Giró ligeramente la cabeza y lo vio: Zeyan, profundamente dormido a su lado, con el rostro relajado, muy diferente de la expresión fría y distante que siempre llevaba. Por un instante, An pensó que era un sueño, pero el calor de su cuerpo contra el suyo le confirmó que era real.
"Eres mía, An."
Las palabras que le había susurrado aún resonaban en su mente. Pero junto con ese recuerdo vino un torrente de dudas y miedo. Mei, su madre, las expectativas de todos... ¿qué significaba realmente lo que había ocurrido entre ellos?
Con cuidado, se deslizó fuera de la cama, asegurándose de no despertarlo. Su corazón latía con fuerza mientras se vestía rápidamente y salía de la habitación. Necesitaba tiempo para pensar, para procesar todo lo que estaba pasando.
Más tarde esa mañana, An estaba en la cocina preparando una taza de té cuando escuchó pasos detrás de ella. Antes de que pudiera girarse, unos brazos fuertes la rodearon por la cintura.
-¿Por qué te fuiste tan temprano? -preguntó Zeyan, su voz aún ronca por el sueño.
An se tensó ligeramente, sorprendida por su cercanía.
-Yo... pensé que querrías dormir más -murmuró, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.
Zeyan soltó una leve risa y la giró para enfrentarla. Su mirada era intensa, pero había una suavidad en sus ojos que la desconcertó.
-No vuelvas a irte así -dijo, acariciando su mejilla con el pulgar-. No tienes que huir de mí, An.
Ella apartó la mirada, luchando contra las emociones que amenazaban con abrumarla.
-No estoy huyendo. Es solo que... esto es complicado, Zeyan.
-¿Complicado? -repitió él, frunciendo ligeramente el ceño-. ¿Te refieres a Mei?
An asintió, incapaz de pronunciar palabra.
Zeyan soltó un suspiro y tomó sus manos entre las suyas.
-An, ya te lo dije anoche. Mei no tiene ningún lugar en mi vida, y menos en mi corazón.
-Pero ella lo tiene todo -interrumpió An, alzando la voz sin querer-. Tiene la aprobación de tu familia, de la mía... Todos piensan que ella es la indicada para ti.
-¿Y tú qué piensas? -preguntó Zeyan, inclinándose hacia ella.
An lo miró, sorprendida por la intensidad de su pregunta.
-Yo... yo no sé qué pensar -admitió, con la voz temblorosa-. Pero lo que sí sé es que todo esto parece un error.
Zeyan apretó suavemente sus manos, obligándola a mirarlo directamente.
-No es un error, An. Tú no eres un error. Este matrimonio puede haber empezado como un contrato, pero anoche... eso fue real.
Las palabras de Zeyan hicieron que su corazón diera un vuelco, pero antes de que pudiera responder, el sonido de pasos interrumpió el momento. Ambos se giraron hacia la puerta de la cocina, donde Mei apareció con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
-Qué escena tan encantadora -dijo Mei, con un tono que goteaba sarcasmo-. Parece que los recién casados finalmente están actuando como tal.
An se apartó instintivamente de Zeyan, sintiendo cómo su rostro se encendía de vergüenza.
-Mei, ¿qué haces aquí? -preguntó Zeyan, su tono frío y cortante.
-Vine a recoger unas cosas -respondió ella con despreocupación, aunque su mirada se clavaba en An con una furia apenas contenida-. Pero parece que interrumpí algo.
-No, no interrumpiste nada -dijo An rápidamente, tratando de calmar la tensión en el ambiente.
Mei soltó una risa amarga.
-Oh, An. Siempre tan dispuesta a minimizarte. ¿Sabes? Es admirable, en cierto modo. Pero no te confundas: esto que tienes con Zeyan... no va a durar.
Zeyan dio un paso adelante, poniéndose entre An y Mei.
-Eso es suficiente, Mei. Te lo advertí antes: no te metas con An.
Mei alzó las manos en un gesto de rendición, pero su sonrisa seguía siendo cruel.
-Tranquilo, Zeyan. Solo estaba hablando. Pero no olvides que la familia Qin tiene sus propios planes, y no siempre coinciden con los tuyos.
Con eso, se dio la vuelta y salió de la cocina, dejando un silencio incómodo tras de sí.
An miró a Zeyan, sus ojos llenos de preocupación.
-Zeyan, ella tiene razón. No soy lo que tu familia quiere para ti.
Él tomó su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo.
-No me importa lo que mi familia quiera, An. Yo decido a quién quiero a mi lado, y te quiero a ti.
An sintió que las lágrimas llenaban sus ojos, pero antes de que pudiera decir algo, Zeyan la besó, sellando sus palabras con una promesa silenciosa.
Mientras el día avanzaba, An no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Por un lado, estaba el consuelo de las palabras y los gestos de Zeyan, pero por otro, estaba el miedo constante de que todo pudiera desmoronarse.
Esa noche, mientras se acostaba, An supo que debía tomar una decisión: confiar en Zeyan y en lo que estaban construyendo juntos, o ceder al miedo y dejar que Mei y las presiones externas ganaran.
Pero algo dentro de ella le decía que, por primera vez en mucho tiempo, valía la pena luchar por algo... o alguien.
El amanecer trajo consigo un aire de calma engañosa a la mansión Qin. An había pasado la mañana organizando sus pensamientos mientras Zeyan partía temprano hacia la empresa. Pero lejos de saberlo, en las sombras, Mei movía sus piezas con precisión calculada, determinada a destruir cualquier esperanza de felicidad entre ellos.
Mei estaba sentada en el salón de una lujosa cafetería, rodeada de silencio y elegancia. En sus manos sostenía su teléfono, enviando mensajes rápidos y precisos. En frente de ella, un hombre de mediana edad con una cicatriz en el rostro la miraba con una sonrisa torcida.
-¿Estás segura de esto? -preguntó el hombre, su tono relajado pero frío.
Mei le lanzó una mirada afilada.
-No te pago para que dudes de mí, Luo. Quiero que lo hagas hoy mismo.
-¿Quieres que simplemente la asustemos, o...? -Luo dejó la pregunta en el aire, su sonrisa oscura ampliándose.
-Haz lo necesario para que entienda que no pertenece a esta familia. Pero nada más. Necesito que desaparezca un tiempo, no que desaparezca para siempre.
Luo asintió y guardó su teléfono.
-Considera que ya está hecho.
Mei se reclinó en su asiento con una sonrisa de satisfacción. "Veamos cuánto tiempo puedes mantenerte fuerte, An", pensó.
Esa tarde, An decidió salir a dar un paseo por los jardines cercanos a la mansión. Necesitaba despejar su mente, aunque algo en su interior la hacía sentirse inquieta. Mientras caminaba entre los altos árboles y los caminos de piedra, el silencio comenzó a hacerse más pesado, y una sensación de peligro la envolvió.
Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Aceleró el paso, tratando de llegar a la salida del jardín, pero antes de que pudiera dar un grito de auxilio, una mano áspera cubrió su boca y un brazo fuerte la rodeó, inmovilizándola.
-No hagas ruido -susurró una voz grave en su oído-. Esto será rápido si cooperas.
An luchó, pero era inútil. Otros dos hombres aparecieron de las sombras, y antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, le colocaron una capucha negra en la cabeza. El mundo se volvió oscuro, y su cuerpo fue arrastrado hacia un vehículo que rugía al encenderse.
Horas después, An se despertó en un lugar desconocido. Estaba en un almacén vacío, con las manos atadas y los labios resecos. La luz era tenue, y los ecos de los pasos de sus captores resonaban en la distancia.
-¿Qué quieren de mí? -preguntó con voz temblorosa, tratando de mantener la calma.
Uno de los hombres se acercó y se agachó frente a ella. Era Luo, el hombre con la cicatriz.
-Nada en particular. Solo queremos que entiendas algo, señora Qin.
An lo miró con ojos llenos de miedo y confusión.
-¿Qué quieren que entienda?
Luo sonrió con malicia.
-Que no eres bienvenida. Que este lugar, esta familia, y especialmente ese hombre, no te pertenecen.
El impacto de sus palabras hizo que An sintiera como si el suelo bajo sus pies se desmoronara.
-¿Quién los envió? -susurró, aunque en su interior ya sabía la respuesta.
-Digamos que alguien que cree que estás ocupando un lugar que no es tuyo.
An cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas.
-No tienen que hacer esto... Yo... yo puedo irme.
-Oh, no te preocupes, lo harás. Pero antes, queremos asegurarnos de que lo entiendas bien.
Luo hizo una señal, y uno de los hombres arrojó una bolsa con agua y pan frente a ella.
-Por ahora, quédate aquí tranquila. Será mejor que pienses en tus próximas decisiones.
Con esas palabras, los hombres salieron del almacén, dejando a An sola en la penumbra.
Mientras tanto, Zeyan estaba en su oficina, revisando documentos cuando su teléfono vibró con una llamada de la mansión. Era la ama de llaves.
-Señor Qin, disculpe la interrupción, pero la señora An no ha regresado desde esta mañana.
Zeyan frunció el ceño, un mal presentimiento instalándose en su pecho.
-¿Dónde dijo que iba?
-Mencionó que quería caminar por los jardines cercanos, pero ya han pasado horas.
Zeyan se levantó de inmediato, agarrando su abrigo.
-Avisa a seguridad. Voy para allá.
Mientras conducía hacia la mansión, Zeyan sentía que algo no estaba bien. Al llegar, inspeccionó los jardines, preguntó a los empleados y revisó las cámaras de seguridad, pero no encontró rastro de An.
-¿Dónde estás, An? -murmuró para sí mismo, apretando los puños con frustración.
Fue entonces cuando su teléfono sonó. Era un número desconocido.
-¿Quién habla?
-Señor Qin, su esposa está bien... por ahora. Pero le sugiero que considere su lugar en este juego antes de mover otra ficha.
La voz de Luo era calmada, pero tenía un tono amenazante que hizo que la sangre de Zeyan hirviera.
-¿Qué le has hecho? -gruñó, su voz cargada de furia.
-Nada que no pueda manejar. Pero si realmente te importa, será mejor que cooperes.
La llamada se cortó antes de que Zeyan pudiera responder.
Zeyan se quedó en silencio por un momento, pero su mente ya estaba trabajando. Sacó su teléfono y marcó rápidamente un número.
-Necesito que rastrees esta llamada. Encuentra a An, y hazlo ahora.
Mientras esperaba, Zeyan sintió que su determinación se endurecía. No importaba quién estuviera detrás de esto; no permitiría que lastimaran a su esposa. No esta vez.
Y quienquiera que estuviera jugando con fuego pronto descubriría que Zeyan Qin no era alguien a quien se pudiera subestimar.