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Mataron a mí compañero,me vengare de todos

Mataron a mí compañero,me vengare de todos

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-Eres la peor carroña del reino, un andrógino gay sin virilidad, poca cosa para ser un futuro rey Laican .... Reía como una maniático, exudaba envidia,resentimiento,lo odiaba profundamente, su alma se quemaba con solo verlo,lo quería ver destruido,acabado sin un buen sentimiento para morir en paz.... En la penumbra de ese sótano lúgubre, infestado de alimañas, su profunda belleza inigualable hacia del lugar un espacio irreal

Capítulo 1 Mataron a mí compañero,me vengare de todos

Capitulo 1

-Eres la peor carroña del reino, un andrógino gay sin virilidad, poca cosa para ser un futuro rey Laican ....

Reía como un maniático, exudaba envidia,resentimiento,lo odiaba profundamente, su alma se quemaba con solo verlo,lo quería ver destruido,acabado sin un buen sentimiento para morir en paz....

Pero en la penumbra, de ese sótano lúgubre, infestado de alimañas, su profunda belleza inigualable hacia del lugar un espacio irreal.

Llego a ese pueblo como atraída por el universo,

Era un llamado en su alma algo que vibraba bajo su piel, su corazón estaba acelerado....pero que era ese sentimiento, porque está tan inquieta y nerviosa como una adolescente... Miro a su alrededor a pesar de estar oscureciendo, notó que era un pueblo tranquilo y sereno.

Las personas pasaban hablando,algunas riendo, y la observaban con detenimiento con mucha curiosidad;

Silvia, pensó que se debía a que era una forastera, no dio tanta importancia a esos pensamientos; saco el celular de su bolso para encontrar un hospedaje, pero no tenía señal

- mierda,justo ahora no tengo señal...tengo que encontrar un lugar donde quedarme ya es de noche y está haciendo frío....

Observo a su alrededor y vio a un hombre de contextura corpulenta, e imponente que la observaba penetrantemente; no sabía porque pero Silvia sintió miedo, vio que a media cuadra de dónde ella se encontraba, había una tienda abierta,tomo su equipaje y se dirigió allí con pasos ligeros.

Al ingresar vio a una señora octagenaria, que con avidez preparaba los pedidos y los iba dejando en el mostrador; mientras una chica delgada y simpatica atendía las mesas ocupadas: se dirigió a una mesa cerca de la entrada, se acomodo y observo la tienda, era espaciosa con mesas y sillas de roble tallados con alabardos y flores de Liz, en el centro de las mesas había flores de lavandas,cortinas largas y blancas que le daban un distintivo único pero lo que más le llamo la atención fue un cuadro de un lobo grande de pelaje plateado y ojos negros profundos que la hicieron estremecer sentía que ese cuadro realmente la observaba...

Pérdida en sus pensamientos no se dio cuenta que la mesera estaba junto a ella...

-Buenas noches me llamo Flavia, que le puedo ofrecer. Su tono de voz no era amable sino que tenía una brusquedad en cada sílaba;

Silvia la miro y observo que se refregaba la nariz...

(Será que huelo mal) pensó Silvia disimuladamente se olió la ropa..,no, no era eso, gotas de sudor se comenzaba a formar en su frente, la chica cada vez más molesta e irritada la miraba como queriéndola arrancar la cabeza ....

- y no estaré toda la noche aquí parada pedirá algo si o no

Pero la Señora mayor dijo en tono afable

- Flavia, ven aquí y lleva este pedido al Alfa, se encuentra en la casa de la Sra Mónica por favor.

La chica abrió grande sus ojos y su rostro colorado como un tomate, tomo el pedido y los llevo urgentemente.

- Me llamo Bernarda, en qué la puedo ayudar

-Soy Silvia (sonrío la misma) quisiera un chocolate caliente y facturas por favor...

-Muy bien ya se lo traigo

Silvia suspiró aliviada cuando Flavia se alejó. Aquella chica la había hecho sentir como si no perteneciera a ese lugar, como si cargara un secreto que todos menos ella conocían. Mientras esperaba su pedido, su mirada se posó nuevamente en el cuadro del lobo plateado. Le inquietaba.

-¿Por qué siento que esos ojos me atraviesan? -murmuró para sí misma.

Bernarda regresó con la bandeja. El aroma dulce del chocolate caliente y las facturas recién horneadas llenó el ambiente, reconfortando a Silvia.

-Aquí tiene, querida. Espero que le guste.

-Gracias, señora Bernarda.

La anciana le sonrió de una forma cálida, pero Silvia no pudo evitar notar que su sonrisa tenía algo de... compasión.

Mientras mordía una medialuna, Silvia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Alzó la vista y vio al hombre corpulento que la había observado en la calle. Estaba ahora en el umbral de la tienda, con la mirada fija en ella. Parecía como si cada músculo de su cuerpo estuviera tenso, como si se contuviera de hacer algo.

Bernarda notó la tensión.

-Señor Hugo, ¿quiere algo en especial?

El hombre apenas movió la cabeza.

-No, señora Bernarda. Solo estoy... vigilando.

Sus ojos nunca dejaron de estar clavados en Silvia, quien sintió que un torbellino se le formaba en el pecho.

-¿Vigilando? -pensó, mientras su corazón comenzaba a latir con fuerza.

-Silvia, ¿verdad? -dijo Bernarda, sacándola de sus pensamientos-. ¿De dónde vienes?

-De la ciudad... Vine porque... no sé bien por qué. Siento que debía estar aquí.

La anciana asintió, como si entendiera algo que Silvia aún no comprendía.

-El destino es caprichoso, muchacha. Y cuando llama... no hay forma de ignorarlo.

De pronto, la puerta del local se abrió de golpe, dejando entrar una ráfaga helada. Flavia regresaba apresurada, pero no venía sola. Tras ella, entró un hombre alto, de cabello rubio y ojos celestes como el claro cielo. Su presencia llenó el espacio de una energía densa, casi salvaje. Silvia no pudo evitar contener la respiración.

Cuando sus miradas se cruzaron, una sensación la golpeó con fuerza en el pecho.

-Él... -pensó-. Lo conozco... o al menos, mi alma lo conoce...

El hombre, como si hubiera sentido lo mismo, detuvo su paso. Sus ojos la miraron con intensidad, como si tratara de descifrarla, como si supiera que Silvia era más de lo que aparentaba.

Silvia tragó saliva. Algo dentro de ella acababa de despertar.

El hombre era el ser más hermoso y salvaje que Silvia había visto jamás. Su cabello rubio caía en ondas rebeldes, enmarcando un rostro de rasgos cincelados como si los dioses mismos hubieran tallado una obra perfecta. Sus ojos, de un azul tan claro que parecían casi celestes, destellaban como cristales de hielo bajo la tenue luz del local. Cada paso que daba era tan firme y elegante como el de un depredador que observa a su presa.

De pronto, olfateó el aire, como si captara un aroma particular en el ambiente. Su ceño se frunció al mirarla, sus ojos se entornaron con una mezcla de desconcierto y desagrado.

Silvia se inquietó, su cuerpo tensándose como un animal asustado. Sentía que debía bajar la vista, huir, pero al mismo tiempo una fuerza la mantenía anclada en su lugar, incapaz de apartar la mirada de él.

El hombre, como si su mirada le traspasara el alma, se quedó un momento inmóvil. Después, su expresión cambió. La calidez inicial se desvaneció, reemplazada por una frialdad que heló la sangre de Silvia. Sus ojos se volvieron distantes, casi indiferentes, como si ella no fuera más que una simple hoja arrastrada por el viento.

Silvia tragó saliva con dificultad, su corazón latiendo desbocado. Sentía que había hecho algo mal, aunque no entendía qué. El silencio en la tienda se volvió denso, casi irrespirable, y todos los presentes parecían contener la respiración.

Fue entonces cuando Bernarda carraspeó, rompiendo la tensión.

-Alfa... -dijo en voz baja, casi reverente.

El hombre desvió apenas la mirada hacia la anciana, asintió levemente y se dio media vuelta, caminando hacia la puerta con pasos decididos. Sin embargo, justo antes de salir, se detuvo un instante. Silvia lo vio inhalar profundamente, como si quisiera memorizar su aroma, y luego se marchó, desapareciendo en la noche como un lobo solitario.

Silvia quedó temblando, con la taza de chocolate temblándole entre las manos.

-¿Qué fue eso? -pensó-. ¿Por qué siento que mi vida acaba de cambiar para siempre?

Bernarda, observándola con una mezcla de compasión y resignación, suspiró profundamente y murmuró para sí misma:

-Los caminos se cruzan... y nada vuelve a ser como antes

Capitulo 2

La Cabaña Y los Lobos:

Silvia, aún con el corazón agitado por aquel encuentro extraño, respiró hondo y decidió concentrarse en lo práctico.

-Señora Bernarda, ¿conoce algún lugar donde pueda quedarme unos días? -preguntó, con una sonrisa algo tímida.

La anciana ladeó la cabeza, como si hubiera estado esperando esa pregunta.

-Bueno, querida, no es que tengamos muchos hospedajes aquí... pero, si no le incomoda, tengo una pequeña cabaña al borde del pueblo. Fue de mi juventud, pero ahora, con estos años encima, ya no puedo estar sola ni mantenerla como antes. No es cara, le aseguro.

Silvia se iluminó. La idea de una cabaña rústica, lejos del bullicio, le parecía más que perfecta.

-¿En serio? ¿Estaría dispuesta a alquilarla?

-Claro, querida. Si le interesa, puedo llevarla ahora mismo para que la vea.

Sin dudarlo, Silvia aceptó. Juntas caminaron hasta la entrada del pueblo Lake, donde un pequeño sendero serpenteaba entre árboles y hierbas altas. Allí, semioculta por la vegetación, estaba la cabaña: una estructura sencilla de madera, con un porche gastado por los años y ventanas que todavía conservaban sus cortinas de encaje.

-Perdón por el polvo, hace años que no paso por aquí -dijo Bernarda mientras empujaba la puerta, que crujió al abrirse.

Silvia miró a su alrededor con entusiasmo. Las paredes, aunque cubiertas de telarañas, estaban sólidas; los muebles, antiguos pero elegantes, contaban historias de tiempos mejores.

-No se preocupe, señora Bernarda. Con una buena limpieza, esto quedará perfecto.

Bernarda le sonrió, casi aliviada. Silvia, decidida, sacó su cartera y le pagó la cuota de un mes más el depósito.

-Listo. Es un trato.

La anciana asintió, pero antes de irse, se detuvo en el umbral.

-Silvia... hay algo que debe saber.

La joven levantó la vista, intrigada.

-¿Sí?

-En estos alrededores hay muchos lobos. No salen siempre, pero es mejor que no deambule sola después de las diez de la noche. Por su seguridad. Y... -la miró con seriedad, bajando la voz-, no se asuste si escucha aullidos muy cerca.

Silvia sintió un escalofrío, pero trató de sonreír.

-Gracias por el consejo, señora Bernarda. Lo tendré en cuenta.

Cuando la anciana se marchó, Silvia se quedó un momento en silencio, contemplando la cabaña y sintiendo que una parte de su destino acababa de sellarse. La luna, casi llena, comenzaba a asomar en el cielo, y el aire parecía cargado de una energía misteriosa.

Y, en la lejanía, un aullido largo y profundo resonó entre los árboles, estremeciendo la noche.

Silvia se dijo para sí misma, intentando calmar sus nervios:

-Tranquila... la señora Bernarda te advirtió de los lobos...

Se levantó y fue de puerta en puerta, de ventana en ventana, asegurándose de que todo estuviera cerrado correctamente. Al notar que las cerraduras estaban bien, respiró más tranquila, aunque los aullidos no cesaban y parecían cada vez más cerca.

El corazón de Silvia latía con una furia desbordada; estaba asustada, sintiéndose completamente vulnerable.

-Dios mío... ¿y si logran entrar a la casa? ¡Es vieja! ¿Qué haré?

Pero luego intentó razonar.

-No... Bernarda no me habría dejado aquí si la casa no fuera segura... Tranquilízate, Silvia...

Con ese pensamiento se forzó a respirar hondo y entró al baño. Para su alivio, encontró un termotanque. Lo encendió y, dejando que el agua caliente aliviara la tensión de su cuerpo, se permitió relajarse bajo la ducha.

Después, se dirigió al dormitorio. Abrió el viejo armario y, para su sorpresa, encontró sábanas perfectamente dobladas, blancas como la nieve y con un aroma fresco a pino, como si el tiempo no hubiera pasado por ellas.

-Qué extraño... -pensó mientras las colocaba en la cama.

Cuando todo estuvo listo, se recostó y puso una película en su celular para distraerse. A la medianoche, agotada, apagó el dispositivo. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido, pero el cansancio era más fuerte. Antes de cerrar los ojos, encendió la luz del dormitorio. Siempre había tenido un miedo irracional a la oscuridad.

Horas más tarde, alrededor de las tres de la mañana, Silvia se despertó sobresaltada. Un sonido brutal la sacó de golpe del sueño: aullidos y gruñidos feroces retumbaban cerca de la cabaña, como si una batalla entre lobos se desatara justo allí, bajo sus ventanas.

El miedo se apoderó de su cuerpo, su respiración se volvió errática y se cubrió con la manta, temblando.

-Dios mío, ¿qué hago si entran? -pensó, apretando los ojos cerrados.

Pero algo, una especie de instinto extraño, le susurró que mirara. A pesar del pánico, se acercó lentamente a la ventana, apenas levantando la cortina.

Y allí lo vio.

El lobo de pelaje plateado, idéntico al del cuadro, estaba parado frente a la cabaña, majestuoso e imponente, con los ojos negros como la noche clavados en la ventana donde Silvia se escondía. Olfateaba el aire, avanzando con paso seguro, poderoso.

Silvia sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo, como si su alma estuviera desnuda frente a ese ser. Era hermoso, magnífico... y aterrador. Un miedo sepulcral la invadió, pero al mismo tiempo, algo más... una emoción desconocida, una extraña mezcla de atracción y asombro.

Para su sorpresa, también podía percibir el aroma del lobo: una mezcla salvaje de lavanda, pino y bosque, como si la naturaleza misma respirara a través de él.

Silvia parpadeó, desconcertada.

-¿Cómo es posible que pueda olerlo?

El lobo se detuvo frente a la ventana, tan cerca que Silvia sintió que su corazón iba a estallar. Sus ojos la observaron intensamente, como si pudiera ver más allá de su piel, hasta lo más profundo de su ser.

De pronto, el lobo lanzó un aullido largo, profundo, que hizo vibrar la cabaña entera. Silvia, presa del pánico, tropezó y cayó al suelo, jadeando. Cuando se incorporó, apenas unos segundos después, ya no había nadie. Solo el silencio.

Se quedó inmóvil, tratando de calmar su respiración. Los lobos... se habían ido.

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