Tenía 16 años recién cumplidos y cursaba octavo y noveno. Se le conocía como sabatino porque se hacían dos años en uno, de esa manera se validaba el bachillerato. Estudiaba los sábados porque no podía estudiar una jornada normal ya que vivíamos muy lejos; dos horas caminando hasta el pueblito más cercano. Me alojaba en casa de una señora que me abrió las puertas de su casa, gracias a ella pude terminar mis estudios.
Mis padres tenían una pequeña finca en compañía con mis tíos; dos hermanos casados con dos hermanas. Ellos eran muy unidos, al igual que lo era yo con mis primos. Saúl que tenía mi edad y su hermana menor Juliana. En realidad su nombre era Julia solo que a ella no le gustaba ese nombre, así que ella pidió que todos la llamaran Juliana. Ella era un poco más delgada que yo, tenía el cabello negro a la altura de los hombros, ojos marrón oscuros, tenía 13 años. Ella no solo era mi prima, éramos como hermanas, mejores amigas, éramos una familia muy unida. Mi casa estaba a dos minutos de la de ellos.
En la semana trabajaba con mis padres en las labores del campo. Ellos decían que la vida no era fácil y había que aprender a ser berraca. Yo no nací en cuna de oro, me tocaba trabajar para poder ayudarme con mis estudios. Tenía que recolectar café, secarlo y recogerlo. Además tenía que sembrar hortalizas y cuidar animales. No tenía amigos, pues siempre me la pasaba con mis primos. Juliana no quiso seguir estudiando y Saúl estudiaba en otro colegio porque allá tenía sus amigos y su novia.
Éramos de una familia tradicional, no se salía sin permiso, no se podía tener amigos y mucho menos novio a menos de que tuviera la edad estipulada por nuestros padres. La mía era después de los 15. Las mujeres de la familia tenían que llegar puras y castas al matrimonio, según mi madre uno se casaba una sola vez en la vida. Si alguien me pretendía primero tenía que hablar con mis padres para pedir permiso. Casi no teníamos acceso a la tecnología, no manejábamos redes sociales. Existían los celulares que se conocían como flechas; de teclas. Yo tuve el primero cuando cumplí 16 porque fue un regalo de un tío. Era un Nokia 1100. Estaba feliz, para mí era algo muy novedoso.
Mis compañeras tenían sus novios, salían a fiestas, pero a mí no me llamaban la atención esas cosas. Era muy obediente con las reglas de mis padres. Tenía admiradores, pero ninguno llamaba mi atención, según papá ninguno era digno de mí.
En ese tiempo se buscaban amigos por la emisora, uno enviaba su número y decía que quería conocer amigos de esa manera empezaban a llegar mensajes de esas personas que se interesaban. Recuerdo que ese día estábamos escuchando la emisora como siempre lo hacíamos mientras desempeñamos nuestras labores en el campo. Un chico envió su número, decía que buscaba amigas de 16 hasta 18, además era de un pueblo cercano al mío. Por curiosidad lo apunté y luego le marqué para dejarlo sonar dos veces, a eso le decíamos "timbrar", solo lo hice como un juego.
Con casualidades tan pequeñas inician grandes cosas.
Minutos después me llegó un mensaje de texto de ese número.
Hola, mi nombre es Mauricio, pero me dicen Mauro. Tengo 16 años, ¿y tú?
Casi se me sale el corazón de los nervios, dude en responder, pensé en mis padres. ¿Cómo iba a explicar eso? Pero pensé; no pasa nada, solo es un juego.
Mi nombre es Analía, pero todos me dicen Ana, también tengo 16 años.
Le di enviar. Era emocionante, pues no tenías idea de cómo era la persona tras esos mensajes. Seguimos intercambiando mensajes, preguntó dónde vivía, qué grado cursaba, qué música me gustaba y cosas así. Teníamos muchas cosas en común, me preguntó si tenía novio, me dijo que él también estaba soltero. Me contó que estaba buscando amigas, incluso me preguntó si podíamos seguir hablando y yo le dije que sí.
Mis nervios aumentaron, ¿cómo iba a decirle a mis padres que hablaba con un extraño por mensajes de texto? Así que se me ocurrió decir una mentira piadosa, que era un compañero del colegio.
Seguimos compartiendo mensajes. Luego nos describimos físicamente, él me dijo que era alto tenía el cabello negro, ojos cafés oscuros, piel blanca. Era emocionante imaginar cómo era, uno se imaginaba una cantidad de cosas. Pensé; ¿y si es un viejo? O no es como se describe. Luego de intercambiar mensajes me preguntó si podía llamarme, el corazón se me subió a la garganta, una cosa era hablar por unos mensajes de texto, otra hablar por llamada. "Me quedé sin saldo, luego hablamos" fue el último mensaje que envié.
Seguí con mis deberes. Luego de una hora sonó mi celular, era un número desconocido.
-Hola -respondí.
-Hola. Que voz tan linda -escuché al otro lado de la línea.
-¿Lo conozco? -Pregunté confundida.
-Espero que pronto podamos conocernos.
Un pequeño temblor me recorrió el cuerpo.
-¿Mauro? -Susurré.
-Sí -escuché una risita.
Su voz era muy bonita, intenté controlar mi respiración. Empezamos a platicar. Me contó que él también estudiaba los fines de semana porque en semana trabajaba en un trapiche: lugar donde se produce la panela. Los trapiches son pequeñas fábricas que se dedican a la elaboración artesanal de panela. Vivía con su madre, cuatro hermanos pequeños y su padrastro.
Conectábamos en muchos aspectos; gustos musicales, colores favoritos. Me dijo que podíamos ser amigos y más adelante si las cosas salían bien buscaríamos la oportunidad de conocernos en persona.
En ese momento esa propuesta me pareció un poco complicada. ¿Cómo iba a explicarles a mis padres dónde lo conocí? Además no quería alimentar falsas ilusiones. Pensé, no lo conozco, solo seguiré por curiosidad.
Esa noche me acosté pensando en él, imaginándome cómo sería físicamente, pero cómo podía saber si lo que dijo era verdad, además quién iba a querer acercarse con las reglas de mis padres. Soñar no costaba nada, era lindo hacerlo. Me estaba quedando dormida cuando me llegó un mensaje de texto.
Tienes una voz hermosa, imagino tu carita angelical, dulces sueños, ojalá algún día podamos vernos en persona.
Así empezó todo. Todos los días recibía mensajes en la mañana, al mediodía, en la tarde, noche, al igual que las llamadas. Siempre me sacaba una sonrisa, empecé a esperar las llamadas y mensajes con ilusión. Me sentía tan bien hablando con él. Cada que su nombre aparecía en la pantalla el corazón se me aceleraba, no podía ponerle un nombre a esa emoción, pues para mí era algo totalmente nuevo. Tal vez sonaba tonto ilusionarse con alguien que no conocía.
La gente solía decir; no importa el físico sino lo que se lleva por dentro.
Días después.
Hablábamos horas enteras, ya conocía todos sus gustos, podía darme cuenta si estaba triste, preocupado, molesto, aprendí a conocerlo con solo hablar por teléfono. Algo empezó a crecer entre nosotros, ya que él también aprendió a conocer mis emociones con tan solo escuchar mi voz. El sentimiento era mutuo. Nos convertimos en buenos amigos.
Sus mensajes empezaron a cambiar, tenían un toque romántico, eso alimentaba más esa ilusión que crecía en mi corazón. Aunque no podía evitar sentir miedo, miedo a mis sentimientos, a ilusionarme y salir lastimada.
Recuerdo el día que me dedicó la primera canción "Entra en mi vida" de Sin Banderas. Empezó a tararear la letra, de verdad que se escuchaba hermoso. Ese día casi se me sale el corazón y esa fue la primera de muchas más que me dedicó.
A mis padres les dije que era un amigo del colegio. Papá estaba un poco desconcertado, me dijo que él confiaba en mí. Que esperaba que de verdad fuéramos solo amigos porque si él quería algo más formal yo ya conocía las reglas. Les dije que solo era una amistad. Pensé, si supieran que nunca he visto su rostro me asesinan.
Estaba ayudándole a mamá en la huerta, cuando llegó mi tía con Juliana. Se me acercó y empezó a mirarme con curiosidad.
-Hola prima. Últimamente andas muy sonriente.
-Ideas tuyas -me encogí de hombros.
Se acercó y susurró solo para las dos.
-Eso es que tienes un novio a escondidas.
-¡Cállate! -la regañé-. Me matan mis padres.
Soltó una risita.
-Te pierdes toda la diversión, no te imaginas la adrenalina que se siente. Yo he tenido dos novios a escondidas, contando el que tengo actualmente.
Era mi prima, la quería mucho, pero era una loquita, algo interesante. Mis tíos eran igual de estrictos con ella, pero de alguna manera ella se las ingeniaba. Tenía novio, siendo una niña de 13 años, se arriesgaba demasiado. Donde mis tíos se dieran cuenta nos asesinaban a ambas, a mí por cubrirle la espalda. Aunque su hermano también era muy alcahuete. Cada vez que ella salía con mi tía se le escapaba y mi tía inocente.
Sonreí y empecé a contarle todo. Ella sonrió emocionada.
-Que bueno que te animaste. ¿Qué esperas para ponerle una cita?
-Primero debo recoger los pasajes para poder viajar hasta el pueblo.
El otro pueblo estaba a hora y media en carro.
-Perfecto, ponte a trabajar duro y todo lo que ganes lo guardas. Que tal que sea bien guapo.
Nuestros padres nos pagaban por nuestro trabajo, según ellos de esa manera nos motivábamos más. Todo lo que recibía lo ahorraba para mis estudios y mis cosas personales. La vida en el campo era demasiado dura. A veces me molestaba tener que trabajar mientras las demás niñas de mi edad ni siquiera sabían lo que era recolectar café. Pero entendía que lo hacían por nuestro bien, para enseñarnos a ganar las cosas con esfuerzo.
Por su parte Juliana comenzó a insistir en que le pusiera una cita para conocernos. Me decía que no dejara escapar la oportunidad de formar algo más que una amistad y que además, tenía la ventaja de que ya tenía la edad suficiente para que me permitieran tener novio. Me animaba a dejar la cobardía, recordándome que a ella nunca la descubrían.
Pero a mí me daba mucho miedo hacer algo que hiciera que mis padres perdieran la confianza en mí. Lo último que quería era desilusionarlos, especialmente en ese momento que se sentían tan orgullosos de mí. Así que seguí con mis clases, ayudando a mis padres y hablando todos los días con él. Con solo escuchar su voz, sentía que mi corazón estaba a punto de salirse del pecho. Era algo inexplicable, eso que llaman mariposas en el estómago. Él sentía lo mismo. Me lo decía en esos mensajes tan lindos que me enviaba cada día.
...
Llegó el momento de hablar sobre lo estrictos que eran mis padres, sus costumbres y reglas. Temía que al decírselo él se alejaría, pues yo no era como las demás chicas de mi edad que tenían libertad para salir, ir de fiesta, o tener los novios que quisieran. Yo tenía que pedir permiso, y siempre había horarios de llegada.
Él sonrió al escucharme.
-¿En serio, Ana? ¿Tan estrictos son mis futuros suegros?
-En serio -respondí, entre risas.
-Yo también hablo en serio.
Esas palabras sonaban tan bonitas que, sin siquiera conocerlo en persona, ya sentía que me encantaba. Me había ilusionado por cómo se expresaba, por la persona que parecía ser, aunque solo habláramos por teléfono.
-Estaría dispuesto a pasar por todo eso -añadió-. Primero quiero conocerte en persona, ya ha pasado suficiente tiempo. Luego veremos qué sucede, pero siento cosas muy bonitas por ti. Es como si ya te conociera, lo único que falta es tu físico, porque de lo demás sé bastante. Aunque también imagino que eres hermosa.
-¿Y si te desanimas cuando me veas en persona y no te gusta cómo soy físicamente?
-Lo mismo digo yo -dijo él, riéndose-. Pero, ¿sabes? Eso no me importa tanto. Con tu personalidad y tu forma de ser, ya es suficiente para decirte que me gustas mucho. Escuchar tu risa hermosa me hace imaginar una sonrisa preciosa en tu rostro. Sueño con conocerte... ¿será posible?
Sentía tantos nervios al pensar en conocer finalmente el rostro detrás de esa voz.
-Claro que sí. El próximo fin de semana mi mamá tiene que ir al pueblo a hacer algunas compras. Yo iré con ella, sería la oportunidad perfecta.
-Perfecto. ¿Crees que tu mamá no se enoje?
-No, no creo. Le diré algo o hablaré con ella.
-¡Qué nervios! Conoceré a la chica de mis sueños y el mismo día, a mi suegra.
Solté una risita nerviosa.
»Es cierto, estaré contando los días y las horas hasta el domingo, cuando por fin pueda ver a la hermosa chica detrás de esa voz angelical.
-Yo también sueño con lo mismo -le respondí.
Hablamos largo rato, imaginando cómo sería ese primer encuentro, una cita a ciegas llena de emoción. Ahora, solo me faltaba encontrar la forma de decirle a mi mamá. Busqué el momento adecuado para hablar con ella. Le dije que, por casualidad, había empezado a hablar con un chico y le conté una parte de la historia; claro, omití que fui yo quien anotó su número primero y le dije que él me había marcado por error, de esa manera comenzamos a hablar.
Le expliqué que habíamos formado una bonita amistad y que después de casi dos meses hablando, queríamos conocernos en persona. Mamá me dijo que me apoyaría y me ayudaría para que pudiéramos vernos. Eso sí, ella estaría cerca para asegurarse de que todo saliera bien. No tenía más opción que aceptar y obviamente no le diríamos nada a papá. Eso fue un gran alivio.
Quedamos en que iría con ella al mercado aprovechando la oportunidad perfecta para conocerlo. Planeaba pasar antes por el salón de belleza para que alisaran mi cabello, usaría un maquillaje sencillo, pues a mis padres no les gustaba que usara tonos fuertes.
Esa semana, ambos estábamos muy nerviosos, imaginando cómo sería el momento de vernos. Tenía miles de emociones encontradas y no sabía cómo explicarlo. Nos pusimos de acuerdo sobre el lugar y la hora exacta. Me dijo cómo iría vestido para que pudiera reconocerlo, le dije que llevaría el cabello suelto y una blusa rosa.
Estaba tan nerviosa; era una cita a ciegas, pero ya sabía que estaba completamente ilusionada. No lo conocía en persona, pero sentía que lo quería.
Ahí empezó mi historia de amor.
Continuará...