Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo
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Capítulo 4 Capítulo 4

••• Punto de vista de Amelia •••

Mis ojos se abrieron y lo primero que vi fue un techo blanco y antiséptico.

"Por fin despertaste, Amelia", dijo una mujer aliviada.

Volteé y me encontré con Lola, mi mejor amiga, sentada en la silla al lado de mi cama.

"Lola, ¿dónde estoy?", pregunté con la voz ronca.

"En el hospital de la manada", respondió ella, acercándome un vaso con agua.

"¿Cuál manada?", pregunté preocupada.

"Mi manada, la Manada Novilunio", respondió.

Suspiré y la tensión abandonó mi cuerpo. Estaba en un lugar conocido.

Bebí un poco de agua, intentando recordar quién me había traído aquí. Lo último que sabía era que me había desmayado cerca de la frontera de la Manada Garra Roja.

"¿Sam me trajo aquí?", solté, al recordar que lo último que hice antes de desmayarme fue contactar mentalmente a mi Beta.

"Sí. Después de que lo contactaste se puso como loco y salió corriendo a buscarte", contó mi amiga.

"¿Y qué pasó después?", quise saber.

"Dijo que te encontró inconsciente al costado de la carretera. Te trajo aquí lo más rápido que pudo, pues era la manada más cercana a la Garra Roja", explicó Lola.

"¿Y por qué me desmayé?", pregunté.

"Tenías fiebre y heridas abiertas", respondió ella.

«¿Fiebre? Seguramente fue porque me obligaron a arrodillarme por horas con la ropa empapada mientras corría el aire», reflexioné.

"Alia, ¿qué fue lo pasó?", lanzó Lola.

"¿A qué te refieres?", fingí.

"¿Por qué volviste? Han pasado tres años desde la última vez que tuvimos noticias tuyas", dijo mi amiga, con los ojos llenos de duda.

"Romperé mi vínculo de pareja con Ernesto", comenté con indiferencia.

Ella no se inmutó ni un poco.

"¿Es por el rumor?", sondeó.

"¿Cuál?", contesté.

"En todo el continente solo se habla de que en un arrebato de celos empujaste a Maia Gregorio por un precipicio. El trauma fue tan grande para ella que sufrió de un aborto espontáneo", contó mi avergonzada amiga.

"¿Todo el continente lo sabe?", pregunté entre risas.

"Sí. Y los miembros de la Manada Garra Roja ahora dicen que una loca como tú no es apta para ser su Luna".

"Esa p*rra de verdad que es rápida", dije con una sonrisa en el rostro.

"¿A qué te refieres?", quiso saber una confundida Lola.

"¿Crees en el rumor?", lancé, ignorando su pregunta. Sabía que habían pasado tres años desde la última vez que hablamos, pero una parte de mí quería que mi amiga me creyera a mí, en lugar de a chismes malintencionados.

"Por supuesto que no. Te conozco y sé que por muy celosa que estuvieras, serías incapaz de hacer algo así. Le habrías dado una cachetada a Ernesto o algo similar", contestó mi amiga, tras poner los ojos en blanco.

El alma me regresó al cuerpo al darme cuenta de que al menos había una persona en el mundo que me creía.

Procedí a contarle lo que había pasado ese día: la forma en la que Maia logró incriminarme, cómo Ernesto prefirió creerle a ella y lo traumático que fue que me obligara a arrodillarme hasta que le pidiera perdón.

También le conté las vejaciones a las que me habían sometido Celia y Maia, quienes me trataban como una omega, aunque yo era su Luna. Por último, le confesé lo triste que había estado porque Ernesto prefería a Maia sobre mí.

"¡Esas p*rras y ese m*lnacido! Si no te ama, te hubiera rechazado, pero ¡usarte de esa forma! ¡Ese hombre no tiene perdón!", soltó mi furiosa amiga.

"¡Seguramente la d*sgraciada de Maia le pidió a la gente que difundiera el chisme!", agregó, con las mejillas rojas del coraje.

Yo me divertía con todas las reacciones de Lola. En cuestión de segundos había pasado de la tranquilidad a la duda, después de la vergüenza a la confusión y ahora estaba furiosa.

"Alia, ¿estás bien?", preguntó mi preocupada amiga.

"Sí. No te preocupes por mí", la tranquilicé.

Tras una pausa, me preguntó incrédula: "¿De verdad romperás tu vínculo de pareja con Ernesto?".

"¿Crees que no seré capaz?", respondí, fingiéndome ofendida.

"No es eso, es que... Sé cuanto lo amas. Fuiste capaz de abandonar tu vieja vida, a tu manada y a tu familia solo para estar con él", contestó en un hilo de voz.

"Ya no lo amo", respondí con toda la indiferencia de la que era capaz.

Y era verdad. Mi amor por él desapareció en el momento en el que me obligó a arrodillarme y me pidió que admitiera mis supuestos errores.

"¿De verdad? ¡Me alegro mucho de oír eso! Ese c*brón no te merece", dijo aliviada.

"Oye, ¿no se supone que te pongas triste? Estoy a punto de terminar mi vínculo de pareja", bromeé.

"Es mejor estar sola que mal acompañada", respondió Lola.

Aunque me reí al escuchar sus palabras, sabía que tenía razón. Como había estado cegada de amor, permití que el inf*liz de Ernesto me sometiera a toda clase de humillaciones durante los últimos tres años. Además, toda la manada se daba cuenta de que él prefería cuidar de Maia que de mí.

Unos murmullos fuera del cuarto llamaron nuestra atención.

"¿Escuchaste lo que hizo la Luna de la Manada Garra Roja?", preguntó una joven.

"Sí. Me dijeron que empujó a su cuñada por un acantilado para provocarle un aborto. ¡Es completamente despiadada!", respondió otra.

Las chicas siguieron chismoseando y escuchamos toda su conversación hasta que salieron del pasillo.

"¡Esas p*ndejas!", dijo Lola, quien se había parado y parecía que estaba lista para salir a confrontarlas.

"No hagas nada", le pedí.

"¿Por qué? Le daré una lección a todos, empezando por la p*rra de Maia y el hijo de p*ta de Ernesto", me advirtió mi furiosa amiga.

"Ya te dije que no hace falta", insistí, lo más calmada que pude.

"Le pediré a tu papá y a tu hermano que se encarguen de ellos. Ya quiero ver la cara que pondrán todos cuando se enteren de que tú eres la siguiente alfa de la Manada Plenilunio. ¡A ver si alguien se atreve a meterse contigo después de eso!", siguió Lola, sin escuchar nada de lo que le decía.

Aunque agradecía su apoyo, no necesitaba que nadie me defendiera.

"¡Lola!", grité con autoridad para llamar su atención.

"Perdón, es que estoy tan enojada. No entiendo cómo estás tan tranquila", se disculpó, antes de tomar asiento.

"Ya te dije que no tienes que hacer nada. Preparé un regalo para Ernesto y su manada antes de irme", contesté sonriente.

"¿Un regalo? Cuéntame más", pidió mi expectante amiga.

            
            

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