Capítulo 6 No.6

En el santuario del cubículo del baño, Marisma se limpió. Miró la chaqueta colgada en el gancho. Había una pequeña mancha de sangre en el forro de seda.

Revisó la etiqueta. Savile Row. A medida. 100% Lana de Vicuña. Esta chaqueta costaba más que su coche.

Suspiró, derrotada. No podía dejarla aquí. Tenía que limpiarla. Era química; sabía cómo eliminar manchas de proteínas sin dañar las fibras.

Envolvió la chaqueta en una bolsa de plástico que encontró en el armario de suministros y la metió en su bolso de mano. Salió del edificio con la cabeza baja.

Cuando llegó al ático, intentó escabullirse directamente al lavadero donde guardaba sus disolventes especializados.

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La voz de Brote. Había llegado temprano. Estaba de pie en el pasillo, sosteniendo un vaso de whisky.

La miró a ella. Luego miró el bolso de mano. Una manga de la chaqueta azul marino sobresalía.

-¿Qué es eso? -preguntó.

Marisma ajustó su agarre. -Solo tintorería.

Brote se acercó. Sacó la chaqueta del bolso antes de que ella pudiera detenerlo. La levantó. Era enorme comparada con su complexión. Se la llevó a la nariz y olió.

Olía a sándalo. Y debajo de eso, un tenue olor metálico. Hierro.

El rostro de Brote se torció. No identificó la sangre de inmediato; su mente fue a otra cosa. Rudeza. Otro hombre.

-¿Quién es él? -exigió Brote-. ¿Estás viendo a alguien?

Marisma se rió. Fue un reflejo. -¿Me estás preguntando eso a mí? ¿En serio?

Brote le agarró el brazo. Sus dedos se clavaron en su bíceps. -Soy tu marido, Marisma. Me representas. Si me estás avergonzando-

El dolor fue agudo. Desencadenó algo primario en ella.

Marisma no pensó. Reaccionó. Había tomado clases de defensa personal durante tres años: "kickboxing cardiovascular", le había dicho a Brote.

Giró el brazo, rotando contra su pulgar, rompiendo su agarre al instante. En el mismo movimiento, lo empujó hacia atrás, creando distancia. No fue un movimiento maestro de artes marciales, pero fue efectivo.

Brote tropezó hacia atrás, chocando contra la mesa consola del pasillo. Un jarrón Ming se tambaleó y cayó, rompiéndose en mil pedazos.

El silencio siguió al estruendo.

Brote se quedó allí, frotándose la muñeca, mirándola con total conmoción. Nunca la había visto defenderse. Nunca la había visto como algo más que suave.

-Tomé un curso de seguridad para mujeres en el club -mintió Marisma, con el pecho agitado-. Nos enseñaron cómo lidiar con agresores.

Recogió la chaqueta de Plata Pura de donde Brote la había dejado caer.

-Tócame otra vez -dijo, con la voz baja y desprovista de emoción-, y presentaré un informe policial. Imagina los titulares, Brote.

Pasó junto a él, pasando por encima de la porcelana rota. Entró en la habitación de invitados y cerró la puerta con llave. Se derrumbó en la cama, con las manos temblando, no de miedo, sino de la aterradora comprensión de lo bien que se sentía haberle hecho daño.