Capítulo 2 LIBRO DE SAN ARTUHUR VERSICULO 1

Y se marchó. Al salir su chofer lo estaba esperando, le abrió la puerta y cuando los dos estaban dentro del auto Arthur le indico que a su casa.

El tráfico en Oso era una completa locura últimamente lo cual tiene a todo el mundo extrañado, de repente hay muchas personas en el pueblo y sus autos están obstruyendo la vía y por lo Arthur veía se iban a tardar nuestros buenos minutos allí dentro, se acomodó en su asiento y se dedicó a ver a través de la ventana, más sin embargo no dejaba de pensar en la situación.

Si seguían en el trancón los problemas podrían empeorar. Por lo comentado por mi abogada los perros se habían escapado de su casita y uno de ellos se había colado al jardín de los vecinos, ya había tenido problemas con ellos por los mismos perros y al parecer el dos se encontraba corriendo a los cuatro vientos por las calles del barrio y otro simplemente no aparecía.

Había comprado esos perros para que protegieran a su mujer e hija, al ser una persona influyente en Oso muchos querían hacerles daño de una u otra forma, pero el verdadero peligro está en los perros, esos condenado estaban perfectamente entrenados para ser cariñosos con sus dueños y una máquina de matar para los extraños con malas intenciones, tenía miedo por las pobres personas que se le atravesaran en la calle, pero según la persona que lo entrenó, ellos no atacarán a menos que le des indique con una palabra clave, que ahora, en estos momentos Arthur había olvidado, él pagaba mucho para evitar tener este tipo de problemas y es que el mundo real es una porquería donde todo era incierto e impredecible.

Lo peor de todo esto es que su mujer no contestaba su teléfono, Arthur la llamo en el transcurso del viaje y todas se iban a buzón, maldijo por lo bajo al entender porque tenía un teléfono si no lo contestaba. Definitivamente haría pagar al responsable de este altercado de mal gusto, si sus perros llegan a convertirse en salchichas porque hay que sacrificarlos el responsable correría con la misma suerte.

El auto se detuvo justo en frente de su hogar, donde varias patrullas de policías lo estaban esperando, las escandalosas luces habían estado llamando la atención de los vecinos alrededor. Arthur odiaba eso.

- ¿Qué sucedió? - preguntó Arthur al bajarse del automóvil. La abogada de inmediato se colocó de su lado.

- ¿Es usted Arthur Vincent? - preguntó uno de los patrulleros.

- Si. - responde sin más que agregar.

- Uno de sus perros escapó y...

- ¿Han causado algún daño? - cuestiono Arthur con cara de pocos amigos

- No, pero su vecino ha denunciado...

- Mi maldito vecino es un marica. - respondió tajante interrumpiendo al patrullero. - ¿En serio me ha denunciado porque mi perro se metió en su patio?

- ¡No ha sido la primera vez y lo sabes! - le grita el vecino.

- Yo no me quejo de tu mujer con su música a todo volumen cuando hace spinning y sigue igual de gorda.

- Arthur basta ya. - su abogada lo tranquilizo.

Para que todo el problema se fuera aminorando el patrullero no tuvo más remedio que colocar una multa y así el vecino se tranquilizo un poco.

- Señor Vincent. - hablo el que parecía ser el comandante de la patrulla. - de sus cuatro perros tres siguen desaparecidos, pueden ser peligrosos y si atacan a una persona los tenemos que sacrificar.

Entonces en aquel momento un auto se detiene en frente de nosotros. De allí sale un hombre perfectamente vestido, llevaba una sudadera y una camisilla, tenia una gran barba de color blanco y su cabello estaba despeinado.

- Yo lo llame. - me anuncia la abogada.

Asentí con mi cabeza un poco aliviado.

- Se te escaparon los perros. - bufa el entrenador de los caninos. - ¿Cómo es que esto fue posible?

- No tengo ni la más remota idea, pero si les hacen daño a alg...

- No lo van hacer y lo sabes, yo los entrene a la perfección.

- Bueno pues, faltan tres debes encontrarlos ahora mismo.

En aquel instante un auto de policía se detiene bloqueando toda su acera, de los autos salieron dos policías, abrieron la puerta trasera y dos enormes doberman de color negro y con ojos brillantes se vieron, intentaron sacarlos del auto tirando de sus cadenas, pero se reusaban.

- Yo que tú, no haría eso. - le advierte el entrenador. - si sigues ahorcándolos los van hacer enojar y es ahí cuando ninguno de nosotros lograra separarlos de ustedes.

- ¿Si son sus perros? - pregunto el policía. - estoy seguro de que no van a atacar a nadie.

El entrenador se acerca al automóvil para inspeccionar el estado de los caninos

- Si son ellos. - confirmo en entrenador viendo a Arthur. - salgan muchachos. - ordeno.

Pero vaya sorpresa que se llevo Arthur al ver los animales no respondieron al llamado, había visto al entrenador manejar aquellas máquinas de matar como si fuesen unos títeres, era la verdadera razón por la cual no había contratado, de otra forma no hubiera dejado que su hija se acercara a ellos.

Tras un gran esfuerzo lograron sacar a los perros y se dirigieron a la entrada de la casa, pero se rehusaban a entrar.

- ¿Qué les hicieron? - pregunto el entrenador. - ellos no se comportan así.

- Nada, de hecho, los encontramos asustados en un basurero. - dijo uno de los policías.

- ¿Asustados? - Arthur los ve confundido. - eso es absurdo señor oficial.

- Escúcheme señor. - dijo el comandante. - no se tanto de perros como lo hace el viejo, pero cuando ellos agachan su mirada y se meten entre las piernas es porque están realmente cagados de miedo.

- Imposible. - comento el entrenador.

- Yo no invento cosas, ellos tienen miedo de entrar a su propia casa.

Entonces se escucho un grito agudo y desesperado, el grito hizo que todo retumbara alrededor y los perros chillaron del miedo, se soltaron como pudieron de los policías y volvieron a la patrulla.

Arthur logro identificar de quien era ese grito y no aguanto más, corrió en dirección a la casa y los policías corrieron detrás de él, pero el dueño les cerro la puerta en la cara. Bajo demanda los patrulleros alegaban que debían entrar en caso de que hubiera alguien en problemas, lo cual era lo más claro, pero desatendió el llamado de los policías.

La gran mansión estaba cubierta por una especie de manto negro, pero la realidad es que era bastante iluminada, así lo necesitaba el magnate para que estuvieran los perros alertas de cualquier mal movimiento o que un extraño se metiese en su casa.

Se paseo por toda la propiedad y justo encontró una de las ventanas rotas. La puerta de la cocina siempre permanecía abierta, así que entro. Todo estaba hecho un completo caos.

- ¡Elizabeth! ¿Dónde estás mi amor? - grito con desespero

No obtuvo respuesta alguna, empujo la puerta de la cocina y este cayó al suelo con el simple rozar de las manos. De repente un fuerte estruendo lo asusto, su corazón comenzó a latir con fuerza. Miro a su alrededor y todo estaba destrozado, había agujeros en las paredes y por alguna extraña razón todo lucia gris. Si no fuera porque lo está viviendo creería que una película de terror en los ochenta. Volvió aclamar el nombre de su hija, pero esta vez no hubo respuesta de nada. Eso era una muy mala señal.

- Papi aquí estoy. - aquella definitivamente no era la voz de su hija. Esta era gruesa y tenía un tinte macabro, aquella voz masculina retumbo por todos lados tratando de volverlo loco.

Se acerco más o menos al lugar de donde salió aquella voz terrorífica, sus piernas estaban temblando y sus manos sudaban, una gota de sudor bajo por su frente y un escalofrío su espina dorsal, justo en ese momento se cayó al suelo gracias a algo, o a alguien. Tomo su teléfono para alumbrar con la linterna y alumbra. Arthur pega un brinco al ver con lo que se tropezó.

Tendida en el suelo se encontraba la señora del servicio, pero no tenia signos de violencia alguna, con mucho cuidado se acercó a ella y le tomo el pulso, suspiro aliviado al ver que si estaba viva y pensó que quizás fueron ladrones y no le hicieron daño a nadie.

- ¿Qué pasa papi, no vienes conmigo? - escucha nuevamente aquella voz grotesca.

Así que abrió la puerta de su biblioteca al escuchar el ladrón allí adentro, estaba furioso por lo que le habían hecho a su propiedad. Pero vaya sorpresa que se llevo cuando no vio a nadie, en medio del salón se encontraba el perro que le faltaba el cual al verlo salió disparado a los brazos de su dueño.

- Hola amigo, que bueno encontrarte. - acaricio su lomito.

El perro estaba realmente asustado, se había metido entre sus piernas tal cual como lo había dicho el policía minutos atrás el sonido de que algo cayó al suelo los alerto a los dos.

- Que bueno que estés aquí papi.

En completo shock subió su mirada y justo en una esquina del gran techo se encontraba su hija, alumbro en esa dirección y jadeo con sorpresa, pero la batería del teléfono no duro mucho. Arthur había visto a su hija completamente sucia, no tenia dientes y en su mirada no se podía ver ese tinte de ternura que solía tener.

El perro chillo despavorido y con ganas de salir de la biblioteca, pero por alguna razón no podía.

- ¿Acaso ya no me quieres papi? - aquello no era su hija, físicamente se parecía a ella, pero no lo era por su voz.

- Eliza...beth... ¿Qué te paso hija?

- Nada papito. - respondió su hija con aquella voz aterradora.

Por primera vez en el mundo el gran magnate estaba cagado del miedo.

- Solo sé que estoy mucho mejor. - Su voz gruesa contrastaba con la apariencia de la niña. - solo mira lo que puedo hacer.

En un movimiento veloz se acercó al perro y con un simple movimiento, Elizabeth separó la cabeza del perro de su cuerpo, la sangre del perro lo salpicó, Arthur tratando de no perder la cordura dio dos pasos hacia atrás.

- ¿Ya no te gusta papá? - la voz simuló tristeza y sollozo, para luego largarse en una carcajada. - ¡Ya no me quieres papá! - sus palabras retumbaron por toda la biblioteca, Arthur cayó de rodillas al suelo tapando sus oídos.

                         

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