Él es mi boxeador
img img Él es mi boxeador img Capítulo 5 4
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Capítulo 5 4

Damon, que al parecer ese es su nombre, camina hacia el ring y se sube con elegancia sin mirar a nadie, como si no fuesen lo suficientemente buenos para llamar su atención. Su cuerpo brillando con sudor es ligeramente iluminado por las luces colgando del techo. Una bata de tela fina color negro cubre sus brazos y cae abierta a sus costados, dejando a la vista su enorme y precioso torso. Su pecho desnudo está iluminado por las luces del complejo. Las sombras que se crean en sus abdominales hacen que mi boca se seque por completo y que no pueda apartar la vista de allí.

Sus piernas se mueven con lentitud, sin importarle el tiempo que tarde en llegar al cuadrilátero. Tranquilidad pura es lo que demuestra. Confianza y arrogancia, todo en uno. Su competidor es un joven de unos dieciocho años, fornido, rubio ceniza y con ojos tan verdes que sorprenden su claridad. No es muy alto y su complexión no es nada en comparación con la de Damon. Sí tiene bastantes músculos, pero definitivamente no se acercan siquiera a los de él.

Mi boca cae abierta. La sorpresa de que Damon sea boxeador aún se mantiene burbujeando en mi interior. Lo imaginaba por su físico trabajado que sería un jugador de futbol americano como mis hermanos, un atleta… Sin embargo, no un boxeador. Nunca lo hubiera esperado, pero no quita que haya sido capaz de considerarlo. Cuenta con la fuerza y la estatura de uno muy bueno, y su mirada oscura, fría y penetrante, completamente seria, le ayuda mucho más para intimidar a su oponente.

Él y su contrincante se observan con rivalidad, creando una energía tensa en el ambiente. La multitud parece no notarlo porque desde el primer momento se encuentran gritando a todo pulmón lo que piensan de los peleadores. Desde mi lugar puedo notar cómo las mujeres se encuentran casi sin ropa en el cuerpo, algo que me desconcierta mucho. ¿Por qué se visten así para una pelea? Comprendo que quieran ligar con alguien, pero de esa forma solo conseguirán algo casual. Los hombres, por otro lado, no están un poco mejor. Algunos no llevan remera, pero tienen pintado algo con tinta sus torsos. Realmente no me quejo por lo que la gente decide hacer, solo considero que no es tanto como para desnudarse en medio de un estadio por una pelea. Creo que todo eso es absurdo.

Vuelvo a posar mis ojos en el ring, y finalmente alejar mi mirada de la multitud.

Damon y su competidor se observan con odio puro, concentrando su atención el uno con el otro mientras Damon se saca la bata y la tira hacia un costado, en donde alguien está para tomarla. Mi mirada no se puede despegar de ellos, ni siquiera cuando suena la campana y comienza la pelea. Eso hace que todo a mi alrededor desaparezca, que solo pueda ver el ring y cómo la batalla empieza.

—Noah, ¿cómo se llama el otro competidor? —pregunto sin dejar de ver la pelea. El otro chico le quiere atinar un puñetazo en la cara a Damon, pero este es más ágil y rápido, esquivándolo y zafándose de un buen derechazo.

—Steven —responde tan concentrado como yo y sin mirarme. Asiento agradecida de finalmente tener un nombre para ponerle al rostro que será próximamente destrozado.

Steven se acerca de nuevo a Damon, pero no llega a hacerle nada porque con rapidez él le golpea en la mandíbula con el puño derecho envuelto en los guantes de boxeo. Steven da un paso atrás por el impacto del golpe, sorprendido, pero luego embiste con todo. Por suerte, no logra hacerle nada porque Damon lo evita y contrataca con la mano contraria hacia su costado izquierdo y luego con la otra a su derecho. Seguidamente, y con agilidad, lo golpea con furia en la cara y en el torso. Es en este momento en el que comprendo por qué lo llaman «La Furia». Es como si él diera bastante de sí mismo en el cuadrilátero, aunque esté observando por primera vez una de sus peleas, dándole tanto enojo y furia, tal y como lo dice su apodo, a sus golpes. Y debo admitir que es impresionante que el contrincante no haya caído todavía. Steven no logra hacerle ni un mínimo rasguño, pero Damon lo está derrotando casi sin esfuerzo alguno.

Lo golpea en la mandíbula una y otra vez con el mismo puño, y siempre retrocede ante el enojo de él. La mirada de Damon es fría y distante, pero concentrada y mordaz. Feroz. Se acerca peligrosamente a su oponente y este otro por instinto retrocede, cubriéndose la cara a modo de defensa. Entonces me doy cuenta de que esa fue la estrategia de Damon: hacerle pensar que iba a golpearlo en la cara, cuando en realidad, sus golpes se concentraron en el torso y el abdomen.

Cuando Steven comprende la situación, deshace su escudo y trata de alejarlo, pero solo logra tener una sangrienta y cortada ceja.

Sus respiraciones son agitadas y el público los alienta cada vez más. Los dos están sudados, pero el más agitado es Steven, quien está lleno de miedo y temblando en medio del ring. Sus ojos se encuentran desorbitados en ocasiones cuando Damon le pega, pero luego se recupera hasta que a los minutos vuelve a desconectarse por el dolor.

Las chicas gritan obscenidades hacia Damon, que pretendo no escuchar ni entender. ¿Por qué son así? Miro alrededor y noto que muchos son del instituto. Al parecer, soy la única que no sabía que él boxeaba. A varios los veía seguido por los pasillos, pero otros simplemente en clases.

Me estremezco ante la cargada atmosfera del lugar. La testosterona está prendida fuego y se me hace imposible respirar sin sentirla. Bulle en ondas fuera del cuerpo de Damon junto con el sudor y la energía. Mi piel se calienta al instante en el que mis ojos se centran en los movimientos de sus brazos y rápidamente mi alrededor baja la velocidad hasta quedar en cámara lenta. Puedo notar cada movimiento de los brazos de Damon. Sus músculos tensándose y contrayéndose, su piel suave y lisa estirándose y dándome un espectáculo esplendido. Lo disfruto por lo poco que mi ensoñación dura, y absorbo todo lo que puedo del momento.

Entonces, todo vuelve a la normalidad. El tiempo una vez ralentizado sigue su curso como si nada hubiese sucedido.

Sin darle tiempo a recuperarse, Damon se aproxima a su contrincante y, con pocos ánimos de seguir peleando, lo golpea dos veces en la cara, una en la mandíbula y otra en la mejilla. Noqueado, el cuerpo de Steven cae exhausto al suelo.

Eufóricos, el público se levanta y aplaude con mucha energía. Gritan, festejan y gritan más. Sin embargo, Damon solo mira a Steven, esperando a que no se levante para ya terminar. El árbitro cuenta hasta diez golpeando el suelo junto al cuerpo magullado del vencido, y da a saber que Damon es el ganador. Lo toma del brazo y lo alza al aire con orgullo.

Damon repasa al público hasta que su mirada azulada se encuentra con la mía. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, haciendo que enderece mi espalda. La respiración sale de mis pulmones y de repente no puedo inhalar ni hacer otra cosa que mirarlo, embelesada por lo oscuros que de repente se volvieron sus ojos azules. Su intensidad es casi palpable. Me mira expectante, como si quisiera que expresara algo. Le sonrío levemente y noto cómo en sus ojos un brillo mínimo aparece, no obstante, su semblante sigue siendo neutro. Estoy feliz de que no me haya mirado con ojos fulminantes.

Su respiración sigue siendo agitada y dificultosa, sin la intención de parar por unos cuantos minutos. Inclusive, empeora cuando vuelve a mirarme luego de beber unos sorbos de agua embotellada que alguien le da. Su pecho sube y baja constantemente. No aparto la mirada, no porque no quiera —porque no quiero—, sino porque no puedo hacerlo. Es hipnotizante la manera en la que me ve, como si fuera la única sentada allí.

Eso es raro.

Una mano en mi brazo me saca de mis pensamientos. Aparto mi mirada de la Damon y observo a Noah, quien está parado a mi lado tendiéndome la otra mano. Por el rabillo del ojo puedo notar cuando Muchachote se marcha. Y sorprendentemente, me decepciono sin saber por qué. Algo en mí cae, solo un poco, pero, aun así lo noto.

Lo ignoro.

—Tenemos que irnos, preciosa —dice él, intentando coquetear, sin embargo, evito su comentario. Asiento, pero no tomo su mano. Su flirteo y belleza no me causan nada, aunque no lo culpo por intentar algo con todas. Parece ser un buen chico y un mujeriego a la vez.

Pasamos por aquel pasillo por el que Damon salió antes, cruzando una cortina negra. Caminamos por el lugar en donde había estado, yendo hacia una puerta con un cartel que dice «La Furia» escrito en cursiva. Entro primera y luego los otros miembros del equipo de Damon, entre ellos, Noah. Miro lo que me rodea y me sorprendo al notar que no tiene ninguna foto de chicas desnudas o algo por el estilo. Solo son cuatro paredes negras, un vestidor lleno de ropa para entrenar, unos tocadores con espejos y sillones contra las paredes.

—¿Quieres? —pregunta un joven de unos veintiséis años aproximadamente, tendiéndome una botella de agua. Dudo un segundo, pensando en que podría contener algún tipo droga, pero luego descarto esa estúpida idea y sonrío mientras la agarro.

—Gracias…

—Peter —contesta devolviéndome la sonrisa, una que deja ver unos blanquecinos dientes casi perfectos, a excepción de uno doblado en la parte superior del lado derecho de su boca.

—Soy Natalie, mucho gusto —nos damos la mano y sonreímos otra vez.

—Igualmente —separa nuestro agarre y se va a sentar a un sillón con los que supongo que son el resto del equipo.

Me siento en otro más alejado de toda la conversación que inició entre ellos y me quedo viendo la nada, tomando de a pequeños sorbos del agua embotellada hasta que minutos después entra Damon, tan espectacular como las pocas veces que lo vi. Todos se callan cuando él entra y lo miran con alegría impresa en sus rostros. Algunos lo felicitan, pero él solo agradece con un asentimiento de cabeza y repasa toda la habitación con su mirada. Al no encontrar lo que buscaba, frunce el ceño. Toso para llamar su atención y logro que él se centre en mí. Me mira y ese brillo que antes vi, aparece de nuevo, solo que ahora con mucha más intensidad.

Creo que estoy empezando a desear ver ese brillito con más frecuencia. Es como ver millones de fuegos artificiales solo en sus ojos zafiros. Se acerca, toma un banquito que hay debajo de uno de los tocadores, y se sienta enfrente de mí.

Me observa sin hablar, poniéndome tan nerviosa que miro hacia otro lado para no verlo a la cara. Su mirada es muy penetrante.

—¿Qué te pareció la pelea? —pregunta sin emoción, pero aún con ese brillo. Es como si esperase mi respuesta sin siquiera preguntarla. Su vos ronca, baja y sexi manda escalofríos por todo mi sistema, haciéndome temblar por completo. Intento ocultarlo para que no vea qué causa en mí. Ni yo quiero creer lo que aparentemente me causa.

—No sabía que peleabas —digo con sinceridad.

—No cambies de tema. ¿Qué te pareció la pelea? ¿Cómo estuve? —parpadeo ante su arrebato ansioso. Parece desesperado por recibir una respuesta de mi parte. Asiento ligeramente.

Este chico me va a volver loca con todos sus cambios de humor.

—No soy muy fan de las peleas, pero… —él me interrumpe.

—Me dijiste que no te importaba ver sangre —gruñe enojado.

—No me molesta ver sangre, pero no es que lo ame, Damon. De todas formas, creo que peleaste muy bien, aunque no sabría decirlo con certeza porque nunca antes he visto una pelea de boxeo —respondo un poco avergonzada por lo último.

—Dilo de nuevo.

—¿Qué? —pregunto confundida.

—Dilo de nuevo —gruñe cansado.

—¿Qué cosa?

—Mi nombre —frunzo el ceño, pero no le discuto.

—Damon… —musito despacio para que escuche bien. Él iba a decir algo, pero una mano se posa en su hombro, interrumpiéndolo.

—Damon, tienes que ir a recibir tu paga. Te felicito, los espectadores se quedaron maravillados con la pelea de hoy y se sorprendieron cuando Steven no te pudo dar ni un solo golpe —el que habla es un hombre de unos cuarenta años, más o menos, alto y delgado, con leves músculos en sus brazos. Nada interesante. Damon asiente, aun mirándome, y luego se levanta.

—Que no se vaya —les advierte a todos los de la habitación antes de irse. Me quedo sorprendida ante su tono amenazador y me quedo estática en donde estoy. ¿Por qué se empeña en dar órdenes que tienen que ver conmigo? ¿Y desde cuándo él tiene que decirme cuándo me puedo ir y cuándo no?

—Gracias —dice alguien dirigiéndose a mí. Volteo y miro confundida al chico.

—De nada, pero ¿por qué me agradeces?

—Desde hace un mes que no pelea así de bien y los espectadores apuestan mucho por él. Tiene que ganar. Y hoy, al parecer, te quiso sorprender.

—La verdad no entiendo por qué —señalo en un susurro.

—Nosotros tampoco, pero ¿no has visto la forma en la que te pregunto qué te pareció la pelea? —asiento, comprendiendo su punto—. Te quiso impresionar.

—Me ha gruñido miles de veces en la cara, ¿y tú dices que me quiso impresionar? —él afirma—. Pues, estás loco. De todas formas, es seguro que nos vean discutiendo todo el tiempo. El primer día que nos vimos, me senté en su «supuesto» asiento y él intentó echarme, diciéndome que era su lugar —me encojo de hombros ante el recuerdo.

—¿Y tú que hiciste al respecto? —pregunta muy interesado por mi respuesta, pero no le doy importancia.

—Le llamé Muchachote y le dije que se fuera, porque cuando llegué al asiento él no estaba. Así que no era de nadie. Y luego me senté sin dirigirle una mirada —una risita escapa de mi boca ante el recuerdo de su rostro. Ellos se miran unos a los otros sonrientes y luego a mí.

—Creo que vendrás seguido aquí… —susurra el mismo chico mientras se marcha. Intento decir algo, pero Damon entra en la habitación nuevamente, ahora más relajado.

—Vamos, te llevaré a tu casa —ordena al mirarme, entonces me cruzo de brazos.

—Puedo irme como llegué.

—¿Cómo llegaste?

—Corriendo —Damon me observa sorprendido.

—¿Por qué corrías? ¿Te estaban persiguiendo? —parece como si en serio lo estuviese preguntando. Su rostro serio y mandíbula apretada hacen un buen acto de preocupación.

—No, no siempre que alguien corre significa que le estén persiguiendo —comento rodando los ojos.

—No me importa, vendrás conmigo —demanda acercándose.

—Quiero irme sola.

—Son las once de la noche, no te puedes ir sola.

—Sí puedo —levanto mi cuerpo del sillón, lista para marcharme.

—No —gruñe acercándose.

—Sí.

—No —da otro paso.

—Sí.

—No —llega hasta mí. Lo miro a los ojos, por lo que tengo que levantar la cabeza, ya que es muy alto, y sonrío levemente.

—Sí —su mirada se convierte en divertida y luego, cuando pienso que dirá algo más, hace todo lo contrario. Me toma con sus grandes y fuertes manos la cintura y me coloca sobre su hombro con rapidez. Chillo en respuesta y le pego en la espalda, su ancha y dura espalda—. ¡Bájame, Damon!

—Cállate y deja de pegarme —dice, dándole un manotazo a mí trasero, mientras yo vuelvo a chillar.

—¡No me pegues! —lo golpeo de nuevo en la espalda.

—Entonces tampoco me pegues —gruñe caminando hacia la puerta. Y de repente, una idea se me viene a la cabeza y dejo de pegarle.

—Damon —musito en un tono enfermo y débil—. Y… yo, creo que… vomitaré mi cena… —digo para convencerlo y por suerte, se detiene antes de salir. Me baja con lentitud y me ve con el ceño fruncido. Todos en la habitación nos miran atónitos y divertidos. Trato de no sonreír cuando toco el suelo con mis pies, pero no lo puedo evitar. Intento salir corriendo, pero Peter grita, avisando que lo que dije era una trampa para escaparme. Damon se pone alerta, atrapándome y colocándome de nuevo en su hombro. Rendida y exhausta de pelear contra él, me dejo llevar. Suspiro.

Abre la puerta y sale conmigo colgando.

—Nos vemos otro día, Nat —grita alguien con diversión, mientras el resto me saluda con la mano burlonamente. Les sonrío con cinismo y les saco el dedo medio. Imbéciles, me dejaron con el monstro de lindos ojos.

La próxima no se las dejaré pasar.

—¡Se las cobraré, idiotas! —grito antes de que desaparezcan de mi vista.

Salimos al frío aire de afuera y me tenso. No traje campera y me estoy muriendo congelada. Maldita cabezota que soy. Mis dientes tiritan a causa de que estoy prácticamente entumeciéndome por el gélido ambiente de la noche, y él mira sobre su hombro hacia mí.

—¿Tienes frío?

—No, estoy muerta de calor, Damon —respondo con ironía.

—No uses la ironía conmigo, Nat —gruñe fulminándome con la mirada.

—Como tú digas, Muchachote —vuelvo a decir en el mismo tono que antes. Damon vuelve a gruñir, pero ahora lo hace dos veces seguidas al escuchar el apodo.

De repente, se para en algún lugar de la calle, me toma con suavidad de la cintura y me baja hasta quedar sentada en algo suave. Miro en dónde estoy y me sorprendo de encontrarme encima de una moto, pero lo raro es que no me sentó en la parte de atrás, sino que en la de adelante. Justo en el frente. Lo miro confundida ante su equivocación, pero este ya se encuentra sentándose detrás de mí, pegando su pecho en mi espalda y apretándome a su cuerpo con una mano en la cintura. La otra la lleva al acelerador y mueve una llave, prendiendo el motor; llenándola de vida.

Acaricia con delicadeza mi cintura, haciendo que corrientes eléctricas me recorran por todos lados y me quemen por dentro, antes de alejar la mano y colocarla en el otro manubrio. Cierro los ojos para disfrutar el aire en mi cara, el leve cosquilleo que dejó Damon en mí y la tranquilidad de las calles al no haber ninguna persona en ellas. Respiro hondo y sonrío un poco al escuchar el ruido de los grillos cantar. Sin poder evitarlo, dejo que mi cabeza caiga sobre su pecho y desde ahí, no recuerdo nada.

—Natalie, despierta… —me susurran al oído y protesto, mientras paso mis brazos alrededor de esta almohada dura y cómoda—. Llegamos a tu casa —vuelve a hablar.

—Qué bueno, unicornio. Llegaste por tu oro. Felicidades, ahora déjame dormir —respondo medio dormida. Puedo escuchar una risa masculina, pero es tan lejana que no me percato de nada.

Pasan una mano por mi espalda baja y la otra detrás de mis rodillas. Demonios, este unicornio sí que tiene fuerza. Me levanta en brazos y comienza a caminar. Puedo escuchar un timbre sonar y luego una voz muy conocida para mis oídos, aunque no la puedo ubicar con toda la niebla cegando mi mente. ¿Cómo es que este unicornio sabe dónde vivo?

—¿Por qué Nat está contigo? —cuestiona otra voz diferente a la del unicornio.

—La encontré husmeando en Monsplat. Al parecer, salió a correr y llegó hasta ahí. Por suerte la encontré y la traje luego de la pelea.

—Gracias por traerla. Así que, ¿ganaste?

—Sí, es obvio que gané.

—Bueno, felicidades y te agradezco por haber traído a mi hermana.

—Claro —siento que otras manos me toman, entonces me remuevo incómoda hasta encontrar una posición en la que estoy mejor.

—Adiós.

La persona que me lleva camina un poco hasta que se detiene por unos segundos y luego vuelve a caminar. Escucho el tintineo que hacen las llaves al chocar unas contra las otras y luego la cerradura al abrirse. Vuelve a andar y me deja en un lugar suave y cómodo, el cual parece el cielo para mi cuerpo. Me estiro lo más que puedo y me pongo cómoda para seguir soñando con pasteles de chocolate que se devoran humanos bañados en caramelos. Me colocan algo abrigado y calentito, así que me acurruco para conservar ese calor tan reconfortante. Puedo escuchar un leve aullido y un «shh» de parte de una persona, antes de que la oscuridad me invada por completo.

                         

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