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DANNA ENTRE LAS SOMBRAS

DANNA ENTRE LAS SOMBRAS

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img Rochy93
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Acerca de

En el tranquilo pueblo de San Emilia, donde el tiempo parece haberse detenido y los susurros del viento traen consigo antiguos secretos, vive Danna, una joven marcada por la pérdida de su madre en circunstancias nunca aclaradas. Años después, atormentada por pesadillas recurrentes y una presencia que parece seguirla a cada paso, Danna regresa a la antigua casona familiar, un lugar cubierto de polvo, recuerdos y oscuridad. Pero algo más habita entre las paredes de esa casa. Algo que ha estado esperando. Voces que murmuran desde las grietas, reflejos que no coinciden con su dueño, y una sombra que se acerca cada noche. Pronto, Danna descubrirá que su regreso no ha sido casualidad, sino parte de un ciclo ancestral que se repite cada generación. Mientras la línea entre la realidad y el más allá se difumina, Danna deberá enfrentar no solo a los espectros del pasado, sino a su propia sangre. La verdad duerme entre los secretos familiares, los rituales olvidados y una fuerza que se alimenta del miedo... y del alma de los vivos. "Danna entre las sombras" es una novela de terror sobrenatural que explora los lazos familiares, las heridas no sanadas y la aterradora posibilidad de que lo que creemos haber dejado atrás... nunca se fue del todo.

Capítulo 1 El retorno

La bruma se aferraba al camino como una segunda piel, espesa y fría, mientras el auto de Danna avanzaba lentamente entre árboles que parecían inclinarse hacia ella, como si quisieran susurrarle secretos antiguos. La carretera a San Emilia no había cambiado en lo absoluto desde la última vez que la recorrió. Todo seguía igual, salvo por la extraña sensación de que algo, invisible pero vivo, la esperaba.

-Esto es una locura -murmuró para sí, apretando el volante-. No debí volver.

Pero volvió.

La noticia de la muerte de su tía Clara había llegado sin aviso, como una bofetada helada en mitad del sueño. Clara, su última pariente viva en el pueblo, había muerto sola en la antigua casona familiar. Nadie supo decir cómo. Solo la encontraron sentada frente al espejo del vestíbulo, con los ojos abiertos y vacíos, como si hubiese visto algo tan terrible que su alma no pudo soportarlo.

Danna no recordaba bien ese espejo, pero sí los susurros. De niña, había escuchado voces entre las paredes, murmullos que la hacían temblar cuando apagaban las luces. Su madre solía decir que era su imaginación, que eran "cosas de niños". Hasta que un día desapareció sin dejar rastro.

Nadie volvió a mencionarla.

San Emilia era ahora un pueblo aún más pequeño y envejecido. Casas con techos corroídos por la humedad, ventanas tapiadas, tiendas cerradas. Los rostros que encontró al llegar eran opacos, algunos incluso la evitaban como si fuera portadora de una peste. Solo la anciana del café de la esquina la saludó con una sonrisa que más parecía una mueca de compasión.

-Los que se van... no deberían volver -le dijo la mujer mientras le entregaba un té de jazmín sin que Danna lo pidiera.

Aquella frase le quedó retumbando en la cabeza mientras se acercaba al portón herrumbroso de la casona. Había estado cerrada por más de diez años. Sus bisagras rechinaron como un lamento al abrirse. El jardín estaba cubierto de maleza, y la fuente central estaba seca y agrietada.

Pero no fue eso lo que le heló la sangre.

Fue el hecho de que la puerta principal estaba entreabierta.

-Yo misma cerré esta casa cuando me fui -susurró.

Empujó con cautela, y el aire rancio la golpeó en el rostro. El mismo olor a madera podrida, a polvo, a encierro... y algo más. Algo agrio. Como sangre seca.

Encendió la linterna del móvil. Las luces no funcionaban. Avanzó por el pasillo, los tablones crujían bajo sus pies como si protestaran por su regreso. Todo seguía donde lo recordaba: los retratos torcidos en las paredes, los muebles cubiertos por sábanas amarillentas. Y al fondo, el espejo. Alto, con marco de roble negro. El mismo frente al que encontraron a Clara. El mismo en el que Danna, de niña, juraba ver sombras que no le pertenecían.

Se detuvo frente a él. Su reflejo titilaba, como si algo interfiriera con la luz. De pronto, una figura cruzó a su espalda.

-¿¡Quién está ahí!?

Giró en seco, apuntando con la luz, pero no había nadie. Solo silencio y polvo. Se convenció de que era su imaginación. Estaba cansada, emocionalmente drenada. Necesitaba descansar.

Subió las escaleras, cada peldaño protestando su paso. La habitación que alguna vez compartió con su madre seguía intacta. La cama estaba hecha, cubierta por una colcha tejida a mano, y en la repisa del fondo seguía la caja musical que tanto temía. La abrió.

No tenía cuerda.

Y, sin embargo, comenzó a sonar.

Una melodía lenta, disonante, como si alguien la hubiese compuesto para atormentar a los vivos. Danna dejó caer la caja al suelo, pero la música siguió.

-Esto no puede estar pasando...

Corrió al baño y se lanzó agua al rostro. Al alzar la vista, el espejo estaba empañado. Pero no por su respiración. Una mano se marcó en el vidrio. No la suya.

Retrocedió con un grito ahogado.

La música se detuvo.

El silencio volvió a abrazar la casa.

Esa noche durmió poco. O eso quiso creer. En sus sueños, la voz de su madre la llamaba desde la oscuridad, pidiéndole que no abriera la puerta del sótano. Que no bajara nunca más.

Despertó sudando, con un olor putrefacto en el aire. Y bajo la cama... un leve susurro.

-Danna... regresaste.

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