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Y la luz iluminó el eterno ocaso. Pero ya no fue suficiente.
El mal había ganado: el dolor y la agonía estaban reinando.
***
A los humanos se les ha contado, durante siglos, que un ser supremo, omnipotente, y omnipresente los creó a su imagen y semejanza. Creyendo que el cielo es aquel paraíso donde los que son justos y buenos vivirán entre los ángeles y su creador. Por el contrario, quienes son malos y dañan el ambiente creado por el rey del cielo sufrirán toda su ira sumergidos en el infierno por toda la eternidad.
Pero, se equivocan. No hay más que ángeles seguidores del cielo en su preciado paraíso; esos a los que tanto veneran y adoran. Ni un solo humano. Y en el infierno; no hay castigo alguno para los pecadores. Pues el único castigo para un moral es morir y no descansar. Tener que repetir tu peor pesadilla, tu miedo extremo, tu oculto pasado; en el que sufrirás una, otra, y otra, y otra vez durante toda la eternidad. Durante toda tu condena; si no es que te extingues antes.
Después de la primera gran batalla entre el cielo y el infierno; la división de ángeles buenos y malos había concluido. Viviendo en tregua durante milenios. Nadie podía robar ángel del enemigo, o demonio; como ahora los ángeles de Luzbel se hacían llamar.
Sin embargo, después de una y mil veces de intentos fallidos por parte del infierno para apoderarse del cielo; usando como marionetas a los humanos, un demonio: el segundo predilecto de Luzbel, se encapricho al querer un hijo. Practicar ese extraño y mitológico ritual que consiste en endulzar el oído de un ángel joven y puro, plantando una pizca de maldad en su ser, hacer que entregue por voluntad propia su forma angelical, darle de beber sangre de quien será su predecesor y orillarlo a matar para que adquiera su forma demoniaca. Pues eso fue lo que hicieron los ángeles negros: matar, sembrar semillas de envidia, rencor, odio a humanos para convertirse en lo que son. Y este demonio es egoísta, arrogante y orgulloso. Rasgos que heredo a los seres humanos después de la gran guerra.