Capítulo 5 Cuando la tormenta encontró sus corazones

La mañana siguiente se presentó con un cielo despejado, azul intenso como pocas veces se veía en aquella región del campo. Después de varios días de niebla persistente, la claridad era casi desconcertante.

Eveline, incapaz de quedarse dentro de la mansión rodeada de paredes que parecían susurrar secretos viejos, insistió en salir a pasear de nuevo.

Elliot, con su habitual mezcla de paciencia irritada y curiosidad mal disimulada, aceptó acompañarla.

El plan era sencillo: caminar hasta un pequeño lago en medio del bosque, donde crecían flores silvestres incluso en el otoño. Un sitio que, según le dijeron, era tan bello que incluso los hombres más duros se rendían a su encanto.

Partieron a media mañana, Eveline llevando un vestido de color verde esmeralda que resaltaba escandalosamente entre el marrón apagado del paisaje otoñal. La falda era amplia, pero el corsé era tan ceñido que cada respiración parecía un acto de desafío. Sobre sus hombros, un abrigo ligero de terciopelo color crema, que no hacía mucho contra el viento cortante.

Elliot, al verla bajar la escalinata, negó con la cabeza, aunque una sombra de sonrisa cruzó su rostro.

-¿No siente frío, Lady Harrow?

Ella, con una risa ligera, se acercó y le rozó el brazo apenas con la punta de los dedos.

-¿No se cansa nunca de hacer la misma pregunta, Lord Monderlai?

-A veces insisto donde sé que no habrá cambios. Es una costumbre... persistente.

-Qué melancólico, mi lord -Se volvió hacia el sendero, sin esperar que él la siguiera-.

Venga. No quiero que la luz nos abandone antes de que lleguemos.

Elliot sonrió para sí mismo y la siguió.

Caminaban uno al lado del otro, con Eveline siempre un paso adelante, como si el mundo le perteneciera por derecho divino.

Hablaron poco al principio.

Había algo en el aire, un zumbido sordo que parecía latir en el viento.

***

Cuando llegaron al lago, Eveline soltó un suspiro asombrado.

Era realmente hermoso: el agua clara reflejaba el cielo como un espejo, y alrededor crecían flores de un violeta profundo, resistentes al cambio de estación.

-Es... perfecto -susurró.

Elliot observó, no el paisaje, sino su perfil iluminado por el sol. La manera en que el viento jugueteaba con los rizos rebeldes que escapaban de su peinado, cómo su boca entreabierta mostraba una vulnerabilidad inesperada.

-Sí -dijo-. Lo es.

Ella se giró y lo atrapó mirándola.

Durante un momento, ninguno habló.

El viento susurraba entre los árboles, llevando consigo un olor a tierra mojada.

Eveline fue la primera en romper el hechizo.

-¿Le asusta tanto el paisaje que no puede mirar otra cosa?

Elliot entrecerró los ojos, no como si se ofendiera, sino como si evaluara una estrategia.

-Lo que asusta no es el paisaje -dijo finalmente, en voz baja.

Ella sonrió, desafiante.

-¿Entonces qué?

-Lo que uno encuentra en él.

Eveline soltó una carcajada, ligera como una campanada.

-¡Qué trágico es usted, Lord Monderlai!

-¿Prefiere hombres ligeros y sin peso? -preguntó él.

-Prefiero hombres que sepan sostener una conversación sin sonar como un poema de Lord Byron.

-Entonces, temo decepcionarla -dijo él con gravedad fingida.

Ella rió de nuevo y se arrodilló para recoger una de las flores.

Fue entonces que sintieron el primer trueno.

Un sonido bajo, gutural, como el gruñido de una bestia dormida despertando en lo profundo de la tierra.

Eveline levantó la cabeza, el cabello ondeando alrededor de su rostro.

-¿Eso fue...?

-Tormenta -dijo Elliot, ya escaneando el horizonte.

Los árboles, antes tranquilos, comenzaron a agitarse con violencia. El cielo, sin aviso, pasó del azul profundo a un gris oscuro cargado de furia.

-Debemos volver -dijo Elliot, y ya le ofrecía la mano.

Pero Eveline, tozuda como siempre, negó con la cabeza.

-No llegaremos a la mansión a tiempo.

Él la miró, evaluándola, sopesando si sería más rápido discutir o simplemente actuar.

Finalmente, señaló hacia el bosque.

-Hay una cabaña de cazadores no lejos de aquí. Refugio, hasta que pase lo peor.

Eveline arqueó una ceja.

-¿Una cabaña en el bosque, solos, durante una tormenta? Mi reputación sufrirá un nuevo golpe devastador.

-Difícilmente pueda sufrir más de lo que ya carga -dijo Elliot con una sonrisa seca.

Ella soltó una carcajada y tomó su mano.

-Conduzca, mi lord. Me entrego a su dudoso cuidado.

***

Corrieron.

La lluvia empezó como una fina llovizna y, en cuestión de minutos, se convirtió en una cortina de agua que golpeaba la piel como agujas heladas.

El barro salpicaba sus ropas, el viento los empujaba en todas direcciones.

Eveline reía, un sonido puro, salvaje, que Elliot encontró desconcertante y peligrosamente adictivo.

Finalmente, entre los árboles, apareció la cabaña: una construcción de madera vieja, apenas mantenida, pero sólida.

Elliot empujó la puerta, que cedió con un chirrido ominoso.

-Adelante, Lady Harrow -dijo, haciendo una reverencia exagerada.

Ella pasó a su lado, empapada, con los rizos pegados a su rostro y el vestido ceñido a su cuerpo como una segunda piel.

Elliot tuvo que cerrar los ojos un segundo para no mirarla demasiado.

Dentro, la cabaña era simple: una chimenea, una mesa tosca, un par de sillas, un catre cubierto de mantas viejas.

Lo esencial.

Elliot encendió un fuego rápidamente, sus dedos hábiles y seguros.

Cuando el primer chasquido de las llamas llenó la estancia, Eveline se acercó, tiritando.

El abrigo de terciopelo era un peso muerto sobre sus hombros, empapado e inútil.

Con un gesto dramático, se lo quitó y lo dejó caer en una silla.

La visión que ofreció hizo que Elliot tragara en seco.

El vestido verde, mojado, se había vuelto casi translúcido en algunas partes.

El corsé, firme y rendido al agua, delineaba sus curvas como si las esculpiera un artista impío.

Ella, consciente de su efecto, arqueó una ceja.

-¿Va a seguir mirándome como si hubiera visto un fantasma, Lord Monderlai?

-Un espectro -corrigió él, sin apartar la mirada.

-¿De belleza mortal?

-De peligro mortal.

Ella sonrió, acercándose al fuego.

El calor comenzó a subir entre ellos, un calor que no tenía nada que ver con las llamas.

-Debería quitarse la chaqueta, Lord Monderlai -dijo ella, ladeando la cabeza-.

No quiero que se enferme por mi culpa.

Él dudó.

Por un momento breve, casi imperceptible.

Pero finalmente, con un suspiro resignado, se despojó de la chaqueta empapada, quedándose en camisa de lino blanca, pegada también a su torso marcado.

Eveline no disimuló su apreciación.

-Vaya, vaya -murmuró.

-¿Algún comentario indecoroso, Lady Harrow?

-Demasiados para un solo instante.

La tormenta rugía afuera, haciendo temblar las ventanas. El viento se colaba por las rendijas como susurros maliciosos.

Dentro, sin embargo, el calor y la tensión hacían que la distancia entre ellos pareciera cada vez más corta.

Eveline extendió las manos hacia el fuego, y Elliot, sin pensarlo, las tomó entre las suyas para calentarlas.

La electricidad fue instantánea.

Los ojos de ella se alzaron, fijos en los de él.

Y en ese instante, todo cambió.

No eran dos desconocidos forzados a convivir. No eran piezas en un juego diseñado por otros. Eran simplemente un hombre y una mujer... enfrentándose a algo que ya no podían negar.

Él deslizó sus dedos por las muñecas de ella, subiendo lentamente hasta sus codos.

Ella tembló, no de frío, sino de algo mucho más profundo.

-No debería -susurró Elliot, su voz áspera.

-¿Por qué no? -susurró Eveline.

La distancia entre sus labios era de un suspiro.

Un suspiro... y una eternidad.

Elliot cerró los ojos, como si luchara consigo mismo.

-No eres un juego -murmuró-. No eres un contrato ni una conveniencia.

Ella sonrió, y la sonrisa fue tan dulce y trágica que Elliot sintió que el suelo bajo sus pies se derretía.

-Entonces, bésame, Elliot Monderlai. Hazlo como si fuera real.

Y él lo hizo.

El beso fue lento al principio, exploratorio. Labios tanteando, saboreando, aprendiendo.

Luego, como la tormenta afuera, estalló.

Se aferraron el uno al otro como si el mundo se rompiera bajo sus pies.

Elliot deslizó las manos por su espalda, atrayéndola más cerca.

Eveline enredó los dedos en su cabello, tirando suavemente, arrancándole un gemido gutural.

La pasión era cruda, real, sin máscaras ni defensas.

No eran lady Harrow ni lord Monderlai.

Eran Eveline y Elliot.

Dos almas perdidas encontrándose en medio del desastre.

El fuego chisporroteaba a su lado, arrojando destellos anaranjados sobre sus pieles húmedas.

Sus labios se buscaban como si fueran la única salvación en un mundo condenado.

Elliot la sostuvo con fuerza, como si temiera que ella se desvaneciera si aflojaba el agarre.

Eveline, en cambio, se entregaba a él con la furia de alguien que siempre había vivido como una prisionera de sí misma. Por primera vez en años, no sentía el peso del juicio, la necesidad de proteger su corazón tras una risa burlona.

Solo sentía... vida.

Con un gruñido ahogado, Elliot apartó sus labios apenas unos centímetros.

Apoyó su frente contra la de ella, ambos jadeando como si hubieran corrido una maratón.

Sus dedos se aferraban a la tela mojada de su vestido, temblando.

Eveline, aún con los ojos cerrados, deslizó las manos por sus hombros, sus brazos, hasta el borde de la camisa empapada. Tiró suavemente.

-Quítatela -murmuró.

Elliot abrió los ojos.

Sus miradas se encontraron, crudas y desnudas.

Y en ese intercambio silencioso, sin palabras, entendieron algo: nada de lo que ocurriera entre ellos a partir de ese momento podría deshacerse jamás.

Con movimientos torpes, él se despojó de la camisa, dejándola caer a sus pies.

Su piel estaba erizada por el frío, pero ardía donde Eveline lo tocaba.

Ella dejó escapar un gemido apenas audible, recorriendo con las yemas de los dedos las cicatrices antiguas en su pecho y hombros.

Marcas de batallas, de caídas de caballos, de una vida vivida intensamente en el silencio.

-Eres hermoso -susurró, como si fuera un secreto.

Elliot soltó una risa amarga, una que murió en sus labios al ver la sinceridad en los ojos de ella.

-Tú eres peligrosa -dijo, acariciándole la mejilla.

-¿Te asusta?

-Me asusta no tener miedo de ti.

Sus labios volvieron a encontrarse, esta vez más suaves, más lentos.

Era una exploración, una rendición.

Él deslizó las manos hacia su cintura, hacia la espalda, delineando cada curva como si quisiera memorizarla.

Ella, en cambio, jugaba con el borde de su pantalón, las uñas rozando la piel expuesta de su cadera, arrancándole jadeos que parecían nacer en lo más profundo de su ser.

La tormenta afuera rugía con violencia.

La tormenta dentro de ellos era aún peor.

Y deliciosa.

***

Cuando se separaron -a regañadientes, porque el fuego en sus cuerpos amenazaba con consumirlos por completo-, Eveline se dejó caer sobre una de las mantas viejas junto al fuego, riendo bajo.

Elliot se dejó caer a su lado, sosteniéndose con un brazo, mirándola.

Su cabello mojado, su vestido ceñido, sus mejillas enrojecidas por el calor.

Nunca había visto nada más hermoso en su vida.

Eveline estiró una mano y le acarició la mandíbula.

-¿En qué piensas?

Él suspiró.

-En ti.

Ella arqueó una ceja.

-Qué respuesta tan sencilla.

-Contigo... nada es sencillo -dijo, acariciándole los labios con el pulgar.

Ella atrapó su mano y la llevó a su pecho, donde su corazón latía a toda velocidad.

-¿Sientes eso?

-Sí.

-No late así por cualquiera.

Elliot cerró los ojos, luchando contra el impulso de abrazarla, de hundirse en ella hasta olvidar el mundo entero.

-No quiero ser otro nombre en tu lista, Eveline -susurró.

Ella enmudeció.

La sonrisa se desvaneció de sus labios.

Se incorporó ligeramente, mirándolo a los ojos, con una seriedad que él jamás le había visto antes.

-Tampoco quiero eso -dijo, la voz quebrándose apenas.

-¿Entonces qué quieres?

Eveline apretó los labios.

Fuera, los truenos estallaban, pero dentro de la cabaña el silencio era absoluto.

-Quiero... -inspiró hondo-. Quiero que alguien me vea. De verdad.

Elliot alzó una mano y le apartó un mechón de cabello del rostro, con una ternura que la hizo temblar.

-Te veo, Eveline Harrow. Siempre te he visto.

Las lágrimas ardieron en los ojos de ella, pero las parpadeó con furia.

No lloraría. No ahora.

Se inclinó hacia él, rozando sus labios, su nariz, su frente.

Un gesto más íntimo que cualquier beso apasionado.

-Prométeme algo, Elliot.

-Cualquier cosa.

-Si alguna vez te cansas de mí... si alguna vez piensas que no valgo la pena... dímelo. Dímelo a la cara. No desaparezcas. No me des la espalda.

Él apretó los dientes.

El dolor en su voz era un puñal clavándosele en el alma.

-Nunca te daré la espalda.

-¿Lo juras?

-Lo juro por mi alma, Eveline.

Ella cerró los ojos, dejando escapar un suspiro que sonó como una oración.

Y esta vez, cuando se abrazaron, no hubo desesperación ni urgencia.

Solo la dulce, lenta construcción de algo nuevo.

Algo sólido.

Algo real.

***

Horas después, cuando la tormenta amainó y la lluvia se volvió apenas un susurro, salieron de la cabaña.

Caminaron de regreso a la mansión en silencio, pero un silencio cargado de significado.

No eran los mismos que habían partido esa mañana.

Y lo sabían.

Eveline caminaba a su lado, sus dedos rozando los de él de vez en cuando, como asegurándose de que no fuera un sueño.

Elliot, por su parte, mantenía una expresión neutra, pero sus ojos, oh, sus ojos ardían.

Cuando llegaron a la entrada principal, donde varios criados ya los esperaban con faroles en mano y rostros preocupados, Eveline apretó su mano fugazmente antes de soltarla.

No podían mostrarse aún.

No así.

Pero mientras cruzaban la puerta de la mansión, sus miradas se encontraron una última vez.

Un pacto silencioso.

Esto apenas estaba comenzando.

Y ni siquiera el mismísimo cielo caído sobre sus cabezas podría detenerlo.

                         

COPYRIGHT(©) 2022