Valeria se acomodó el vestido como pudo, aún con la respiración agitada, el corazón golpeándole el pecho y los labios hinchados por los besos que todavía sentía ardiendo. La noche, cálida y húmeda, se volvió irrespirable de pronto. Se apartó del muro, con la cabeza dándole vueltas, y miró al más joven de los dos, al que la había invitado, al que -en teoría- había ido a ver.
Iván estaba serio. Su sonrisa fácil había desaparecido.
-¿Esto fue un plan? -preguntó ella, intentando sonar firme, aunque sabía que su voz temblaba-. ¿Vinieron los dos a ver qué caía?
El joven negó con la cabeza, molesto, bajando la mirada.
-¿Un plan? No. Él no sabía que nos veríamos. Yo sí. Él simplemente apareció. Como siempre. A arruinarlo todo.
-¿Y quién es? -susurró ella. No pudo evitarlo.
-Se llama Elías. Y es un cabrón. Un abusador, si me preguntas. Siempre se sale con la suya. Siempre cree que puede tomar lo que quiere -dijo, con los dientes apretados.
Valeria tragó saliva. No sabía cómo sentirse. Su cuerpo aún hormigueaba, vibrando por dentro. La culpa trataba de instalarse, pero no encontraba espacio. Porque, aunque sí, había sido un robo, una interrupción... también había sido uno de los besos más intensos de su vida.
Iván la miró con decepción. Y no dijo más.
Elías no regresó. Solo el eco de su presencia quedaba en el aire, como un incendio que no terminaba de apagarse.
-Te acompaño al carro -dijo Iván, sin entusiasmo.
Caminaron en silencio por un sendero de tierra, apenas iluminado por una farola parpadeante. Al llegar a su auto, Valeria le agradeció en voz baja. Él apenas la miró.
-Cuídate -fue todo lo que dijo antes de girarse y marcharse con pasos pesados.
Valeria subió al auto con las manos aún temblorosas. Cerró la puerta, encendió el motor, pero no arrancó. Se quedó allí, en la oscuridad, con las luces del tablero tiñendo su rostro y una sensación de descontrol absoluto.
Todavía sentía el sabor de aquellos labios toscos. Había algo en su forma de besar que no se parecía a nada que hubiese vivido antes. Directo, rudo, como si no estuviera acostumbrado a pedir permiso. El roce de sus manos -aún con los guantes tácticos puestos, dejando libres solo parte de sus dedos- había despertado un deseo animal en su piel, como si cada caricia tuviera una corriente eléctrica detrás.
Y su respiración... entrecortada, caliente contra su cuello. Esa manera de contenerse justo en el límite. Ese poder de desarmarla con una sola mirada.
Valeria intentó convencerse de que debía estar enojada. Que todo había sido incorrecto. Que la había tomado por sorpresa.
Pero la verdad era otra.
Estaba feliz. Jodidamente feliz.
Porque, aunque no lo dijo en voz alta, aunque no se lo permitió, su cuerpo hablaba por ella. Se estremecía con solo recordar. Se humedecía con cada escena que revivía al cerrar los ojos. Se mordía los labios, deseando que él no se hubiera ido.
Y, en medio de todo eso, una sola pregunta la atormentaba, la enloquecía, la hacía querer salir corriendo a buscarlo entre las sombras:
¿Cómo voy a volver a verlo si ni siquiera sé su nombre?
Y entonces lo supo.
Tenía que seguir en contacto con Iván.
Aunque no fuera justo. Aunque no fuera honesto.
Convencerlo de que le diera el número de Elías era lo más inteligente. Lo único que tenía sentido ahora.
Y lo iba a hacer, aunque tuviera que jugar su propia estrategia.