Se sentó en la cama, la irrealidad de la conversación todavía flotando en el aire.
Casarse. Con Alejandro.
Un hombre bueno, un hombre que la veía.
Era casi increíble.
Su mente viajó al pasado, a una promesa hecha con ligereza, pero que para ella había sido un ancla.
Mateo Vargas, su amigo de la infancia, el dueño de sus pensamientos durante doce largos años.
"Si a los treinta no me has pedido matrimonio, te dejo ir."
Ella se lo había dicho entre risas una noche de verano, hacía ya tanto tiempo.
Él había sonreído, con esa sonrisa suya que derretía glaciares, y le había despeinado el pelo.
"Trato hecho, Sofi."
Su cumpleaños número treinta era en siete días.
Siete días.
El mismo día que había elegido para casarse con Alejandro.
La ironía no se le escapaba.
Era una forma de cerrar un ciclo, de cumplir, a su manera, esa vieja promesa.
La televisión del pequeño salón estaba encendida, como casi siempre.
Un programa local de entrevistas.
Y allí estaba él, Mateo.
Hablando de sus éxitos con Viñedos Montenegro, de la expansión, de los nuevos mercados.
El entrevistador, un hombre con sonrisa fácil, le lanzó una pregunta.
"Mateo, se te ve feliz, realizado. ¿Hay alguna noticia importante que quieras compartir con nuestro público? ¿Quizás algo personal?"
Mateo rio, esa risa ensayada que tanto conocía Sofía.
"Bueno, digamos que pronto habrá una gran celebración. Algo que he estado esperando por mucho tiempo."
Sus ojos brillaron hacia la cámara.
"La mujer que ha esperado pacientemente a mi lado finalmente tendrá su recompensa."
El entrevistador aplaudió.
"¡Maravilloso! ¿Podemos saber la fecha?"
"Será una sorpresa para todos," dijo Mateo, con un guiño. "Pero puedo adelantar que será muy pronto. Antes de que termine el próximo mes, de hecho. Y coincidirá con un hito importante para mí, y para ella, supongo."
Sofía sintió un nudo en el estómago.
Él hablaba de su cumpleaños, el cumpleaños de ella.
Todos lo interpretarían así.
No tardaron en llegar las llamadas.
Sus amigas, emocionadas.
"¡Sofía! ¡Lo vimos! ¡Mateo por fin te lo va a pedir!"
"¡Sabíamos que este día llegaría! ¡Doce años esperando!"
"¡Qué romántico, justo para tus treinta!"
Ella escuchaba, con una calma helada.
"Sí, es... sorprendente," respondía, sin dar más detalles.
La ironía era un sabor amargo en su boca.
Ellos no sabían. Nadie sabía.
Nadie sabía que esa "recompensa" no era para ella.
Sofía y Mateo.
Amigos desde que tenían uso de razón.
Crecieron juntos entre los viñedos, sus juegos infantiles marcados por el olor a uva y tierra húmeda.
Ella lo había amado en silencio desde la adolescencia, un amor que creció con los años, constante, profundo.
Un amor que la llevó a cometer la mayor locura de su vida.
Renunciar a una beca completa para estudiar enología en Francia.
El sueño de su vida, sacrificado.
¿La razón? Viñedos Montenegro, la herencia familiar de Mateo, estaba al borde de la quiebra.
Su padre había muerto repentinamente, dejando deudas y una gestión desastrosa.
Mateo, con apenas veinte años, estaba desesperado.
Y Sofía, con dieciocho, enamorada y ciega, decidió quedarse.
"Te ayudaré, Mateo. Juntos lo sacaremos adelante."
Y lo hicieron.
Ella se convirtió en su sombra, su mano derecha, su cerebro.
Asistente personal, gerente de facto, contadora, enóloga improvisada.
Desde la poda de las vides hasta la negociación con distribuidores.
Todo por un sueldo mínimo, viviendo en ese pequeño departamento anexo para "mayor comodidad laboral," según Mateo.
Su mayor sueño, confesado solo a su almohada, era casarse con él. Construir una vida juntos en la viña que ella había ayudado a salvar.
Esa creencia, esa fe ciega en el amor y en las promesas tácitas de Mateo, se había hecho añicos hacía unas pocas semanas.
Un martes por la tarde.
Había ido a la oficina de Mateo a buscar unos documentos urgentes.
Él no estaba.
Sobre su escritorio, una carpeta abierta.
Dentro, los papeles de la compra de un lujoso departamento en Puerto Madero, Buenos Aires.
A nombre de Mateo Vargas.
Y junto a ellos, el presupuesto detallado de un collar de esmeraldas exclusivo, de una joyería carísima.
Con una nota: "Para mi futura esposa, Isabella. Con todo mi amor."
Isabella Fuentes.
La recepcionista que Mateo había contratado hacía menos de un año, a pesar de su nula experiencia.
Joven, atractiva, superficial.
Sofía sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
Pero lo peor estaba por llegar.
Esa misma noche, sin poder dormir, pasó por delante del despacho de Mateo.
La luz estaba encendida.
Lo escuchó hablar por teléfono con uno de sus amigos, uno de esos "compinches" que siempre lo adulaban.
"Sí, la fiesta de compromiso será una bomba. Isabella está feliz con el departamento y el collar."
Una pausa. Risa.
"¿Sofía? No, hombre, ella no sabe nada. Sigue ahí, trabajando como siempre. Es una tonta útil, ¿sabes? Sin ella, la viña se vendría abajo. Pero de ahí a casarme con ella... por favor."
Otra risa cruel.
"La boda con Isabella será una sorpresa para todos. Especialmente para Sofía. Imagina su cara."
Sofía se apoyó contra la pared, sintiendo cómo el aire le faltaba.
Tonta útil.
Doce años de su vida, resumidos en esas dos palabras.
Ahora, mientras el recuerdo de esa noche la golpeaba con fuerza, tomó una decisión.
La decisión que había estado gestando desde ese día.
Ya no más.
Su cumpleaños número treinta.
El fin de una era.
El comienzo de otra.
Siete días.
Y esta vez, la sorpresa se la llevaría Mateo.