. "Él solo te usa. Como me usó a mí."
Anabel se levantó. Se acercó a la cama. Su rostro estaba a centímetros del mío. Sus ojos brillaban con una malicia pura. "Él siempre venía a verme después de 'cuidarte'. Después de tus 'crisis'. Y cuando perdiste al bebé... Estaba tan aliviado. Me dijo que ahora podría estar conmigo sin cargo de conciencia. Que finalmente seríamos una familia. Y que la 'chefita' ya no sería un problema."
Mi sangre se congeló. Mi rostro se puso pálido.
"Cuando él estaba aquí, 'llorando' por ti, por tu bebé, por tu carrera, ¿sabes dónde estaba yo?", Anabel se rió. "Estaba con él. En la habitación de al lado. Nos besamos. Hicimos el amor. Mientras tú estabas inconsciente. Él me susurraba cuánto me amaba. Y cuánto odiaba la farsa de su matrimonio contigo."
El mundo giró. El dolor en mi vientre se intensificó. No. Esto no podía ser.
"Así que, querida", Anabel continuó, su voz un susurro venenoso. "Haznos un favor a todos. Desaparece. Haz tu vida. Dante se casará conmigo. Y tendremos a su hijo. Y tú... tú serás solo un mal recuerdo."
Sacó su teléfono del bolsillo. Me mostró la pantalla. Una invitación de boda elegante. Brillante. Los nombres de Dante Picaso y Anabel Blázquez. Y la fecha. La fecha era la misma que la nuestra. Y el lugar. El mismo lugar donde nos habíamos casado. Una réplica perfecta. Una burla.
"Te espero en la boda, querida", dijo con una sonrisa triunfante. Luego, tarareando una canción, salió de la habitación.
Un nudo se formó en mi garganta. El asco me invadió. Me sentía mareada. El mundo se oscureció. Y me desmayé de nuevo.
Volví a despertar en la noche. Otro día perdido. Dante estaba allí, sentado a mi lado. Sus ojos estaban rojos e hinchados. Me miró, con una expresión de súplica. Me tomó la mano.
Con un movimiento brusco, me zafé de su agarre. Me froté la mano, como si quisiera borrar su tacto.
Dante me miró, confundido. "Jana, ¿qué pasa? ¿Por qué me miras así?"
"¿Recuerdas tus votos matrimoniales, Dante?", pregunté, mi voz plana, sin emoción.
Él no dudó. "Claro que sí, mi amor. Los recuerdo perfectamente."
"¿Y por qué me preguntas si alguien te ha dicho algo?", me burlé.
Dante se levantó de golpe. "¡Anabel! ¡Maldita sea! ¡Ella estuvo aquí! ¿Qué te dijo esa víbora?" Salió de la habitación, gritando el nombre de Anabel.
En cuestión de segundos, Anabel entró. Su rostro era una máscara de inocencia. "Dante, ¿qué pasa? ¿Por qué gritas?"
"¿Estuviste aquí? ¿Le dijiste algo a Jana?", Dante la confrontó, su voz llena de furia.
Anabel me miró. Luego a Dante. "Oh, claro, querido. Pasé un momento. Pero Jana estaba dormida. Solo me aseguré de que estuviera cómoda. Le dije que te preocupas mucho por ella. Que solo tienes ojos para ella." Su voz era suave, casi tranquilizadora.