Johanna Gordon sintió el brazo del hombre ceñirle la cintura.
Apenas su cálida palma la tocó, una oleada de debilidad le recorrió las piernas.
"Carson Russell, nuestro acuerdo ha terminado. No puedes...", susurró ella con un hilo de firmeza en la voz.
Como respuesta, él no la soltó, sino que le sujetó la barbilla con una fuerza resuelta, casi insolente.
Su voz, un murmullo grave, tenía un filo innegable. "No termina hasta la medianoche. Hasta entonces, todavía me perteneces".
Johanna frunció el ceño, un gesto que revelaba su lucha interna.
Una vez más, se preguntó por qué seguía con aquel hombre.
Su acuerdo terminaba hoy, y la inminencia del final la oprimía. Apenas media hora antes, había llegado con la intención de recoger sus cosas, lista para cerrar ese capítulo de su vida.
Sin embargo, en cuanto entró, Carson comenzó a desvestirse en silencio; sus acciones, como un decreto, rompieron la quietud. Sin darle tiempo a reaccionar, la envolvió en su intimidad habitual.
Era una danza repetida incontables veces a lo largo de tres años; un tiempo que a ratos parecía fugaz y, a ratos, eterno.
Su cuerpo, que había memorizado cada contorno y cadencia de él, cedió sin oponer resistencia. Se hundió en el calor que crecía entre ambos, una intensidad que parecía incendiar el aire.
El mueble bar retumbó a su espalda.
"Mañana tengo compromisos. Por favor, no me dejes marcas", susurró Johanna, casi en una súplica.
Él se detuvo. Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios antes de responder, no con palabras, sino con una renovada oleada de pasión: un vendaval que prometía arrasar con los últimos vestigios de su acuerdo.
Una hora más tarde, Johanna salió de la ducha y se miró en el espejo. Las marcas que le había dejado eran evidentes.
Afuera, en el balcón, Carson fumaba con aire despreocupado.
Apoyado en la barandilla, giró la cabeza para mirarla por encima del hombro. "¿Estás segura de que no quieres renovar el acuerdo?", preguntó, dejando la pregunta flotando en el aire.
Johanna titubeó.
Tres años atrás, a la temprana edad de veintidós años, su vida se había visto sacudida por la ruina financiera de su familia. La posterior muerte de su padre y la enfermedad de su madre la obligaron a esconderse de los acreedores mientras lidiaba con abrumadores gastos médicos. En su peor momento, llegó a dormir en la calle e incluso contempló el suicidio como una salida desesperada para ella y su madre.
Su encuentro con Carson había sido un aparente golpe de suerte en medio de la desesperación. El acuerdo era transaccional: cada uno satisfacía las necesidades del otro.
Carson había sido amable, incluso en la cama, sin exigencias extrañas. Además, cubría generosamente los gastos médicos de su madre y le proporcionaba ayuda económica adicional.
Sin embargo, lo que ella no había previsto fue la profundidad de los sentimientos que desarrolló por él.
Al reclamar su cuerpo, también se había adueñado de su corazón.
¿Renovaría el acuerdo?
La pregunta la atormentaba.
Su voz, cargada de resignación, rompió el silencio. "No. La salud de mi madre está mejorando y algún día querrá que le dé un nieto".
Ante sus palabras, Carson se acercó hasta colocarse justo detrás de ella.
El cigarrillo que fumaba impregnó el aire con un aroma inesperadamente seductor.
Se inclinó hacia ella. Su pregunta sonó casual, pero fue incisiva. "¿Ya encontraste a alguien?".
"Sí", respondió ella escuetamente.
"¿Y lo conoces bien?", insistió él.
"Los hombres son todos bastante parecidos. Los sentimientos pueden evolucionar", observó Johanna con una mezcla de pragmatismo y resignación.
Su siguiente pregunta fue más personal. "¿Y qué hay de la compatibilidad de tamaño?".
Un ligero rubor tiñó las mejillas de Johanna mientras respondía: "Ambos somos jóvenes. Eso no es una preocupación por ahora".
Luego, con un tono más serio, afirmó: "Carson, esto es importante para mí".
Sus palabras fueron escasas, pero estaban cargadas de sinceridad.
Quedaron flotando en el aire, una mezcla de ultimátum y súplica, aunque con pocas esperanzas.
La risa de Carson rompió la tensión. Su pregunta estaba teñida de sorna. "¿Por qué nunca consideraste el matrimonio como una opción entre nosotros?".
El silencio de Johanna ante su burla fue una tácita admisión de derrota.
Se giró para encararlo y sus labios quedaron peligrosamente cerca, con una promesa tácita flotando entre ellos.
Los ojos de Carson se entrecerraron, delatando su intención de acortar la distancia con un beso.
Johanna, sin embargo, esquivó su avance y señaló el reloj, marcando una frontera clara.
Su tono era dulce, pero sus palabras encerraban una finalidad irrevocable. "Ya es más de medianoche. Nuestro acuerdo ha terminado".
Cruzar esa línea de nuevo sería un error.
La respuesta de Carson fue una risa suave, imperturbable ante su declaración.
Le rozó el lóbulo de la oreja con un beso. Su voz era una mezcla de admiración y despreocupación. "Realmente aprecio tu sensatez".
Sus siguientes palabras fueron una oferta, en apariencia generosa, pero que subrayaba la dinámica de poder entre ambos. "Si alguna vez necesitas apoyo financiero, recuerda que siempre estaré aquí. Adiós, Johanna".
Carson tenía una forma de lanzar observaciones punzantes con un tono que era a la vez tierno y distante, lo que hacía difícil discernir la profundidad de su sinceridad.
La distancia física y emocional se restableció entre ellos y la atmósfera se enfrió, marcando el cierre definitivo de su capítulo juntos.
Johanna mantuvo la compostura hasta que la puerta se cerró tras él. Solo entonces su fachada se derrumbó. Las lágrimas corrieron por su rostro mientras le susurraba al vacío: "Adiós, Carson. Nuestra historia termina aquí".