Capítulo 3 ¡Vamos a salir de esto, juntos!

Ethan volvió a sujetarla por los brazos y la sacudió con fuerza antes de apartarla de su cuerpo. La bolsa con los jugos y los pañales cayeron al piso.

-¿Qué demonios le ocurre, eh?

Ella lo miró asustada, aquel hombre la intimidaba con solo mirarla.

-Disculpe, por favor se lo ruego. No lo vi venir, además usted jaló la puerta.

-Mire lo que ha hecho por su estupidez -dijo refiriéndose a la chaqueta, por suerte impermeable.

-Lo siento, le juro que lo siento. -contestó y se quebró por completo. Había estado aguantando las ganas de llorar, tratando de ser fuerte, que aquella fue la gota que desbordó el vaso.

Aunque Ethan sintió algo de culpa y pena por la chica, sólo la observó mientras ella, echa un caos emocional se inclinaba y recogía las cosas y metía de vuelta en la bolsa. Luego de incorporarse, ella lanzó el pote de café al cesto de basura, con rabia, con impotencia, con hambre.

Salió del establecimiento, Ethan la siguió con la mirada. Vio cuando ingresaba al hospital. Suspiró con pesar, tomó asiento y pidió su café expresso.

En tanto, Jazmín caminaba con rapidez para alcanzar el elevador. El hombre con la camilla, ingresó antes que ella, impidiéndole que entrara. Debía subir las escaleras hasta el tercer piso donde habían transferido a su abuela.

Subió dando pasos pesados y llenos de cansancio. Cuando iba por el segundo piso, se detuvo a descansar y tomó un poco de aliento. Luego siguió subiendo y al levantar la vista se encontró al hombre del pasillo, el mismo del café.

Ella terminó de subir y pasó a su lado sin voltear a verlo. Él volvió a tomarla del brazo pero esta vez con menos fuerza. Ella volvió el rostro y lo miró de arriba abajo.

-¿Qué quiere, eh? No me pedirá que le pague ahora su costosa chaqueta. ¿O sí?

-Tenga, su café. -dijo entregándole el vaso que llevaba en su mano y que ella no alcanzó a ver en un principio.

-No era necesario -respondió ahora mostrando su orgullo.

-Acéptelo, también venía distraído y no la vi salir.

Jazmín aplanó sus labios, con frustración, pero también sintiendo los retortijones en su estómago.

-Gracias -dijo, tomó el vaso y continuó su camino.

Ethan regresó a la habitación donde estaba Jane. Aún no había logrado conversar con ella desde que salió de quirófano, quizás se estaba llenando de valor o mejor dicho de paciencia para no estallar frente a ella y confrontarla por sus mentiras.

El momento había llegado. Cuando abrió la puerta, encontró a Jane ligeramente sentada con el pequeño Oliver en sus brazos. Las lágrimas corrían por su rostro, mientras Alicia, su madre intentaba consolarla.

-No te pongas así, Jane. Son pruebas que Dios nos manda y que debemos aceptarlas.

Ethan aclaró su garganta y ambas mujeres voltearon a verlo.

-¡Ethan! -exclamó Jane con voz trémula.

El pelicastaño tragó en seco y se acercó. Aquel era el momento menos indicado para actuar de forma correcta. Respiró hondo mientras ella lo miraba sin pestañear.

Sin embargo, él no se inmutó frente a ella, apenas tomó al niño entre sus brazos. La tibieza de su cuerpo, su fragilidad y sobre todo su ternura, provocó en Ethan un sentimiento único y maravilloso: amor, amor de padre. Una necesidad de cuidar de él, de protegerlo se instauró en su corazón al instante.

-Con permiso -dijo Alicia- Deben estar juntos como la familia que son.

Ethan asintió, aunque había compartido pocas veces con su suegra, aquella mujer le generaba compasión. Una vez que la mujer salió de la habitación, Jane se quebró.

-Lamento tanto haberte dado un hijo, así. -dijo entre sollozos.

-No te refieras de ese modo a Oliver, Jane. Es nuestro hijo -aseveró.

-Lo sé, pero es un niño anormal -refirió.

Ethan frunció el entrecejo. Las palabras de su mujer sonaban crueles viniendo de los labios de su propia madre.

-No puedo creer que hables de esa manera. -dijo elevando el tono de su voz, lo que provocó que el niño comenzara a llorar.

El pelicastaño lo acunó entre sus brazos intentando calmarlo, mas no lo conseguía. Una de las enfermeras escuchó el llanto del bebé y entró a la habitación.

-Debe tener hambre. La madre tiene que amamantarlo. -Extendió los brazos y Ethan le entregó al bebé.

La enfermera tomó al recién nacido con cuidado y lo colocó entre los brazos de Jane, que lo sostenía como si cargara algo frágil y ajeno.

-Sosténgalo de esta manera -indicó suavemente, ayudándola a acomodarlo-. Ahora acérquelo a su pecho.

Sin esperar respuesta, le abrió la bata con la destreza de quien ha hecho esto cientos de veces, y liberó uno de sus pechos.

-Acérquelo, señora -insistió.

Pero Jane permanecía inmóvil, con la mirada perdida, ajena, como si todo aquello no tuviera nada que ver con ella.

Ethan, de pie junto a la cama, miraba a su esposa con desconcierto, pero también con preocupación.

-Jane... -murmuró, en tono casi inaudible.

El pequeño Oliver, ajeno a lo que estaba sucediendo, giró la cabeza buscando el pecho materno.

-Vamos, señora -La voz de la enfermera sonó esta vez más firme y menos compasiva-. Él la necesita.

Jane negó con su cabeza, no podía, no quería aceptar su maternidad.

-No, no puedo, Ethan, no puedo -rompió en llanto.

Ethan se acercó rápido, con las manos extendidas hacia ella, pero Jane se encogió, abrazando al bebé.

-Está bien, Jane. Respira, estoy aquí -susurró él, tratando de mantener la calma mientras miraba desesperado a la enfermera.

La mujer, intervino con suavidad. Le retiró al bebé de los brazos con delicadeza y se lo llevó al cambiador. En cuestión de segundos, preparaba un biberón con fórmula y se lo dio a beber.

-No se preocupe, es normal que algunas madres primerizas atraviesan por esto... -dijo en un tono amable.

Jane lloró en silencio, con la cabeza entre las manos. Ethan se sentó a su lado, le tomó la mano y con los ojos fijos en ella, dijo:

-Vamos a salir de esto, juntos...

            
            

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