Erick por otro lado regresó al auto todavía avergonzado por lo que hizo ¿en que estaba pensando? Se interrogó tomando en cuenta la invitación final que propuso, el viaje con aquella muchacha había sido de apenas treinta minutos, pero tan pronto como encendió el automóvil para continuar con su viaje se justificó a sí mismo que era una forma de desahogar la presión que lo volvía cada vez más alejado de las personas, se excusó en aquella idea y se mantuvo firme en no volver a hablarle a menos que fuera necesario, después de todo la confianza en las mujeres apenas existía en su ser por las experiencias del pasado.
Finalmente llegó a su casa tras diez minutos de viaje por la carretera, miró el reloj de su muñeca y acertó en que no le costaba nada dejar a su compañera antes por lo que se convenció de la decisión que impulsivamente había tomado, estacionó su coche en el garaje y se dispuso a ingresar a su casa cuando un quejido lo sorprendió seguido de unos brazos que rodeaban su cuerpo, se trataba de su madre quien feliz por su llegada lo aplaudió y continuamente lo invitó a la cocina para el almuerzo, pese a su estatura tan pequeña la mujer mantenía un cuerpo curvilíneo bien cuidado al igual que su tez parecía la misma arcilla salida del horno, brillante café que engatusaba a quien admirara semejante belleza, sus ojos negros rasgados se delineaban bajo unas pestañas largas bien cargadas, una mujer como ella era foco de miradas de todos los vecinos como la exitosa vecina viuda. Minerva era su nombre, una bella dama que apenas rozaba los cuarenta años de edad, su embarazo joven le permitía darse el lujo de mantener su cándida lindura frente a los años que mantuvo cuidando de su frívolo hijo quien había heredado la misma personalidad de su padre, era lo que más adoraba de él puesto que cada acción se lo recordaba como un nostálgico acecho de la presencia viva del hombre que tanta felicidad le dio en vida, sin embargo sus pesares se notaban al saber que la actitud de su primogénito le impedía tener una vida social común a la de otros muchachos.
Su preocupación comenzaría cuando Erick comenzó a cursar el segundo año de escuela, la primera semana recibió una notificación de la psicóloga escolar indicando la dificultad del infante por socializar con otros niños, ella no consideraba necesario ir puesto que recién muerto su esposo, era normal que su pequeño sintiera cierto alejamiento a las demás personas que no fuera su madre, por otra parte le era imposible dado que ahora debía ser el pilar financiero de la familia y mantener a un pequeño en desarrollo junto con una estabilidad laboral era de lo más complicado, pero los problemas parecieran acumularse dado que al mes de haber recibido aquella notificación se vio obligada a ir una vez más, el motivo era el mismo que la vez anterior, su corazón pareció quebrantarse al saber que el pequeño Erick habría heredado una personalidad asocial tras la muerte de su padre y el posible alejamiento de su madre por el constante horario de trabajo al cual tenía que sostenerse, pensar que posiblemente el pequeño no disponga de amigos por ello le causaba ansiedad dado que jamás podría vivir de manera normal y a ruegos le pidió que intentara llevarse con alguien, sin conocer concretamente el significado de aquella palabra y al no comprender por completo la explicación de la psicóloga luego de recibir la noticia de que el muchacho no ansiaba hablar con nadie simplemente porque no le llamaba la atención, la mujer intentó pedir a su única familia que iniciara con la mentira que cargaría quizá por siempre.
No había tratamiento para ello, dado que una personalidad asocial no era problema alguno, y si deseaba hablar con alguien podía hacerlo con normalidad, pero simplemente era un personaje desapegado a las personas, círculos sociales e incluso multitudes, su carácter le facilitaba alejarse de las personas que consideraba inapropiadas en su vida, su vocabulario podía llegar a ser afilado en algunas veces pero era porque no le gustaba redondear o suavizar las cosas, en realidad consideraba que si alguien le pedía decir la verdad pues esa persona debía estar preparada para recibirla aunque doliera, para él no era ninguna deficiencia social, simplemente se sentía más a gusto en soledad, era normal a los ojos de él mismo por ser un amante de la lectura y de perderse en sus propios pensamientos acompañado de un extenso paisaje al cual admirar, pero su madre no dejaba de verlo como algo que podría afectar su vida a futuro, sentía que jamás podría llevar amigos a casa, o que nunca podría tener una novia con quien pasar acompañado, lo que no sabía era que su hijo era tan autosuficiente que había madurado mucho más que el resto, y debido a su fría actitud se había ganado las admiraciones de muchas mujeres que lo consideraban alguien misterioso.
Actualmente Erick se veía en la obligación de al menos contar a su madre con quienes había hablado en la universidad, que temas había tratado e incluso comentar si tuvo alguna participación en clase, pero en la mente del joven no le importaba informar sus actividades diarias si con eso podía tranquilizar a su progenitora, puesto que él siempre estuvo consciente de su preocupación al igual que sus obligaciones desde la pérdida de su querido padre, pero aquel día fue diferente, luego de ingresar ambos a la casa, Minerva se dispuso a servir el jugo en vasos y poner los platos para el almuerzo cuando un silencio inoportuno la perturbó de pronto, su retoño no decía ni una sola palabra sobre su informe diario, de hecho, permaneció completamente en silencio sentado en el sofá como si sus pensamientos hubieran absorbido por completo su conciencia, después de tantos años Minerva volvió a ver al joven en completa soledad, tieso como un maniquí y con una mirada perdida en la ventana que da al patio trasero.
- Erick ¿Cómo estuvo tu día? -preguntó impulsiva sin inmutar al muchacho- ¿Con quién hablaste? -continuó interrogante tras no provocar ni una mirada- ¿Puedes contarme?
- Perdón, Minerva -respondió suavemente mientras su sonrisa se volvía difícil de disimular- solo quería...sentir de nuevo algo.
- ¿Sentir que cosa? -cuestionó preocupada.
- No lo sé -respondió tajante mientras su sonrisa se volvía más grande- muero de hambre.
Erick se levantó ante la sorpresa de su madre y continuó al comedor para esperar que le sirvieran sin decir una palabra más y con una extraña sonrisa de oreja a oreja, el lugar era un hermoso escenario con detalles en madera roja y bellos cristales en el centro de la mesa decorados por flores rojas de plástico, pero aquel escenario se veía iluminado por un muchacho perdido en un recuerdo que parecía imborrable al mismo tiempo que preocupante para la señora de la casa, quién por primera vez sentía un extraño temor de volver a ver al muchacho solitario que tanto tiempo atrás le rogó por hacer amistad con otros.
Los ojos de minerva se humedecían poco a poco mientras volvía de la cocina con los platos del almuerzo y regresaba por los vasos con jugo para posicionarlos ¿acaso su muchacho se daba cuenta de su gusto por pasar en solitario el resto de su vida? ¿Qué será de él cuando ella se haya ido de este mundo? Se cuestionaba en su mente mientras trataba de adivinar lo que el muchacho tan iluso pensaba sin decir una sola palabra, preocupada lo amparó en silencio y tomó asiento dispuesta a comer desilusionada por no haber sido lo suficientemente buena para que su hijo fuera feliz con muchos amigos, un pequeño gemido de tristeza se escapó de la boca de la mujer haciendo que el joven notara las lágrimas que rebeldes escapaban de sus ojos.
- Minerva ¿Por qué lloras? -interrogó preocupado- Es cierto, perdón no te conté de mi día -asumió mientras limpiaba el rostro de la mujer con una de las servilletas- ya no llores te contaré como me fue.
- ¿Quieres decir que hablaste con alguien? -preguntó mientras sujetaba la mano de su hijo- ¿Hiciste muchos amigos el día de hoy? -continuó más aliviada.
- Bueno -de pronto sus palabras se ahogaron en un nudo- tengo muchos compañeros ahora -respondió abrumado por los ojos cristalinos de su madre y se mantuvo en silencio como si su conciencia lo acusara por no cumplir con sus expectativas.
- Me alegro tanto -respondió un tanto extrañada por aquella respuesta.
La mente de Erick solo podía revivir el momento que pasó con su compañera, por primera vez en su vida había conocido a alguien que respetaba su forma de ser y no sentía miedo o admiración por un misterio que consideraba inexistente, no sentía ningún interés romántico por ella, simplemente se sentía más aliviado por no tener la necesidad de interactuar como con otras personas, era como un pequeño oasis en un desierto inmenso que debía pasar constantemente.
En cambio, la casa de Luperca era un callejón cerca de la avenida principal que continuaba en un sendero bordeado por varias casas y un patio central como si de un barrio interno se tratase, la diferencia radicaba en que era un barrio familiar de aproximadamente nueve casas en total, un terreno pequeño con un patio de juegos que servía para los pequeños de la extensa familia, a un costado de este se encontraba una pequeña lavandería rústica que utilizaban por turnos y horarios correspondientes a cada familiar, al final de este curioso callejón se encontraba la casa de Luperca junto con sus amorosos padres que constantemente se esforzaban por la felicidad de su pequeña, pero esta familia tenía el pequeño mal hábito de criticar a quien sea que cruzase frente a sus narices, sin importar si eras o no parte de la familia no eras exenta a los malos comentarios que de sus bocas parecía emerger como veneno dirigido a destruir por completo tu autoestima, al estar acostumbrada a los comentarios poco asertivos de sus familiares era normal para la joven universitaria que cualquier otro agravio le pareciera una simple broma de niños, de hecho crecer con ellos solo la había hecho consciente de la facilidad con la que una persona podría ser cruel con unas cuantas palabras por lo que a su parecer no podría haber peor villano que aquella que juzgaba solo por envidia o por simple deporte, sus padres, sin embargo eran distintos en este hábito, después de todo eran un matrimonio que se jactaba por haber experimentado un verdadero romance de película tras conocerse y ese sería el mayor de los sueños de su hija, experimentar un amor así de hermoso que le correspondiera hasta el más mínimo detalle hacía suspirar los anhelos de la joven Luperca, pero con su hermano era complicado, dado que era el mayor, este se había comprometido a cuidar de la pequeña de todo hombre que intentara abusar de sus encantos, y por lo visto eran muchos los pretendientes que la rodeaban pero al mismo tiempo, Luperca se había vuelto inmune a las indirectas y cumplidos por vivir con su familia por lo que su sueño de encontrar a su pareja ideal solo era un sueño imposible que dudaba mucho llegar a cumplir.
Como siempre la muchacha transitó los caminos de su pequeño barrio familiar que del mismo modo en horario cumplían con su malicioso sarcasmo y criticas sin fin sobre la edad que tenía sin pareja alguna, mientras tanto Lupe solo podía pensar en lo agradecida que estaba porque Erick no haya tenido intenciones de acompañarla hasta su puerta ¡imposible con una familia así! Pensó mientras continuaba su trayecto en completo silencio y las tías continuaban argumentando sobre su llegada fuera de horario académico, por otro lado, su madre al notar su llegada como era de costumbre le saludó con un cálido abrazo y la ingresó a la pequeña casa. El hogar de Lupe era muy diferente al de su compañero, era una pequeña casa de tan solo un piso con ventanas a los costados, su estructura era de ladrillo rojo y el techo de teja simple color vino, pero aún así continuaba siendo un buen refugio para la toxica familia que los rodeaba constantemente.
- Qué bueno que llegaste temprano -dijo su madre mientras la ayudaba a quitarse la maleta de su espalda- ¿salieron pronto de clases?
- Si, mamá ¿y mi hermano? -preguntó intrigada notando unas maletas en la sala.
- No puedo ocultarte nada -sonrió la mujer- aún no llega de su viaje, envió sus maletas por adelanto, créeme si él estuviera aquí sería el primero en defenderte de esas arpías.
- Esas...son tus hermanas -devolvió una mirada dulce a su madre- y mis tías, pero descuida mamá -se acercó a besar la mejilla de su madre- no me importa lo que digan.
Era mentira que no le importaba, en realidad, Lupe sentía un dolor indescriptible al tener que soportar todos esos agravios por parte de su propia familia, pero ella también tenía el mal hábito de esconder toda esa tristeza bajo una dulce sonrisa en su rostro la cual parecía inquebrantable, aunque ella no era una mentirosa guardaba todo su dolor inconscientemente, y eso a veces le pasaba factura con alguna migraña o incluso con tanto cansancio que conseguían sumergirla en un profundo sueño algunas veces, el sueño le duraba horas o incluso un día entero por lo que trataba en todo momento de evitar pensar demás, por lo que estos chismorreos casualmente lograban herirla considerando lo fuerte y vivaz que podía llegar a ser, incluso para sus familiares era un tanto imposible hallar alguna debilidad en un alma con semejante coraje. El único motivo por el cual podría sentirse mal era continuar en casa de sus padres, pese a ser estudiante siempre consideró la idea de que no podría estar para siempre bajo la tutela de su hogar y debía de independizarse tal y como lo hizo su hermano mayor, solo pensar en ello le provocaban un rebrote de lagrimas que apenas podía parar, como era su costumbre no se daba cuenta de ellas hasta que estas le causaban comezón por su desliz en su rostro.
Lupe de inmediato limpió sus lágrimas y se dirigió a su cuarto donde se recostó en la cama mientras pensaba en la pequeña aventura que pasó con su compañero de asignatura, le parecieron tiernas las reacciones del muchacho en cuanto lo vio y le daba la impresión que su rostro lucía más consolado luego del viaje por lo que se alegró por él enseguida, pero entonces se dio cuenta ¿Ese no es el chico más popular? Habló para sí misma en lo que recordaba su rostro en otras ocasiones y se daba cuenta de la diferencia de personalidad que había cuando la gente lo rodeaba y cuando no, como era la primera vez que lo trataba no tomó en cuenta algo que le parecía tan insignificante, pero supuso que él debía ocultar su frialdad por algún motivo en especial, continuaba pensando en ello cuando el sueño comenzó a entumecer su cuerpo mientras poco a poco sus pestañas caían contra su voluntad cerrando su visión en completa oscuridad cuando una llamada la alertó, algo somnolienta se levantó de su cama en lo que buscaba su celular en su bolso, el incesante timbre continuaba tintineando los oídos de la muchacha hasta que logró encontrarlo y notó que era de su nueva amiga Luna.
- Hola, Luna -respondió cortésmente, en lo que notaba como el sueño se le quitaba.
- ¡Lupe! -gritó con un entusiasmo que disparó un pequeño ruidillo agudo por el altavoz- No puedo creerlo, enserio estuviste con ese hipócrita.
- No es un hipócrita, Luna -pausó por un momento mientras reflexionaba lo que decía la joven- ¿De que estas hablando?
- Hablo de tu salida con Erick -farfulló molesta- el tipo tiene a media universidad tras él ¿Crees que nadie te vio?
- No fue nada realmente, el solo me agradeció por devolverle el bolígrafo.
- ¿Bolígrafo? Lupe, por favor ¡las chicas están hechas unas fieras!
- No creo que sea tan grave-indicó mientras comenzaba a revisar su mochila para ver las tareas que debía realizar-Quizá mañana comprendan que fue todo un mal entendido.
- Pero...
- Hasta luego, Luna.
Ante la serena actuación de su amiga, Luna solo pudo acceder a su propuesta de un panorama no tan violento, y trataba de analizar correctamente la solución, era posible que Erick pudiera resolver la extraña confusión, pero al conocer las intenciones de todos a su alrededor, sabía que su primera amiga sincera no saldría bien librada de semejante embrollo en que estaba tan hundida por su siempre cálida amabilidad, pero tan pronto como pensó en aquel joven, su mente divagó en las criticas constantes de su familia y que no podría jamás poder tener amigos de verdad cuando en su propia casa se veía rodeada de chismes e injurias.