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El sonido del agua en la ducha se escuchaba a través de la pared mientras Julián, con una toalla atada a la cintura, se apoyaba en el marco de la puerta del dormitorio. Había tardado varios minutos en tranquilizarse. Su cuerpo seguía cargado de tensión, no solo por lo que no había terminado de hacer con Verónica... sino por la forma en que todo terminó.
La imagen seguía fija en su cabeza: Camila, de pie en el umbral, con los ojos muy abiertos, sin decir una palabra. Ni un grito, ni un insulto, ni siquiera una expresión de horror. Solo silencio... y esa mirada. Una mezcla de desconcierto, desafío y algo más difícil de nombrar. Como si no estuviera viendo solo a su madre desnuda y a él a punto de penetrarla, sino algo que la había atravesado en lo más íntimo. Y sí: ella lo había visto. Todo.
Un golpe suave en la puerta lo hizo girar. Era Verónica, ya vestida con una bata de satén gris, aún descalza. Se veía agitada, como si la ducha no hubiese logrado enfriar la incomodidad de lo que había pasado.
-¿Puedo? -preguntó, asomando la cabeza.
Él asintió y se apartó del marco para que entrara. Verónica se sentó al borde de la cama sin mirarlo de inmediato.
-No puedo dejar de pensar en Camila -dijo al fin, con la voz un poco tensa-. No salió de su habitación en toda la tarde. Apenas comió.
Julián se acercó, aún con la toalla, y se sentó a su lado.
-Yo tampoco puedo dejar de pensar -admitió-. Verla ahí parada, sin decir nada, fue... extraño. No me miraba con enojo. Me miraba diferente. No sé explicarlo.
Verónica bajó la mirada y se frotó las manos con ansiedad.
-Se vistió como nunca. Ese vestido que no le había visto antes, tan ajustado, tan... provocador. Y ni una palabra durante la cena. Estaba allí, pero ausente. Siento que está intentando decir algo sin hablar.
-¿Tú crees... -empezó él, dudando- que la haya afectado... haberme visto? O más bien, haber visto todo.
Verónica se tensó. Lo miró con seriedad, sin rodeos.
-Julian, estabas desnudo. Completamente. No solo eso, estabas justo detrás de mí, a punto de...
-Sí. Lo sé. -La interrumpió él, bajando la mirada con un suspiro-. Y ella me vio. Me miró directamente. No me tapé. No me moví. Me quedé congelado, como un idiota.
-No te culpo -susurró Verónica-. Nadie esperaría que regresara ese día. Dijiste que estaría de viaje.
Él asintió, con los codos apoyados en las rodillas.
-Pero regresó. Y entró sin avisar. Justo en ese momento...
Verónica hizo una pausa, como si se negara a poner en palabras lo que ambas sabían que pasó.
-Desde ese instante, no es la misma. Camina por la casa como si flotara, no me mira a los ojos... y lo peor: me esquiva. A mí. Su madre.
-¿Y a mí? -preguntó Julián, girando hacia ella con cautela.
-Contigo es distinto -respondió con seriedad-. Te observa. Cuando cree que no la ves. Vi cómo lo hizo en la cena. Y noté... algo en su forma de mirar. Como si quisiera... retarte. O probarte. ¿Lo sientes?
Julián se quedó en silencio. Sí. Lo sentía. Desde el instante en que salió del baño y se cruzó con ella en el pasillo, con esa camiseta demasiado corta y sin sostén. Lo había sentido. Y la mirada de ella no era ingenua. Era intencional.
-Creo que algo se despertó en ella -añadió Verónica, casi con miedo de sus propias palabras-. Y no sé si fue lo que vio... o cómo lo vio.
Julián respiró hondo. Se levantó y caminó hasta la ventana, aún con la toalla. La brisa nocturna entraba tibia, pesada.
-No quiero que esto se vuelva un problema. No quiero que sientas que tienes que elegir entre tu hija y yo. Pero tampoco puedo ignorar lo que pasa -dijo él, aún de espaldas.
Verónica lo miró con tristeza.
-No voy a elegir entre ustedes. Pero necesito que estés atento. No la provoques. No respondas a nada... raro. Porque si esto se sale de control, no habrá manera de volver atrás.
Él asintió lentamente, sin volverse.
-Lo sé.
La noche avanzó. Camila, encerrada en su habitación, no dormía. Tenía los auriculares puestos, pero no escuchaba música. En su mente, la imagen del cuerpo de Julián volvía una y otra vez. Su madre a cuatro patas, jadeando. Él, detrás... y su cuerpo, desnudo, perfecto, interrumpido solo por su mirada fija cuando la descubrió en la puerta.
Camila se mordió el labio, se recostó sobre el colchón y cerró los ojos. Ya no era una niña. Y él tampoco era su padrastro. Nunca lo fue.
Solo era un hombre.
Uno que aún no había caído.
La luz suave de la mañana atravesaba las cortinas, bañando la cocina en un brillo cálido y tranquilo. Julián bajó las escaleras con paso relajado, aún un poco dormido, con la cabeza llena de los pensamientos de la reunión de Verónica y la tensión de la noche anterior. Había notado que ella se fue temprano, sin mucho ruido, confiándole el cuidado de Camila con una mezcla de esperanza y preocupación.
Al abrir la puerta de la cocina, se detuvo en seco. Frente a él, Camila estaba sola, vestida apenas con un conjunto negro de ropa interior que delineaba con precisión las curvas de su cuerpo joven y atlético. Sus pechos redondos y firmes, moldeados por las horas en el gimnasio, se marcaban con naturalidad bajo la luz de la mañana. Sus nalgas, duras y bien formadas, se movían con confianza mientras caminaba hacia el refrigerador.
Camila no pareció inmutarse al verlo, manteniendo esa expresión tranquila, casi desafiante. Julián sintió cómo el corazón le daba un vuelco, pero intentó disimularlo.
-Pensé que no estabas -dijo Camila con voz suave, rompiendo el silencio-. Creí que habías salido con mamá y por eso estaba sola en la casa.
Julián la miró sorprendido, porque sabía perfectamente que él sí estaba en la casa, y que ella no podía ignorar esa realidad. Pero también notó que Camila no quería admitirlo, que usaba esa excusa para ocultar algo más profundo.
-No salí -respondió él, acercándose un poco-. Por eso te sorprendí así... en ropa interior.
Ella arqueó una ceja y se cruzó de brazos, mostrando un leve gesto de indiferencia.
-No creí que te molestaría -dijo con un dejo de desafío-. Es mi casa también. Y no planeaba vestirme aún.
Julián tragó saliva, tratando de controlar la tensión que empezaba a apoderarse de él. Miró su cuerpo firme, atlético, moldeado por el gimnasio, y sintió una mezcla de admiración y peligro. Camila estaba cambiando, y él no sabía si podía seguir controlando lo que pasaba entre ellos.
-No es que me moleste -contestó con cuidado-, solo me sorprendió verte así... tan descubierta. Pensé que después de lo de anoche, quizás estarías más callada, más reservada.
Ella se acercó unos pasos, acortando la distancia entre ambos. Su mirada era firme, intensa, y Julián sintió que ese brillo en sus ojos era una advertencia.
-Estoy callada -dijo en voz baja-, pero no por lo que crees. No puedo fingir que no vi lo que vi. No puedo pretender que no pasó nada.
Julián frunció el ceño, intentando leer sus verdaderas intenciones.
-¿Entonces qué quieres decir? -preguntó, manteniendo la voz tranquila.
Camila bajó la mirada por un instante, antes de volver a mirarlo con decisión.
-Que lo que siento ya no es odio -dijo-. Que el juego cambió y no sé si quiero seguir jugando. Pero no voy a dejar que mamá piense que él es el único para ella.
Julián sintió el mundo girar a su alrededor. Camila ya no era esa chica resentida que conocía. Ahora era alguien mucho más peligrosa, con un plan y una intención clara.
-Si quieres vestirte, hazlo -dijo finalmente-. Pero si no, no voy a interrumpirte.
Ella sonrió con algo de complicidad, giró lentamente y comenzó a subir las escaleras, moviendo sus caderas firmes y seguras.
-No me voy a quedar quieta, Julián -murmuró antes de desaparecer-. Esto recién empieza.
Julián quedó en la cocina, con el corazón acelerado y la mente llena de preguntas que no sabía cómo responder.