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La sustituta consentida del multimillonario

La sustituta consentida del multimillonario

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img Earvin Neill
5.0
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Acerca de

Melanie sacrificó su integridad y valores solo para salvar a su padre de ir a prisión. Durante diez meses, se mantuvo alejada como sustituta para un hombre que no conocía. Al regresar, descubrió que su padre se había suicidado y que nunca recibió el dinero que le mandó. Luego, su cruel madrastra y hermanastra la echaron de la casa sin nada, e incluso su prometido se puso en su contra. Tres años después, regresó para descubrir que la casa familiar iba a ser demolida. Intentó evitarlo yendo a ver al arrogante CEO, Mateo. "¿Estás tratando de seducirme?", preguntó él mientras la miraba fijamente. Temblando, ella respondió: "No fue intencional". Pronto, ambos descubrieron que tenían mucho que ganar el uno del otro. Acordaron un matrimonio de conveniencia por el bien de la hija de tres años de Mateo. Melanie pensó que todo terminaría una vez que consiguiera lo que quería y también lo ayudara a él. Sin embargo, la hija de Mateo tenía otros planes. De repente, pidió: "Mamá, ¿me puedes dar un hermanito?". Los secretos también salieron a la luz, uno tras otro. Melanie se quedó cuestionando todo lo que sabía...

Capítulo 1 El precio de la salvación

"Melanie Scott: veintiún años, graduada con honores de la Universidad de Chanvale. Virgen, sin experiencia sexual y en perfecto estado de salud...".

Tras leer el informe en voz alta, su interlocutor cerró el expediente. Frunció el ceño y le preguntó: "¿Estás segura de que quieres hacer esto?".

Melanie, de apariencia tan inocente como bella, se aferró al dobladillo de su vestido. Respondió con la voz tensa por la ansiedad: "Sí, estoy segura. Necesito el dinero con urgencia".

"¿Cuánto dinero necesitas?".

Melanie titubeó un instante. Con la cabeza gacha, murmuró: "Diez... diez millones de dólares".

El ceño del hombre se acentuó. "El proceso para concebir tomará un mes, como máximo, y el embarazo durará nueve. Durante esos diez meses, todo deberá mantenerse en el más estricto secreto, lo que significa que no podrás salir de esta propiedad ni contactar a nadie del exterior. ¿Aceptas las condiciones?".

Melanie respiró hondo. Sus nudillos se pusieron blancos por la fuerza con que apretaba las manos. Con voz temblorosa, respondió: "Sí, yo... puedo. Pero tengo una condición".

"Te escucho", dijo el hombre, cruzándose de brazos.

"Una vez que firme este acuerdo, deberán transferir los diez millones de dólares a mi cuenta bancaria tan pronto como se confirme el embarazo. Es una suma que necesito sin demora".

*Qué joven tan codiciosa*, pensó él.

Un brillo de desdén cruzó su mirada. "De acuerdo. Prepárate, tu benefactor llegará a las ocho en punto de esta noche. Y recuerda, esto no es un juego. Él no es un hombre que tolere tonterías. Más te vale concebir en un mes. De lo contrario, puedes ir despidiéndote de esa fortuna".

La noche no tardó en llegar. A las ocho en punto, después de bañarse y cambiarse, Melanie fue conducida a una habitación de la villa. La oscuridad era tan absoluta que por un momento temió haberse quedado ciega.

En el interior reinaba un silencio total, roto únicamente por el tictac de un reloj de pared.

Pasaron varios minutos mientras Melanie permanecía sola en la penumbra. De pronto, la puerta se abrió bruscamente y una silueta masculina se recortó en el umbral. Melanie no podía distinguir su figura, y mucho menos su rostro. Apenas tuvo tiempo de cubrirse con los brazos antes de que el hombre la sujetara y la arrojara sobre la cama.

"¿Diez millones de dólares? Qué mujer tan avara".

La voz glacial del hombre rasgó el silencio, asestándole un golpe helado en el pecho.

Ella se llevó una mano al corazón, cerró los ojos con fuerza y se mordió el labio inferior hasta sentir una punzada de dolor aún más aguda. Su voz tembló al responder: "¡Si vas a hacerlo, hazlo ya y cállate!".

El hombre soltó un bufido cargado de desdén. Al segundo siguiente, se abalanzó sobre ella con una crueldad animal.

Fue tan brusco que, al penetrarla, el cuerpo de Melanie se tensó por completo y comenzó a temblar.

Las lágrimas se deslizaron desde las comisuras de sus ojos. Los cerró con fuerza y se mordió el labio para soportar el dolor desgarrador.

Todo esto era por su familia. Si lograba sobrevivir a esa noche, salvaría al Grupo Scott y su padre no iría a la cárcel por sus deudas.

Impulsada por la determinación, Melanie rodeó el cuello del hombre con sus brazos, mientras su cerebro adormecía el dolor. Presionó sus labios contra los de él y lo provocó con una inocencia fingida: "Más fuerte, semental. Fóllame más fuerte".

El hombre gruñó y le susurró al oído: "Tú lo pediste. No te quejes después".

Después de eso, Melanie sintió que estuvo al borde de la muerte varias veces. La embistió con tal fuerza que su cuerpo pronto perdió toda resistencia. Cuando él terminó, ella no podía mover un solo músculo ni respirar sin que una oleada de dolor la recorriera por completo.

A la mañana siguiente, Melanie despertó con la cálida luz del sol sobre su rostro. Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba sola. Aún intentaba despejarse cuando una empleada entró y le informó con voz fría: "Él vendrá a tu habitación cada noche hasta que concibas. Si en un mes no lo has logrado, tendrás que empacar tus cosas e irte".

Melanie apretó las manos con fuerza y rezó para quedar embarazada dentro del plazo establecido.

La brutalidad continuó durante las siguientes seis noches. En cada ocasión, Melanie sentía que preferiría estar muerta. ¡Ese hombre era una bestia!

Por fortuna, casi un mes después se confirmó que estaba embarazada.

"La suma de diez millones ha sido transferida a tu cuenta. Desde ahora, no te estreses ni te preocupes por nada. Limítate a comer y a dormir bien".

Una mezcla de emociones invadió a Melanie al escuchar eso. Conteniendo lágrimas agridulces, tomó la mano de la empleada y le dijo: "Quiero llamar a mi papá para preguntarle si ya está a salvo. También quiero saber si recibió el dinero. Por favor, ayúdame. Prometo no revelarle nada. Te lo juro... Por favor".

Quizás conmovida por el aspecto desolado de Melanie, la empleada, con el teléfono en la mano, le preguntó: "¿Qué es lo que quieres decirle? Solo puedo enviarle un mensaje por ti. ¡Pero será la primera y la última vez!".

Nueve meses después, Melanie yacía en la cama de la villa, en la última etapa de su embarazo. Sudaba profusamente con las piernas abiertas.

Gritos agudos resonaban en la habitación. La doctora, con guantes y mascarilla, estaba de pie frente a ella y la apremió: "¡Ya veo la cabeza! ¡Puja con más fuerza, puja!".

Con todas las fuerzas que pudo reunir, Melanie apretó los dientes y pujó como nunca antes lo había hecho.

El bebé salió de su cuerpo y, al segundo siguiente, se oyó un llanto agudo.

La doctora envolvió rápidamente al bebé y lo puso en una incubadora. Luego, le ordenó a alguien que esperaba en las sombras: "Llévense al bebé ahora mismo".

Rodeada por un charco de su propia sangre, Melanie giró la cabeza y suplicó entre lágrimas: "Por favor, déjenme ver a mi bebé".

Pero sus súplicas fueron ignoradas. Se llevaron al bebé antes de que ella pudiera siquiera reaccionar.

Melanie ni siquiera supo si había tenido un niño o una niña.

Afuera de la villa, un Maybach negro de edición limitada estaba estacionado en la entrada.

El hombre en el asiento trasero observaba al recién nacido, aún cubierto de sangre y fluido amniótico. Lentamente, su semblante se endureció y frunció el ceño.

"¡Felicidades, señor Collins! ¡El bebé es idéntico a usted!".

"¡Cállate!", espetó él. "¿Cómo podrías saber si se parece a mí? ¡Llévanos al hospital, ahora!".

"Sí, señor", respondió el chófer mientras encendía el motor.

Dentro de la villa, Melanie se puso de pie, tambaleándose, con una mano sobre el abdomen. Miró por la ventana, justo a tiempo para ver el reluciente auto negro que se alejaba.

Al día siguiente de dar a luz, aunque todavía estaba adolorida y muy débil, Melanie se apresuró a volver a casa.

Durante todo el trayecto se había devanado los sesos buscando una excusa creíble para justificar su desaparición de diez meses, pero ahora, de pie frente a la puerta de su casa, seguía sin encontrarla. Respiró hondo y extendió la mano para tocar el timbre, solo para descubrir que la puerta estaba entreabierta.

La empujó suavemente y entró. Sin embargo, no había nadie en la sala.

¿No había nadie en casa? Incluso si su padre se hubiera ido a trabajar, su madrastra, Ximena Scott, solía quedarse en casa con su hija, Elliana Crowell. ¿Adónde habrían ido para dejar la puerta abierta?

Melanie estaba a punto de subir las escaleras cuando distinguió dos figuras conocidas en el pasillo del segundo piso.

"¡Pequeña diablesa!". El hombre le dio una palmada en el trasero a la mujer y lo apretó con fuerza. Aunque ella soltó una risita, le dio un golpecito en el pecho y dijo haciendo un puchero: "Basta. ¿Cuándo vas a ponerme un anillo en el dedo? ¿O es que sigues extrañando a Melanie? Nadie ha sabido nada de ella en diez meses".

"Ya la olvidé. ¿Cómo podría extrañar a esa mujer tan insípida? Solo salía con ella por el prestigio de su familia. Si te hubiera conocido antes, no le habría dedicado ni una segunda mirada. Comparada contigo, ella es tan... aburrida". El hombre se humedeció los labios. Después, se inclinó al oído de la mujer y susurró: "Sobre todo en la cama. Ella no tiene idea de nada, mientras que tú siempre me enloqueces".

"¡Ay, mi amor! Tú también me enloqueces", dijo ella con coquetería, saltando a sus brazos. "Todavía tengo el coño adolorido por cómo me follaste anoche".

De pie al pie de las escaleras, Melanie palideció al instante. Sus ojos se encendieron de resentimiento mientras miraba a la pareja de arriba, que no podía quitarse las manos de encima.

Aquel hombre de modales lascivos era su novio, Neville Phillips.

Había estado fuera solo diez meses, pero él no había perdido el tiempo: la estaba engañando con Elliana, la hija de su madrastra.

Un par de miserables traidores.

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