Capítulo 4 Primer paso en la fortaleza

Inés consigue entrar como asistente junior en Renier Corp.

La mañana en que Inés Calderón cruzó por primera vez las puertas de Renier Corp, el edificio se erguía ante ella como una colosal fortaleza de cristal y acero. Las torres espejadas reflejaban el cielo despejado, mientras la brisa de la ciudad parecía jugar con las hojas de los árboles en la plaza principal, ajena al fuego contenido en su interior.

Para muchos, aquel era el símbolo del éxito y el poder, la cima de un mundo al que solo unos pocos podían acceder. Para Inés, era el campo de batalla donde su vida cambiaría para siempre.

Había esperado ese momento con una mezcla de ansiedad, preparación meticulosa y una fría determinación. Durante semanas, se había preparado para la entrevista con la rigurosidad de un soldado en campaña. Repasó preguntas comunes, estudió los valores corporativos, memorizaron nombres de directores, repasó las últimas noticias sobre la empresa. Incluso ensayó cómo responder a posibles situaciones difíciles en un entorno de oficina.

Sin embargo, nada podía prepararla para la impresión que le causó el vestíbulo principal, amplio y minimalista, donde el mármol blanco y los detalles en acero pulido daban la bienvenida a una élite invisible pero palpable.

-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? -la voz dulce pero firme de la recepcionista la sacó de sus pensamientos.

-Soy Inés Morales. Tengo una entrevista para el puesto de asistente junior en el departamento de estrategia.

La recepcionista tecleó rápidamente en su computadora y asintió.

-Espere un momento, por favor.

Mientras esperaba, Inés sentía cómo las miradas de algunos empleados se posaban sobre ella: una joven de aspecto sencillo, con ropa formal pero sin lujos, los ojos fijos y el semblante serio. No parecía pertenecer a ese mundo, y sin embargo, estaba ahí.

Minutos después, un hombre de mediana edad, vestido con traje oscuro y corbata azul, apareció en la entrada del despacho de dirección.

-Inés Morales, ¿verdad? Soy el señor Julio Cárdenas, jefe de Recursos Humanos. Por favor, sígame.

El recorrido hasta el despacho fue breve, pero suficiente para que Inés captara la eficiencia casi militar de cada empleado, la precisión en cada movimiento, el silencio contenido, y la atmósfera de competencia que parecía flotar en el aire.

La entrevista fue rigurosa. Julio Cárdenas no solo evaluó su currículum ni sus respuestas preparadas; quiso ver más allá. Le planteó situaciones reales de la empresa, le preguntó sobre sus metas, su conocimiento del mercado, su capacidad para resolver problemas inesperados.

-¿Por qué quiere trabajar aquí, Inés? -preguntó, con una mirada inquisitiva.

Ella recordó la promesa hecha a su madre, el juramento grabado en su alma, y no vaciló.

-Porque necesito entender cómo funciona este imperio desde adentro. Y porque quiero que mi trabajo aquí tenga un propósito que vaya más allá de una simple nómina.

El hombre la estudió durante un largo momento, luego sonrió ligeramente, como si aceptara el desafío silencioso que representaba.

-Bienvenida a Renier Corp. Su puesto será en el área administrativa como asistente junior. Reportará directamente a la coordinadora del departamento, la señorita Elisa Montalvo. El primer día es mañana, a las 8:00 a.m. Pórtese profesional, la empresa valora la discreción y la eficiencia por igual.

Antes de salir, le entregó un sobre con información básica, un código de vestimenta y un mapa del edificio.

Esa noche, Inés no durmió. Recorrió mentalmente todo lo que le esperaba. Sabía que una vez dentro, cada palabra, cada gesto, cada contacto, sería una pieza en el rompecabezas de su venganza.

**

El día siguiente amaneció gris y fresco, con una ligera llovizna que hacía brillar las calles de la ciudad. Inés escogió cuidadosamente su vestuario: un conjunto sobrio pero elegante, que transmitía seriedad sin pretensiones. No podía permitirse ningún error, ninguna distracción.

Al llegar al edificio, el flujo de empleados parecía imparable. Ejecutivos con portafolios, secretarias con agendas electrónicas, técnicos con laptops, todos parecían moverse en sincronía perfecta.

La recepción volvió a saludarla con una sonrisa protocolaria y un breve "Buenos días, señorita Morales". Inés tomó el ascensor hasta el piso 14, donde estaba ubicado el departamento de estrategia.

Allí la esperaba Elisa Montalvo, una mujer de cuarenta años, cabello corto y oscuro, mirada aguda y sonrisa profesional. Sin ser hostil, su expresión denotaba que no le gustaban las distracciones ni las personas que no supieran comportarse en un entorno de alto rendimiento.

-Bienvenida, Inés. Espero que esté lista para trabajar. Aquí no hay espacio para errores ni para quienes se rinden.

-Estoy lista -respondió Inés con firmeza.

Los primeros días fueron un torbellino de aprendizaje y adaptación. El ritmo era implacable. Tenía que familiarizarse con el manejo de agendas, la organización de reuniones, la gestión de correos electrónicos y documentos confidenciales. Aprendió a leer entre líneas los mensajes de los ejecutivos, a anticipar solicitudes, a manejar el teléfono con profesionalismo y a mantener la compostura en medio de pequeñas crisis que surgían diariamente.

Cada tarea, por insignificante que pareciera, era una oportunidad para observar, para escuchar. Inés tomaba nota mentalmente de cada detalle: quién decía qué, qué temas generaban tensión, qué empleados parecían tener mayor influencia o, por el contrario, estaban desplazados.

No tardó en notar que el ambiente era frío, calculador. Los empleados no confiaban fácilmente unos en otros, y el más mínimo error podía costarle a alguien su puesto.

Un día, mientras organizaba documentos en el escritorio de Elisa, escuchó a la coordinadora hablar por teléfono con un tono grave:

-... la reunión con el consejo directivo se adelanta para el viernes. Fausto quiere revisar los números personalmente. No hay margen para sorpresas.

Inés sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Fausto Renier estaba más cerca de lo que imaginaba.

**

Pasaron las semanas y la rutina empezó a moldearla. Inés se volvió más ágil, más segura. Aprendió a anticiparse a las necesidades, a manejar crisis pequeñas con discreción, a navegar el mar de secretos que flotaba en Renier Corp.

Pero también empezó a descubrir que no todo era tan simple. Entre los muros de cristal, había alianzas ocultas, traiciones disfrazadas de amistad, y una compleja red de intereses personales que hacía temblar incluso al más poderoso.

Y, sobre todo, empezó a sentir una presencia que no esperaba: la mirada atenta y curiosa de Matías Renier, el heredero oficial del imperio, un hombre joven y carismático que, sin saber quién era realmente, parecía sentirse atraído por esa asistente que no encajaba del todo.

Inés sabía que estaba jugando con fuego. Pero el fuego, a veces, era la única luz que podía guiarla en la oscuridad.

            
            

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