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"¿Cómo sabes si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?"
- Aldous Leonard Huxley
CAPÍTULO I
Addú, es un demonio hijo de la muerte, encargado de llevar al infierno a todas las almas que han cometido asesinatos, junto con sus hermanos, son testigos de los asesinatos más crueles, despiadados y devastadores que los humanos han realizado.
Su misión siempre ha consistido en torturar a estas almas despiadadas, pero su goce es observar como los humanos realizan los actos de homicidio. Ver el rostro aterrado, pálido y con sufrimiento de cada una de las víctimas; es sin duda alguna, lo que más disfruta.
Durante algunos años, ha dejado vivir a varios de los asesinos en serie, más peligrosos que los humanos han conocido. Durante todo ese tiempo los ha seguido para ser testigo de sus crímenes.
Nunca nadie hubiera creído que el infierno y los demonios, tuvieran reglas, pero existen algunas pocas. Addú las violo; al permitir que los asesinos continuaran con sus crímenes y alimentarse del sufrimiento de las víctimas, en lugar de quitarle y apoderarse del alma del homicida, y gozar por toda la eternidad con el sufrimiento de este.
Addú prefería un goce momentáneo; con el dolor de los asesinados, que de los asesinos. Es por esto que es desterrado del infierno, siendo condenado a penar, junto con las almas arrepentidas en el limbo. Tras un tiempo de desesperación y cansancio por parte de Addú, decide escaparse; engañando a los demonios guardianes que se alimentan de los lamentos. Consiguiéndolo con los expulsados, quien – de vez en vez – son sacados del limbo para así poder llevar carne fresca al limbo; pues buscan a aquellos niños sin aureola, y los secuestran de sus padres.
Una vez libre, su único deseo es dirigirse hacia la tierra, el mundo de los vivos; como lo llaman en el infierno.
Con un aspecto tan desagradable, como siempre ha sido entre los humanos, camina sin rumbo, ni poder alguno entre todos los mortales, condenado a lucir como un vagabundo, pues ha sido el único cuerpo humano que ha encontrado cerca de la muerte, de la hambruna en donde se encuentra una de las puertas del infierno; en los basureros de Boston.
Su deseo de matar va aumentando con el tiempo que se encuentra en la tierra, pero, con su horrible aspecto y sin poderes que lo ayuden, sus pocas victimas escapan sin problema alguno.
Una fría noche de invierno, con la luna más brillante posible, Addú camina entre los callejones de Boston, las pocas personas que pasan junto a él; no lo notan en lo absoluto. Es la hora en que los chalanes de los establecimientos salen a depositar la basura en los contenedores.
La noche le brinda una presa perfecta. Así que, sólo aguarda a que esta aparezca. Que sea el momento adecuado, y por fin poseerla.
Ve a un pequeño, y poco agraciado hombre oriental saliendo de uno de los comercios, que con tanto recelo observa. El hombre, no se inmuta en cuanto se abalanza hacia él, el miedo no inunda sus ojos como Addú tanto desea, su decepción crece a sobre manera y simplemente lo deja ir.
Cabizbajo y decaído, camina hacia otra de las calles del centro de la ciudad, su ansia por toparse con una mujer comienza a crecer de nuevo. Ellas siempre gritan.
Sin embargo, lo que llama la atención de Addú, no es, en lo absoluto, una indefensa y atemorizada mujer a la cual asesinar, sino a un joven de no más de 25 años; alto, relativamente atractivo para los humanos, su rostro muestra paz e inocencia, la presa indicada para él.
Pero una idea viene a su mente, incluso da órdenes a su inmundo cuerpo, antes de que hubiera terminado de calcular y perfeccionar la idea.
Addú, una vez más se abalanza hacia su víctima, esta, a comparación del oriental, se cae de espaldas completamente atemorizado. El salto que da Addú para llegar hasta él, hace que la capucha que cubre su cabeza y da sombra a su horrible rostro, caiga en su espalda, dejando al descubierto su cara que, ahora, es bañada por la intensa luz de la luna. En el rostro del joven se refleja claramente el miedo, sus ojos comienzan, más rápido de lo que Addú quiere, a ensancharse y las pupilas del joven se dilatan. Addú, comienza a sentir, pese a su falta de poder extrasensorial, el terror emanando del cuerpo de joven. Y sin más indecisión tras un pequeño impulso y tomando toda la energía demoniaca que le queda, lo posee, matando así la humanidad del joven.
Despierta sintiéndose diferente; la pereza, el dolor y la inmundicia que sentía en el cuerpo de vagabundo, ha desaparecido completamente. Abre los ojos y una intensa luz penetra por ellos, y escucha la voz de un hombre que comienza a hablarle.
- ¿Te encuentras bien? - escucha la gruesa voz a lo lejos, como simple eco, o sumergido en agua.
Addú, ahora con sus ojos sin cataratas y una vista inmaculada, comienza a enfocar el rostro del hombre que lo auxilia. Aún se encuentra en el suelo. El hombre, no es sólo un hombre, es un paramédico, más viejo que el cuerpo que ahora mismo porta.
- Sí, estoy bien - su voz ya no sale gruesa y patosa, como la del vagabundo. En cambio, tiene una voz suave y melodiosa.
- -¿Cómo te llamas? - el viejo paramédico continua con su incesante interrogatorio. Addú rebusca un nombre coherente, en la mente del joven al que posee.
- Alexander, mi nombre es Alexander Mich - hablo al fin. Las ganas de matar al paramédico crecen en Addú, ahora Alexander.
Sin más, se coloca de pie rápidamente, el paramédico se sobre salta, pero en sus ojos no hay miedo, sino confusión.
En esta ocasión, no va a dejarlo escapar, como lo ha hecho con el oriental, lo matara. Lo desea, y con el nuevo cuerpo que tiene, siente que puede hacer lo que quiera.