Capítulo 3 Tensión al filo

La tarde cayó con una luz dorada que entraba por la ventana del salón, bañando cada mueble en un resplandor suave. Julián se encontraba reclinado en el sofá, repasando unos documentos de trabajo, pero apenas podía concentrarse. Cada tanto alzaba la mirada buscando en la puerta de la cocina o en el pasillo algún indicio de Camila, quien desde la mañana había convertido la casa en un tablero de provocaciones silenciosas.

Camila apareció de pronto, emergiendo de la nada, cruzando el salón con un par de tacones que retumbaban en el suelo de madera. Llevaba un top corto que dejaba al descubierto su vientre tonificado y un pantalón ceñido que delineaba la firmeza de sus caderas y nalgas. Se detuvo a un par de metros de Julián y alzó las cejas, con esa media sonrisa que ya conocía él demasiado bien.

-¿Tienes algo que decirme? -preguntó él, aunque su voz sonó más áspera de lo que pretendía.

Ella se inclinó hacia adelante, apoyando ambas manos en el respaldo del sillón, obligándolo a levantar la vista. Sus pechos redondos rozaron la tela del top en un movimiento casi imperceptible.

-No sé... -contestó Camila con una voz suave-. Me pregunto si te aburres de verme así.

Julián sintió un nudo en el estómago. La forma en que hablaba, la manera en que jugaba con las palabras, lo ponía en guardia. Intentó reincorporarse, estirar la espalda, pero algo en la postura de ella lo mantuvo en el sitio.

-No es aburrimiento -murmuró-. Es... complicado.

Ella tragó saliva, clavando sus ojos color miel en los suyos.

-¿Complicado? -repitió-. ¿Porque podrías contárselo a mi madre y dejar que ella decida?

El corazón de Julián se detuvo un instante. Aquel comentario directo, aunque disfrazado de provocación, era precisamente aquello que él había barajado en su mente: ¿confesar o callar? Él cerró los ojos y soltó aire por la nariz, consciente de que cualquier palabra podía marcar un antes y un después.

Julián se levantó con cautela y caminó hacia la puerta, girándose para enfrentarse a Camila. Sus altísimos tacones añadían centímetros a su estatura, y aún así él se sentía grande y pesado ante su mirada desafiante.

«Si le digo todo a Verónica, la pondré en una encrucijada...», pensó. Imaginó a su novia, dividida entre el amor a su hija y la confianza en él. La sola idea de verla sufrir esa presión le dolía. Sabía que Camila había iniciado ese juego por rabia y por esa chispa oscura de deseo que ni ella comprendía, pero no podía permitir que la situación escalara hasta arruinar la tranquilidad de la relación con Verónica.

-No -dijo al fin, sacudiendo la cabeza-. No voy a hacérselo saber.

Camila frunció el ceño y dio un paso atrás, cruzando los brazos para contener ese impulso de acercarse aún más. Sus labios se tensaron en una línea.

-¿Y eso es... piedad? ¿Protección? -preguntó-. ¿O miedo a la decisión que podría tomar?

Julián suspiró y dio media vuelta, acercándose a la mesa donde descansaba una jarra de agua. Sirvió un vaso con manos temblorosas y dio un sorbo. El líquido frío le rodó por la garganta, intentando apaciguar su mente.

-Es... -comenzó-. Es porque no quiero ponerte en esa posición. No quiero que mi sinceridad obligue a tu madre a elegir entre tú y yo.

Camila se quedó en silencio, apenas moviéndose, como si reflexionara sobre sus propias palabras.

El reloj de la pared marcó el inicio de la cena, y Camila alzó la mirada como si hubiera encontrado lo que buscaba. Se acercó de nuevo a Julián con una elegancia hipnótica, y rozó su brazo al pasar.

-Entonces callas por ella. Por protegerla. -Su voz vibró suave contra su piel-. Pero, ¿quién te protege a ti?

Julián pestañeó, sorprendido por la intensidad de la pregunta. Giró el rostro para mirarla, y vio la impaciencia oculta tras su determinación.

-Yo me protejo solo -respondió con firmeza-. Pero esto... esto no puede continuar así.

Los dos se quedaron quietos, uno frente al otro, observándose como si en sus pupilas se reflejara un universo de secretos.

Camila se detuvo a un paso de él. Alzó una mano y deslizó un mechón detrás de su oreja, dejando su cuello al descubierto. Julián percibió el aroma de su perfume, una mezcla sutil de flores y madera, y sintió el pecho oprimirse.

-No pedí un pacto -murmuró ella, bajando la voz hasta casi un susurro-. Solo dije que... esto recién empieza.

Con esa frase, Camila se dio la vuelta y se dirigió al comedor, dejando a Julián solo con sus pensamientos. Él la observó alejarse, con el vaso aún en la mano, consciente de que, sin palabras, habían sellado un acuerdo tácito: Camila no cesaría sus provocaciones, y él tendría que decidir si callar o confesar, arriesgando mucho más que su propia paz.

Mientras el día se oscurecía, Julián comprendió que cuidar a Verónica y a Camila al mismo tiempo no sería tarea sencilla. Porque el juego que estaba en marcha ya no era solo un desafío de miradas o palabras veladas: era una partida en la que ambos pioneros estaban dispuestos a mover pieza tras pieza, probando los límites del deseo, la lealtad y el amor.

La noche había caído y la casa se sumía en un silencio solo roto por el leve tic-tac del reloj en la sala. Julián estaba en el estudio, intentando concentrarse en los informes que debía entregar al día siguiente, pero la presencia invisible de Camila se colaba en cada rincón de su mente.

El recuerdo de sus movimientos, de sus palabras y sobre todo, de esa mirada fija, era como un fuego que no lograba apagar.

De repente, un sonido leve lo hizo girar. En el pasillo, la puerta que llevaba al baño estaba entreabierta, y de ahí salió Camila con una bata ligera apenas atada, dejando entrever el contorno de su figura atlética. La luz tenue de la lámpara resaltaba su piel suave y el brillo de sus ojos, cargados de algo más que cansancio.

Julián la vio y su corazón se aceleró. Intentó mantener la calma, pero el pulso le golpeaba con fuerza en las sienes.

-¿Vas a salir? -preguntó ella, acercándose lentamente.

-No -respondió él, aunque su voz traicionaba la tensión que sentía-. Solo estaba trabajando un poco.

Camila dio un paso más, acercándose hasta quedar a escasos centímetros. Su aliento rozó su rostro y él pudo oler ese aroma fresco que la acompañaba siempre.

-Pareces nervioso -murmuró.

Ella levantó una mano, apenas tocando la manga de su camisa. Julián sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su piel respondió de inmediato a ese contacto leve, y su mente se debatía entre la prudencia y el deseo.

Camila bajó lentamente la mano hasta su muñeca, deslizando sus dedos con una delicadeza provocativa. Él no supo si debía apartarla o dejarse llevar por esa corriente que comenzaba a incendiarlo por dentro.

Sus ojos se encontraron de nuevo, y en ese instante, el silencio fue más elocuente que cualquier palabra.

-¿No quieres que esto se acabe? -susurró Camila, la voz quebrada por una mezcla de desafío y esperanza.

-No sé qué quiero -respondió Julián, atrapado en la tormenta de emociones-. Pero sé que esto es peligroso.

Ella sonrió, una sonrisa pequeña, casi triste.

-El peligro siempre ha sido parte del juego -dijo-. Solo que ahora las reglas están cambiando.

Julián apartó la mano de Camila con suavidad, pero con firmeza. Necesitaba mantener las distancias, al menos por ahora.

-No puedo -dijo-. No así. No sin Verónica.

Camila negó con la cabeza, como si no comprendiera, o no quisiera hacerlo.

-Entonces es un secreto que guardaremos entre los dos -propuso-. Pero no puedo prometer que no seguiré jugando.

Julián tragó saliva, consciente de que ese "juego" tenía muchas más implicaciones de las que ella dejaba entrever.

Antes de que pudiera decir algo más, Camila giró sobre sus talones y se alejó, dejando tras de sí un rastro de perfume y misterio. Julián quedó paralizado, sintiendo que el suelo bajo sus pies era una cuerda floja que amenazaba romperse en cualquier momento.

Sabía que la batalla apenas comenzaba, y que resistirla no sería fácil.

Pero también sabía que, si cedía, nada sería igual.

            
            

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