Capítulo 5 Hendrix prepara el desayuno

Andrea se quedó atónita al escuchar esto y se le nublaron los ojos. Se volvió hacia Hendrix y tiró de la esquina del mandil. Luego susurró: "Hendrix, anoche todo fue culpa mía. No debería molestarlos a ti y a Arianna.

¿Podrías pedirle que se quede aquí y desayune con nosotros? Arianna, tómalo como una disculpa, ¿de acuerdo?"

Bueno, seguro que lo fue. Alguien no tuvo que esforzarse mucho. Solo necesitaron ser mezquinos y mostrar debilidad, para obtener lo que otros anhelaban.

Hendrix se mostraba indiferente a mi presencia. Al escuchar las palabras de Andrea, se volvió hacia mí y dijo, en un tono frío y autoritario: "¡Desayunemos juntos!"

¿Que si me lastimó esta situación? Ya estaba acostumbrada... Forcé una sonrisa y asentí, "¡Gracias!"

Simplemente no podía rechazar a Hendrix, ni siquiera una vez; es el hombre del que me enamoré a primera vista, y comprendí que siempre hay un lugar para él en mi corazón, no obstante, él no me correspondía, y yo no le importaba.

Nunca esperé disfrutar su desayuno casero; debería sentirme afortunada. Tortilla y gachas, nada especial diría la gente, pero con significado para mí; siempre sentí que tener un hombre como Hendrix era una bendición de Dios. Él nació para conquistar el mundo, para triunfar, sin embargo, hoy está dispuesto a encerrarse en esta pequeña cocina y preparar el desayuno para su amada.

"Arianna, prueba la tortilla”, dijo Andrea. “Está hecha por el mismísimo Hendrix y es deliciosa. Solía prepararla para mí cuando estábamos juntos", siguió diciendo, mientras me alcanzaba un plato.

Luego, le entregó con dulzura otro a Hendrix, recordándole: "Prometiste ir a Nulens conmigo hoy para ver las flores. No cancelarás la cita, ¿verdad?"

"Lo sé", dijo Hendrix mientras desayunaba pulcramente. Siempre había sido un hombre de pocas palabras, pero ahora, parecía responder a todas las preguntas y deseos de Andrea.

Josiah parecía tomar todo con naturalidad. Desayunó con confianza, mirándonos, como si fuera completamente ajeno a nuestras circunstancias.

Agaché la cabeza, y no pude evitar fruncir el ceño. Hoy sería el funeral del abuelo. Si Hendrix se iba con Andrea, los Roberts formularían juicios...

El desayuno concluyó en un ambiente tenso. Después de un bocado rápido, vi que Hendrix terminaba de comer y subía a cambiarse de ropa. Dejé mis palillos y lo seguí.

Ya en el dormitorio, Hendrix admitió que yo lo seguía, preguntando con voz indiferente: "¿Qué pasa?", mientras se quitaba la ropa, exhibiendo ante mí su fuerte cuerpo sin tapujos. Por instinto, le di la espalda y dije: "¡Hoy es el funeral del abuelo!"

Detrás mío, se oía los sonidos del cambio de ropa; pude escuchar incluso que se estaba quitando los pantalones, abriendo la cremallera. Respondió con indiferencia: "Tu estarás presente".

Fruncí el ceño, "Es tu abuelo", respondí. Hendrix era el hijo mayor de la familia Roberts, pensé…; si no estuviera allí en ese momento, ¿qué pensarían los demás miembros de la familia?

"Le pedí a Evan que se encargara; puedes hablar con él sobre los detalles", respondió Hendrix con frialdad, como si el funeral no significara nada para él.

Cuando lo vi caminar hacia el estudio, levanté la voz, "Hendrix, ¿es que nadie más te importa, salvo Andrea? ¿Qué es la familia para ti?"

Se detuvo y volteó a mirarme. Sus negros ojos se entrecerraron, diciendo fríamente: "¡Todavía no tienes derecho a entrometerte en los asuntos de los Roberts!"

Haciendo una pausa, Hendrix frunció sus delgados labios y escupió con sarcasmo estas cuatro palabras, "¡No te lo mereces!"

Al escucharlas, sentí como si me hubieran echado un balde de agua fría en la cabeza y un escalofrío me recorrió las piernas.

No pude conservar una expresión agradable, al escuchar su voz que se alejaba. Entonces pensé: ¡No me lo merezco! ¡Que irónico! Dos años, y todavía no podía ablandar su duro corazón.

Escuché una risa burlona a un costado, que además sentenció: "Pensé que solo estabas siendo descarada; no me di cuenta de que además eres una entrometida".

Miré hacia atrás y vi a Andrea apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados. La inocencia y la ternura en su rostro se habían ido hacía mucho tiempo, solo indiferencia. ¡Este era su verdadero color!