Las luces del club titilaban como un latido constante. Sofía se aferró a la barra como si esa fuera su única ancla al mundo. La música la envolvía, haciéndola vibrar por dentro. A su lado, Valeria ya pedía los tragos con toda la soltura del mundo.
-Dos margaritas, bien cargadas -ordenó al barman, guiñando un ojo.
Sofía se giró hacia ella, con los labios tensos.
-No sé si esto es buena idea...
-Oh, por favor, solo una copa. Vamos, Sofi, vive un poco -dijo Valeria mientras le entregaba una de las copas.
Sofía tomó la bebida con cautela. El aroma cítrico mezclado con tequila le hizo fruncir la nariz. Dio un sorbo, tímido. Ardió un poco al pasar por su garganta, pero no era desagradable.
-¿Ves? Nada mal -dijo Valeria, brindando con ella.
-Supongo...
Pero Valeria ya bailaba, moviéndose al ritmo de la música, sin dejar de reír. Sofía se quedó allí, bebiendo poco a poco, hasta que la copa se vació sin darse cuenta. El calor se le subió por el pecho, hasta las mejillas. Le latía la cabeza, y el cuerpo le comenzaba a hormiguear.
Una sensación extraña, nueva... peligrosa.
El barman, atento, le deslizó otra copa.
-Cortesía de aquel de allá -dijo, señalando discretamente con la cabeza hacia un rincón oscuro del club.
Sofía apenas alcanzó a ver una silueta masculina entre las sombras. Alto. Imponente. La copa brilló bajo la luz.
-¿Me están regalando alcohol? -preguntó, sorprendida.
Valeria regresó justo en ese momento.
-¿Quién te la mandó?
-No lo sé, no lo vi bien...
Valeria se encogió de hombros, tomando la copa por ella.
-Pues que empiece la fiesta.
La segunda copa fue más intensa. El efecto del alcohol empezó a notarse rápido. Sofía se sentía liviana, como si flotara. Reía sin pensar, su cuerpo se soltaba más de lo normal. Ya no le preocupaba el vestido ni los tacones. Todo era calor, luces, música... y esa sensación de que el mundo podía romperse en cualquier momento.
-¡Vamos a bailar! -gritó Valeria, tomándola de la mano.
-¡No sé bailar!
-¡No importa!
Sofía se dejó llevar. Cerró los ojos y se movió al ritmo de la música, sin pensar. Sentía miradas sobre ella, hombres observándola, deseándola. Y por primera vez en su vida... le gustaba. Se sentía viva. Deseada. Peligrosa.
Hasta que un hombre se acercó demasiado. Alto, con la camisa abierta hasta el pecho, una sonrisa arrogante y las manos más atrevidas que sus palabras.
-Estás preciosa, nena. ¿Bailas conmigo?
Sofía, medio mareada, intentó rechazarlo con una sonrisa tensa.
-No, gracias... estoy con mi amiga.
-Vamos, solo un rato -insistió, tomándola del brazo.
Ella forcejeó, incómoda.
-Dije que no...
Y entonces, una voz. Grave. Autoritaria. Letal.
-Ella dijo que no.
El tipo se giró, irritado... y se congeló al ver al hombre frente a él.
Diego.
Vestía oscuro, el rostro entre sombras, los tatuajes asomando por su camisa remangada. Su mirada verde era fuego contenido. No dijo más. Solo lo fulminó con una intensidad que helaba la sangre.
El tipo levantó las manos, retrocediendo.
-Tranquilo, bro... solo hablábamos.
Diego no lo miró más. Se acercó a Sofía, que temblaba un poco por el susto... o por la presencia magnética del desconocido.
-¿Estás bien? -preguntó, mirándola de cerca.
Sofía asintió, aunque no podía hablar. Estaba borracha. Confundida. Su respiración era irregular.
-No estás acostumbrada a este mundo -murmuró Diego, casi para sí-. ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?
Ella lo miró, con los ojos un poco vidriosos.
-No lo sé... solo... necesitaba distraerme.
Diego la sostuvo por la cintura, firme pero sin forzarla. Se inclinó y le susurró al oído:
-Aquí no vas a encontrar paz. Pero quizás... encuentres otra cosa.
Y con esa frase, su destino quedó marcado para siempre.
-¿Quieres distraerte, eh? -Diego sonrió con una ceja levantada, sin apartar la mirada de sus labios-. Pues estás en el lugar equivocado, princesa. Aquí nadie viene a olvidarse de los problemas... vienen a crear más.
Sofía tragó saliva. Sentía el cuerpo caliente, el corazón golpeándole en las costillas. Quería contestarle, decirle que no era ninguna princesa, pero las palabras se le atoraban.
-Yo... solo vine con mi amiga. No suelo salir. De hecho, es mi primera vez.
Diego la miró con más atención. Ladeó la cabeza, como si estuviera evaluándola. Sus ojos verdes descendieron por el cuerpo de Sofía lentamente, sin disimulo, deteniéndose un segundo más en sus pechos y en esa cintura apretada por el vestido negro.
-Ya veo -dijo él, con una sonrisa torcida-. Primera vez y ya te estás metiendo en problemas. Qué inocente te ves... aunque ese vestido diga otra cosa.
Sofía frunció el ceño.
-No es mío -se defendió, llevándose las manos al escote-. Mi amiga me obligó.
-Tu amiga es inteligente -replicó él con descaro-. Tienes unos pechos que merecen ser celebrados.
Sofía abrió los ojos, escandalizada.
-¡Eres un cerdo!
Diego se echó a reír, con ese tono grave y provocador que le erizaba la piel.
-Y tú una nena que no debería estar sola por aquí. Si no llego a aparecer, ese imbécil ya te tendría en el baño. ¿Así que gracias no me vas a dar?
Sofía se mordió el labio, incómoda. El calor del alcohol le subía a las mejillas.
-Gracias, supongo...
-No te pongas tímida ahora -dijo, inclinándose un poco más, hasta que sus labios casi rozaron su oído-. Aunque tengo que admitirlo... esa boca se ve más bonita suplicando.
Sofía retrocedió de golpe, como si le hubieran lanzado agua helada.
-¿Qué te pasa? ¿Siempre hablas así a las mujeres?
Diego se encogió de hombros, sin una pizca de culpa en el rostro.
-No suelo hablar mucho, en realidad. Solo las elijo... y las uso. A veces ni les pregunto el nombre.
Sofía se quedó en silencio, sorprendida por la frialdad de su voz. Y sin embargo... no podía apartar los ojos de él.
-Entonces, ¿por qué me estás hablando a mí?
Diego entrecerró los ojos. La pregunta le cayó como un golpe. Se quedó mirándola. Esa mirada azul, cristalina, temblorosa... y a la vez desafiante. No era solo el cuerpo de Sofía lo que lo atraía. Había algo en ella que lo descolocaba, algo que no le gustaba.
-Buena pregunta -murmuró, entrecerrando los ojos-. Supongo que hay algo en tu cara que me da ganas de ensuciarte.
-Eres un idiota.
-Y tú estás borracha, sola... y vulnerable -susurró él-. ¿Sabes lo fácil que sería llevarte ahora mismo?
-No lo harías -dijo ella, con voz quebrada.
-No lo sé, muñeca... depende de cuánto me provoques.
Se hizo un silencio tenso entre ellos. La música seguía vibrando a su alrededor, pero Sofía solo podía escuchar el latido de su corazón.
Diego se apartó un poco, bajando la mirada a su copa. Luego volvió a verla.
Sofía se dejó caer en el taburete de la barra, la cabeza dándole vueltas. La euforia del alcohol la tenía adormecida, pero también vulnerable. En su mente, todo parecía difuso, pero había algo que le seguía martillando: la angustia de saber que su madre se estaba desmoronando mientras ella no podía hacer nada.
Diego, observándola con calma, inclinó la cabeza y dejó escapar una ligera sonrisa. Aquella chica, que parecía tan fuera de lugar en el club, tan distinta a las demás mujeres, lo había intrigado desde el momento en que había puesto un pie en el lugar. Había algo en ella, algo que lo mantenía enganchado.
Sofía, temblando un poco, recogió sus pensamientos y finalmente se atrevió a hablar.
-Mi madre está enferma... -dijo, casi en un susurro, sin mirarlo directamente. El peso de esas palabras le ahogaba la garganta. - Tiene cáncer en estadio IV... los médicos dicen que necesita 2.500.000 euros para el tratamiento. Y... yo no sé qué hacer.
El temblor en su voz era evidente, pero Diego no pareció molesto por su fragilidad. De hecho, la observaba con una mezcla de curiosidad y fascinación.
Sofía se mordió el labio, incapaz de ocultar la desesperación. La vida le había dado una bofetada tras otra, y ahora, estaba atrapada en una situación de la que no veía salida.
-He hecho todo lo que he podido... estudiando, trabajando, pero no es suficiente. Nadie me va a dar ese dinero. Mi madre... no sé qué hacer. -Su voz quebró al final, pero se recompuso rápidamente, mirando al frente, tratando de mostrar algo de fortaleza.
Diego escuchó en silencio, con una calma inquietante. Sabía que algo en esa chica lo había atraído más que las demás. El miedo, la vulnerabilidad que trataba de ocultar, lo cautivaban, pero también había algo más en sus ojos, algo que lo hacía preguntarse si realmente podía ser tan frágil como parecía.
Finalmente, después de un largo silencio, Diego se inclinó hacia ella, su voz grave y seductora.
-Escucha, muñeca... yo puedo ayudarte. Puedo conseguirte el dinero que necesitas para salvar a tu madre.
Sofía lo miró, confundida. ¿Qué tipo de ayuda le estaba ofreciendo? ¿Un préstamo? ¿Un trato que no entendía?
-¿Cómo... cómo podrías hacerlo? -preguntó, aún con la esperanza de que no fuera una broma cruel.
Diego sonrió, pero no fue una sonrisa amable. Era una sonrisa de poder, de conocimiento.
-Te ofrezco un trato. Tú me das lo que nunca has dado, lo que muchas mujeres ya han entregado... tu virginidad. Y a cambio, yo te doy el dinero para salvar a tu madre. Todo lo que necesitas.
El corazón de Sofía dio un vuelco, y por un momento, pensó que había entendido mal. El alcohol nublaba sus pensamientos, pero las palabras de Diego la golpearon con fuerza.
-¿Qué? -balbuceó, casi sin poder creer lo que estaba escuchando.
Diego no perdió la calma, su expresión permaneció fría, calculadora, como si estuviera hablando de algo trivial.
-Sé lo que necesitas.Y sé lo que tu cuerpo guarda. No es difícil darse cuenta de que eres... inexperta. Inocente, en cierto modo. Te lo aseguro, no soy el único que lo nota. -Su voz fue baja, llena de una seguridad peligrosa-. Este trato te dará todo lo que necesitas.
Sofía se quedó paralizada, el miedo y la incomodidad recorriéndola. No podía creer lo que le estaba proponiendo, pero algo en su interior también sentía una extraña mezcla de ansiedad y... deseo.
-¿Cómo sabes que soy virgen? -preguntó, con voz temblorosa, pero desafiante. De alguna forma, sus palabras se sentían como un desafío, una forma de aferrarse a algo de dignidad, aunque fuera mínima.
Diego la miró fijamente, como si estuviera evaluando cada palabra que iba a decir. Luego, se acercó un poco más, su presencia envolviendo a Sofía de una forma que la hacía sentir como si no pudiera escapar.
-Es fácil, princesa.Tu cuerpo no miente. La forma en que te mueves, la forma en que reaccionas... todo habla de alguien que no ha sido tocada de la manera en que yo lo haría. Tú no entiendes el poder de lo que te ofrezco, y me gusta. -La miró de arriba abajo con una sonrisa sutil, pero cargada de una sensación que Sofía no sabía si era miedo o algo más-. Las mujeres como tú son diferentes. No sabes lo que estás a punto de perder, pero lo sabrás cuando lo haga.
Sofía no podía apartar la mirada de él. Su cabeza seguía dando vueltas, pero no era solo por el alcohol. El magnetismo de Diego la atraía, y a pesar de todo lo que le estaba proponiendo, algo en su interior no quería rechazarlo. Pero también sabía que ese camino podría ser un abismo del que no podría salir.
-Yo... no puedo... -intentó decir, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta.
Diego, con una mirada decidida, la interrumpió.
-Tienes dos opciones, preciosa. Tomar lo que te ofrezco, o perder todo lo que podrías haber salvado. ¿Qué eliges?
Sofía, con el corazón latiendo a mil por hora, sentía que no tenía opciones. Cada vez se sentía más perdida, atrapada entre la desesperación y la tentación. Y aunque en su interior algo le decía que no debía ceder, la voz de Diego, tan firme y segura, seguía resonando en su mente.
¿Qué podía hacer ahora?