El Gamma regresó hoy de su viaje a una manada cuyo nombre no puedo recordar.
Yo ya me estaba preparando física y emocionalmente para soportar miles de insultos y, tal vez, algunas bofetadas o golpes.
No obstante, preferí dejar de pensar en Gamma por ahora, porque mañana yo iba a cumplir dieciocho años, y estaba muy emocionada por conocer a mi loba.
¿Será ella fuerte?
¿Cómo se verá su pelaje?
¿Cómo serán sus ojos?
Miles de preguntas corrían por mi cabeza una tras otra, llenas de expectación y ansias.
¡No podía esperar para conocerla!
Recuerdo que solo vi los lobos de los trillizos una sola vez;
eran realmente enormes y hermosos también.
El lobo de Alex se llamaba Brent, el de Lucas era Aaron y el nombre del de Benjamin era Asher.
Ellos tuvieron su primera transformación cuando tenían 17, lo cual era inusual, dado que les sucedió un año antes que los demás lobos. Debido a esto, más tarde se hicieron cargo de la manada.
Aunque fue bastante difícil para ellos manejar solos la manada más grande y fuerte del mundo, hicieron un excelente trabajo y cumplieron con su deber correctamente.
Eran grandes Alfas; se ganaron el respeto de todos los hombres lobo gracias a su liderazgo justo y firme. Cuidaron de la manada en cada aspecto y, lo más importante era que amaban a sus integrantes.
"Son amables con todos, menos conmigo", me dije a mí misma en un susurro. Seguidamente solté una risa amarga y me dirigí a la cocina, como me correspondía.
Vi que los Omegas estaban trabajando y algunos otros me miraron incluso con desprecio.
¡Estos flacuchos se mostraban despectivos hacia mí! ¿En serio? ¿Cómo se les ocurría?
Entonces, puse los ojos en blanco ignorándolos y comencé a trabajar sin perder tiempo en esas tonterías.
Como siempre, los miembros de la manada empezaron a llegar al lugar.
Lanzando miradas de vez en cuando, nerviosa, de pronto vi cómo el Gamma, ese asqueroso pedazo de mierda, entraba con su actitud superior tan repugnante.
Él me miró con disgusto y se sentó al lado de los trillizos.
No sé cómo, pero el día transcurrió bastante bien para mí. Nadie me faltó el respeto ni me insultó, a excepción del Gamma, como ya era costumbre.
Una vez que terminé todas mis tareas, me fui a mi habitación.
Alex me había obligado a tomar este cuarto, aunque yo no quería. De hecho, la razón no era que me disgustara la habitación, al contrario, era muchísimo mejor que donde habitaba antes. Era solo que no quería quedarme allí, puesto que no me gustaba que se compadecieran de mí ni me otorgaran ningún favor por lástima.
Sin embargo, cuando me opuse, Alex me lo ordenó usando su voz Alfa y no tuve otra opción que obedecer.
Finalmente, incluso contra mi voluntad, tuve que cambiarme a esta habitación e instalarme aquí.
En este momento no me sentía tan agotada porque Erik disminuyó mi carga de trabajo y ahora hacía mucho menos que antes. Esto me alegraba en cierta manera, ya que podría invertir mi tiempo libre en leer algunos libros, lo que siempre me había gustado.
Me senté en mi cama y agarré un libro que trataba sobre compañeros; la tía Lilly me lo había dado la semana pasada.
Disfrutando de ese momento de soledad y paz, comencé a leer el libro:
"Tu compañero o compañeros están hechos para amarte. Sin él, sin ella, o sin ellos estás incompleto; y él, ella o ellos están incompletos sin ti.
Nadie puede destruir el Vínculo de Compañero. Herir a tu compañero o a tus compañeros equivale a herir a la Diosa de la Luna".
Sin darme cuenta, una sonrisa se extendió en mis labios.
Mi compañero me amará y nunca podrá lastimarme, ya que está hecho solo para mí.
¡Seré amada algún día!
¿Cómo será físicamente mi compañero?
¿Será de esta manada o de otra?
"¡Basta! ¡Necesito dejar de pensar tanto en estas cosas!", exclamé resoplando y tiré el libro a un lado llena de frustración.
Acostada en la cama, cubrí mi cuerpo con las mantas y me quedé dormida rápidamente.
Así pasaron las horas y llegó el día siguiente con la luz matutina brillando en el exterior.
Cuando me desperté, me puse de inmediato el relicario de mi padre.
Este era el último recuerdo que tenía de él.
"Hoy será mi primera transformación en loba, papá", dije sosteniendo el relicario entre mis manos.
"Desearía es que estuvieras aquí conmigo, acompañándome en este momento tan importante. Quizás en la próxima vida podamos estar juntos nuevamente".
Suspiré mientras sentía cómo la tristeza me inundaba por dentro y una lágrima se deslizó lentamente por mi mejilla.
Ese momento íntimo fue interrumpido de forma abrupta cuando golpearon mi puerta.
"¿Sí? ¿Quién es?", pregunté sobresaltada.
"Soy yo", anunció la voz de Erik al otro lado de la puerta.
"Entra", respondí secándome las lágrimas.
El hombre entró tranquilamente y con una expresión extraña en el rostro me dijo: "Buenos días, Olivia".
"Buenos días", respondí a su saludo con educación. No obstante, algo en su actitud me hizo mirarlo con sospecha.
Parecía como si tuviera algo que decirme y dudara en revelarlo.
"¿Pasa algo, Erik?", le pregunté para que terminara de hablar.
"Debo ir a la manada Noche Sangrienta durante una semana, más o menos. Nos ha llegado información de un posible y peligroso ataque a nuestra manada, así que debemos crear una alianza con ellos. Como son la manada más fuerte después de la nuestra, es probable que se unan a nosotros para ayudarnos", explicó él con gravedad.
Esta información me dejó un poco confundida, por lo que pregunté: "¿Acaso no es suficiente el poder de nuestra manada para defendernos?".
No podía comprenderlo, nosotros éramos la manada de hombres lobo más importante, fuerte y poderosa del mundo; estábamos en la cima de la comunidad mundial. Nos hemos enfrentado a muchísimos ataques a lo largo de los años, pero jamás tuvimos que pedirle ayuda a nadie. Con nuestra fuerza interna de defensa bastaba para destruir a cualquier enemigo. ¿Por qué entonces esta vez sí necesitábamos apoyo?
"Este ataque parece ser realmente peligroso, Olivia. La cantidad de rojos es mayor que la de nuestras manadas y ellos son muy poderosos y violentos. Nos han llegado noticias de que ya han invadido otras manadas a la fuerza, con ataques fulminantes y sangrientos". Las palabras de Erik hicieron que un miedo profundo naciera en mi interior, como un pozo de tragedia.
A pesar de que los demás miembros me despreciaban y no me aceptaban del todo, yo amaba genuinamente a mi manada. Era una lealtad que superaba incluso mis propios deseos.
Mi padre siempre me lo recordaba: "Olivia, antes que tu vida, está la manada".
Asentí hacia Erik, dándole a entender que comprendía la situación a la que nos enfrentaríamos.
Por fortuna, hoy era el día de mi transformación, así que definitivamente podría unirme a la batalla cuando fuese el momento de defendernos.
Sin embargo, de pronto caí en cuenta de que Erik se iría hoy mismo, y esto significaba que no podríamos vernos en las próximas semanas.
"Quería acompañarte en este momento tan importante para ti, pero sabes que no me queda otra opción que partir en busca de la alianza", se excusó él en voz baja al notar la expresión desolada en mi rostro.
"No te preocupes, puedo entenderlo. El bienestar de la manada es lo más importante para todos", le tranquilicé con una sonrisa amable, a la que él respondió también con otra sonrisa.
"Nos veremos muy pronto. Ahora dame un abrazo de despedida". Él abrió los brazos de par en par hacia mí.
Ante esto, me levanté y corrí hacia él, con el corazón latiendo fuertemente.
"Te amo, pequeña Olivia", Erik besó mi cabeza con cariño.
"Yo también te amo, burro", susurré y él me dio una palmada en el cuello.
Le hice un puchero exagerado de tristeza y él soltó una agradable carcajada al ver mis acciones infantiles, como si fuera una niña pequeña.
"Cuídate mucho, por favor. Mantente a salvo, ¿de acuerdo?". Asentí con seguridad para que se quedara tranquilo.
"Cuídate tú también", le pedí abrazándolo una vez más.
El tiempo transcurrió sin más complicaciones ni noticias preocupantes para mí.
Ya era cerca de la medianoche; finalmente, estaba lista para salir.
Me quité el relicario de mi padre que llevaba puesto, lo guardé con cuidado en una caja y le dije:
"Deséame suerte, papá". Observé la caja con melancolía unos segundos antes de abrir la puerta de mi habitación.
Dejé que mi cabello cayera libremente, el cual me llegaba hasta la cintura, y comencé a caminar hacia el bosque.
Entré por los árboles cubiertos por completo de nieve; un clima helado me envolvía haciéndome temblar levemente.
En el esplendor del firmamento, la luna brillaba con todo su resplandor.
Yo la observé, asombrada por la imagen.
Al mismo tiempo, me adentraba hacia la densidad de troncos, ramas y arbustos que me rodeaban por todos lados.
Al llegar al centro del bosque, miré mi reloj y me di cuenta de que solo faltaba un minuto.
De inmediato, me quité la ropa ceremoniosamente hasta quedar por completo desnuda; el viento se sentía sobre mi piel como pequeñas agujas.
Al posar el reloj sobre el suelo, noté que ya eran las 12:00 en punto.
De repente, un silencio absoluto reinó en el bosque, como si se hubiera congelado y todas las criaturas en su interior se hubieran detenido. Lo único que podía escucharse era el aullido del viento soplando en todas direcciones.
Inhalé profundamente, sintiendo cómo el aire helado penetraba en mis pulmones, y un dolor intenso se extendió por cada parte de mi cuerpo.
Mis huesos comenzaron a romperse entre crujidos.
Un grito agudo de dolor se escapó desde mi garganta hacia el cielo nocturno.
Sabía que la primera transformación era dolorosa, pero jamás imaginé que podía ser algo tan insoportable y violento.
Mis músculos comenzaron a temblar sin control y caí de rodillas sin poder mantenerme más en pie.
Otro dolor agudo atacó mi columna, que se quebraba y se extendía ensanchándose.
Grité otra vez, desgarrando mis cuerdas vocales.
En ese momento noté que mi piel estaba ardiendo: era un calor de fuego que me quemaba en todos lados.
Las lágrimas acumuladas en los ojos me nublaron la vista unos segundos, hasta que pude ver bien otra vez.
De mi piel crecía un pelaje tan blanco como la nieve sobre la que estaba echada; se veía sedoso y abundante.
¡Mi loba era de pelaje blanco! ¡Qué alegría!
Incluso en el padecimiento de ese dolor extremo sonreí pensando en cómo se veía ella.
No obstante, de inmediato, otro dolor me golpeó, esta vez en las costillas y el abdomen.
Mis huesos siguieron agrietándose durante unos minutos más, abriéndose.
Incluso me dolían la boca y las encías.
Mi dentadura estaba cambiando en unas fauces y hasta pude sentir los caninos crecer afilados.
Un último ataque de dolor sacudió mi cuerpo y cuando grité de nuevo, esta vez lo que inundó la noche fue un poderoso aullido de loba.
¡Me transformé! ¡Finalmente lo hice!
Rápidamente, miré mi reflejo en un espejo roto que había sido abandonado cerca de donde me encontraba.
¡Guau!
Ella era realmente hermosa e imponente. Tenía un bello pelaje blanco que brillaba más que la seda de mayor pureza. Mis ojos eran rojos como dos pozos de sangre, y dentro de ellos había un resplandor brillando con fiereza como un fuego profundo.
Mi loba era elegante, fuerte, hermosa y, lo más importante, parecía una líder.
"Qué lástima que ella esté atrapada en un pedazo de basura como yo", expuse con tristeza y una voz resonó en la parte posterior de mi cabeza.
"No eres una basura", refutó mi loba firmemente.
¡No me lo podía creer! ¡Me había hablado! Sin duda, tenía un carácter fuerte.
"Perdóname", murmuré apenada.
"No debes pedirme perdón, ahora ambas somos una. Mi nombre es Eleanor", declaró ella, sonriendo con una voz cálida que me calentaba el corazón.
"Eleanor, estoy muy feliz de conocerte por fin. ¡Mi nombre es Olivia!
¿Te gustaría correr un poco?", pregunté emocionada.
"Por supuesto", respondió sin perder tiempo y comenzó a moverse.
Me sorprendió la fuerza y velocidad de Eleanor, era algo realmente increíble de presenciar. ¡Nunca, ni en mis más exagerados sueños, imaginé que mi loba sería así!
Sus habilidades eran asombrosas.
Además, hablaba mucho conmigo, de modo que ya no me sentía tan sola, como siempre lo había padecido. Toda la confianza en mí misma de la que tanto carecía, Eleanor la compensaba con creces en su actitud.
De hecho, nadie se atrevería a afirmar que ella era nueva en este mundo; al contrario, parecía tener una experiencia de años. Era extremadamente inteligente y, lo más importante, el aura que emanaba era similar a la de una reina. Impregnaba todo a su alrededor con un aire de superioridad y poder.
"¿No estás emocionada de conocer a tu compañero?", le pregunté de repente y ella se sonrojó.
Estaba muy agradecida porque mi loba tenía una combinación perfecta de las muchas virtudes que podía valorar: era linda, divertida, sabia y poderosa. ¿Qué más necesitaba? ¡Nada, era perfecta!
'Soy muy afortunaba de tener una loba como ella', pensé.
"Y yo tengo mucha suerte de haberte encontrado, Olivia", respondió con honestidad al escuchar mis pensamientos.
"No soy tan buena como tú, Eleanor. Al revés, todos me desprecian y no tengo un estatus alto dentro de la manada", le expliqué derrotada.
Sin embargo, ella no estaba dispuesta a aceptar la pésima opinión que tenía de mí misma. Con un tono de autoridad, me refutó: "¡No digas esas cosas nunca más! Eres fuerte y hermosa. ¡Eres perfecta, Olivia! Debes comenzar a creer en ti misma de ahora en adelante".
Me quedé en silencio reflexionando sobre lo que me había dicho; sabía que sería un trabajo interno que debía desarrollar yo misma, pero con su ayuda, resultaría mucho más fácil. Al menos ahora tenía a alguien que se quedaría conmigo para siempre.
"Gracias, Eleanor". Le agradecí con todo mi corazón y ella pudo ver con transparencia mis emociones.
Corrimos unas cuantas vueltas más por la amplitud del bosque y luego decidimos regresar a la casa de la manada.
Recuperar mi forma humana fue también muy doloroso; supuse que sería algo que aprendería a soportar con el tiempo. Acto seguido recogí las ropas que había dejado, me las puse y empecé a caminar de regreso.
No sabía por qué, pero ahora me sentía muy fuerte, como nunca antes me había sentido.
Hasta donde era consciente, tras la primera transformación, los lobos solían sentirse debilitados; no obstante, ese no era mi caso, pues mi interior rugía un vigor cada vez más firme.
Mi mente estaba sumida en estos pensamientos cuando, de forma desprevenida, tres aromas diferentes golpearon mi nariz al mismo tiempo.