Una gordita en apuros
img img Una gordita en apuros img Capítulo 5 Un nuevo percance
5
Capítulo 6 Si te vieras con los ojos que yo te veo img
Capítulo 7 Un príncipe prometido img
Capítulo 8 Sí quiero... o tal vez no. img
Capítulo 9 Te puedo hacer gritar igual que ella img
Capítulo 10 Bruno img
Capítulo 11 Un viaje no deseado img
Capítulo 12 Levantamiento de vidrio img
Capítulo 13 Confundiendo besos img
Capítulo 14 Un agujero negro en mi mente img
Capítulo 15 Alucinaciones img
Capítulo 16 Celos y un viaje img
Capítulo 17 Odio a las rubias img
Capítulo 18 ¡No volveré a beber! img
Capítulo 19 Una sola cama y un pijama de borrego img
Capítulo 20 Un borrego pervertido img
Capítulo 21 Soy una sirena img
Capítulo 22 Alcohol, pasión y unos ronquidos img
Capítulo 23 De regreso a la realidad img
Capítulo 24 Lola party img
Capítulo 25 ¡Ya tengo un padre! img
Capítulo 26 Un nuevo día img
Capítulo 27 Don discreto img
Capítulo 28 ¡Te vas a cagar, Sam! img
Capítulo 29 El plan img
Capítulo 30 Cena, alcohol y dolores de parto img
Capítulo 31 Me besó, y esta vez no fue parte de un sueño img
Capítulo 32 Vivir el amor por primera vez img
Capítulo 33 Solo fui un juego dentro de una lucha de egos masculinos img
Capítulo 34 Sam img
Capítulo 35 Las penas de amor con amor con un buen desayuno son menores img
Capítulo 36 Sexorcíseme, padre. img
Capítulo 37 Huir puede ser un buen paso a seguir img
Capítulo 38 Me conformaría con ser su amiga img
Capítulo 39 ¿Cómo iba a olvidarlo si nunca supe cómo hacerlo img
Capítulo 40 El novio que mi madre me buscó img
Capítulo 41 La próxima vez que me marche será para siempre img
Capítulo 42 El último adiós img
Capítulo 43 Lo que quise decir y no dije img
Capítulo 44 Toda la verdad img
Capítulo 45 El apocalipsis zombi img
Capítulo 46 Tal vez podemos coexistir img
Capítulo 47 La apuesta img
Capítulo 48 Ódiame, pero no me olvides img
Capítulo 49 Parece que no te cansas de visitarme img
Capítulo 50 El príncipe olvidadizo img
Capítulo 51 Las ranas también pueden ser princesas img
Capítulo 52 Epílogo primera parte img
Capítulo 53 Epílogo segunda parte img
Capítulo 54 Extra Sam y Virginia img
img
  /  1
img

Capítulo 5 Un nuevo percance

El frio me sacó del sueño, agarré mi reproductor, abrí la cortina del baño y me levanté para salir. A mi visión llegó la cara de Bruno, parecía sorprendido y… ¡gritaba mientras me miraba acusador!

No lograba escuchar lo que decía por la música que aún retumbaba en mis oídos. En cuanto me percaté de la escena: mi amigo sentado en el váter, con el pantalón bajado, a la vez que tiraba de su camisa para que no pudiera ver de nuevo su exuberante hombría; y en el mismo cuadro mi horondo cuerpo desnudo al pie de la bañera, con todas mis gloriosas carnes al descubierto. Terminó ocurriendo lo más lógico. El reproductor cayó al agua y tiré de la cortina de la ducha para taparme, con suerte podría salir con la poca dignidad que me quedaba, mas no lo logré.

¿Esperabais qué algo me pudiera salir con clase y según mis planes? Pues si lo pensabais estabais equivocados.

Sentí como la cortina cedía ante la fuerza del tirón y se rompió para después dejarme caer al suelo, desnuda. Con mis desproporcionadas nalgas al descubierto ante él, que se mantenía sentado con una expresión de querer evaporarse.

Necesitaba levantarme y salir, pero la vergüenza me lo impedía. Así que me quedé espatarrada boca abajo, con la mitad del cuerpo tapado con la tela de plástico y mi retaguardia al descubierto.

—Diana —su voz se escuchó atragantada, como si intentara reprimir su hilaridad—. Cariño, no es que me importe pasarme el día aquí, mientras observo tus nalgas desnudas; créeme, me encanta la vista. Sin embargo, si no te has hecho daño al caer, ¿podrías darme un poco de intimidad?

—¡¿Intimidad?! —Me recompuse y me senté en el suelo—. ¡Eso debería decirte yo, me estaba bañando!

—Cielo —articuló la palabra con lentitud—. Llamé varias veces y nadie contestó, por eso entré, no me di cuenta de que estabas ahí.

—Sí, tienes razón, perdóname; es que me quedé dormida. —La cara me ardía.

—Luego arreglaremos el desastre, ahora que ya estamos a mano y te vi tan desnuda como tú a mí, ¿podrías salir y darme espacio? —El muy ladino se reía mientras hablaba—. Te ayudaría a levantarte, pero es que me pillaste algo ocupado, ¿podrías?, ya sabes.

—¡Ah, sí! Joder que día, ya me voy. Que disfrutes… eso, ya sabes, el apretón. —Me envolví como pude en la cortina y escapé.

Mientras me recuperaba de la reciente humillación, metí mi cuerpo en un pijama rosa, uno muy infantil. Aunque así era yo. Nada de camisones lindos para dormir, nada de ropa interior sexy, ¿de que servía? No es que fuera a seducir a nadie. Me miré al espejo y admiré la visión, parecía un algodón de azúcar.

Me encontraba intentando desenredarme el cabello, cuando se escuchó una llamada en la puerta.

—¡Pasa! —grité sin saber quién era.

Bruno apareció en el umbral. Entró como si fuera su propio dormitorio, se quitó los zapatos y se acostó en mi cama. Estaba tan avergonzada que no era capaz de dirigirle ni una sola ojeada.

—Diana, mírame.

—No puedo. —Continué peinándome hasta arrancarme varios mechones en el proceso.

—Cariño, ¿desde cuándo nos conocemos?, ¿ahora vas a sentir vergüenza de mí?

—¡Claro qué voy a sentir vergüenza!

—Eso no existe entre nosotros. —Mostró esa sonrisa que hacía que me olvidara de todo. Me di la vuelta y lo miré mientras me hacía una trenza.

—Somos unos exhibicionistas —grazné.

—Te encantó lo que viste esta mañana, guarrilla mía, eres una pervertida. —Me tiró la toalla mojada y me golpeó el rostro.

—No vas a olvidar mi enorme trasero, te perseguirá en tus pesadillas por toda la eternidad. —Me abracé a mí misma en un intento por borrar la escena en el baño.

—Me va a perseguir en todos mis sueños húmedos, quizá hasta me toquetee un poco. —Volvió a reírse hasta casi atragantarse al ver mi expresión.

—¡Cochino! ¡No tienes remedio!, ni se te ocurra hacer esas cosas.

—Anda, ven aquí mi algodoncito de azúcar —susurró y me hizo sitio en la cama para que me acostara junto a él. Acepté su invitación, y dejé que colocara el brazo debajo mi cabeza. Era una estupenda almohada—. No sientas vergüenza, Dianita. —Me dio un beso en la mejilla y me miró a los ojos—. Eres preciosa. No dejes que nadie te convenza de lo contrario.

No lo pude evitar, y más después de todas las emociones del día; me abracé a Bruno y comencé a llorar, era una jodida llorona. Si había un mejor amigo, el mejor que se pudiera tener y desear, ese era él. Quizá no tendría suerte en el amor, pero con Virginia y él lo tenía todo.

Pasamos la tarde comiendo palomitas y helado, todo ello acompañado de una película. De vez en cuando teníamos que subir el volumen para amortiguar los sonidos que Vicky y su amigo hacían en su habitación.

—Quítate la ropa que te haré gritar así —interrumpió, y me tiró una palomita en la cara. Sabía que no lo decía de verdad; pero, incluso así, no podía evitar avergonzarme y sentir algo…

—¡Cállate! —Tiré otra palomita hacia él.

—No seas monja, sé que estás deseándolo desde que me viste esta mañana, tienes antojo de mí. —En esa ocasión llenó su mano de palomitas y me las lanzó.

—No fue para tanto —siseé; sí, lo era, mas no se lo diría—. No es que hubiera mucho que tapar, ¡eres un pervertido! —Me tapé la cara con un cojín.

—¡¿Con qué no es para tanto?!, ¡me ofendes! —Se lanzó sobre mí y comenzó a hacerme cosquillas—. ¡Te voy a enseñar a respetar las partes íntimas de tu futuro marido!

Mi día junto a él podía cambiar de un momento a otro. De estar abatida me encontraba ahogada por la risa y dando gritos.

—Parejita, ¿interrumpo? —se escuchó la voz de Virginia, salía de la habitación con su conquista y caminaba hacia la puerta despidiéndose de él.

—Tú nunca interrumpes —contesté y me libré de las cosquillas del pulpo.

—Sí, lo haces, estaba a punto de hacerle gemir más de lo que tú lo hacías. —Mi amiga esbozó una mueca de asco.

—¡Irse a un hotel! Decidirse de una vez no se puede con tanto tira y afloja entre los dos. —Se sentó entre nosotros—. Si vais a hacer esas porquerías entre vosotros no me dejéis fuera, podemos hacer un trío. Ya sabéis que soy incansable, podría continuar ahora mismo.

—¡Por Dios! Vivo con dos degenerados, así nunca me aceptarán en el convento.

—Anda, nena, te vi la cara cuando entraste, sé que me deseas. No te niegues a esta diosa sensual.

—¡Sois insufribles! No se puede estar tranquila con vosotros, me mudaré.

—No sabes vivir sin nuestras carnes —farfullaron al unísono, como si lo hubieran ensayado y se echaron a reír.

—Os dejo solos, ya es tarde, estoy llena por tanta comida basura y mañana tengo que trabajar. Me voy a mi inmensa cama matrimonial, como siempre, sola. —Me levanté del sofá, les di un beso en la mejilla y me marché a mi habitación.

Destapé la cama, apagué la luz y me acosté. No habían transcurrido ni cinco minutos cuando la puerta se abrió, miré en la oscuridad y distinguí a mis dos amigos.

—¿Nos haces sitio en tu enorme cama? —preguntó Vicky y no esperó respuesta. Saltó por encima de mí y se recostó junto a la pared.

—A mí no me dejéis fuera. —Bruno se acostó a mi lado y quedé en medio de tan buena compañía—. Voy a tocarme con esta imagen toda mi vida, yo en la cama con dos preciosas mujeres.

—¡Pervertido!

—Yo también me tocaré —lo apoyó Virginia.

—¿Seguro qué no queréis un trío? Mira que hago el esfuerzo.

—¡Calla! Mañana tengo que trabajar, si vais a dormir aquí mantenerse en silencio.

No supe cuándo, o en qué momento, poco después nos quedamos dormidos.

                         

COPYRIGHT(©) 2022